Como de costumbre llegamos tarde al concierto al no haber contado con el tiempo de más que se tarda en encontrar la callejuela. Íbamos a ciegas, ni habíamos mirado el cartel del 21 Grados esa noche. Al encuentro. Una vez dimos con el lugar el guarda advierte: no queda sitio, si eso tirad para el final.
“Patricia Kraus”, leemos en el cartel una vez dentro. ¿Por qué será que nos suena? Nos colocamos de pie, al fondo, y en el escenario un piano de cola y una mujer en éxtasis cantando un solo de guitarra en el registro agudo. La gente estalla en aplausos sin que aún haya acabado el tema y es cuando V y yo nos miramos cómplices y es un pacto no verbal para dejarnos ir con la música.
Es imposible construir un relato lineal tras el concierto. Todos recordarán la masa música-público efervescente, buscar en el techo estrellado del patio cuando Moon River, el dúo que dejó que nos marcásemos con ella en Parole, el diafragma incansable con cada nota tenida, Como un animal, los solos de guitarra cuando ella era todos los instrumentos, un lírico evidente tras el soul, la tesitura estirándose, la conexión piano-voz, I’d rather go blind –llegados a este punto quién no, y un final valiente a capela- a pelo- cantando por Janis Joplin. Y la gente no aguanta más y se sale de la silla por segunda vez. El concierto acaba y queda la vuelta a casa, si acaso una cerveza que nos traiga a la tierra. V va caminando a 60 la negra, tarareando la última; hablamos de cualquier cosa, de la vuelta al conservatorio en septiembre; porque es pronto para traducir en palabras aún. Y nos miramos otra vez, nos acordamos del pacto y, ahora sí, la risa nerviosa, preguntarnos cómo es que ocurren estas cosas.