lunes, 20 de diciembre de 2010

"Cómo hacer la lista perfecta", por Diego A. Manrique

Estos días son ¡humillantes! Medios y opinadores ofrecen sus rutilantes selecciones de lo mejor del año. Pero un servidor se siente in-ca-paz. Culpa propia, desde luego, por vivir en medio del caos y por seguir esos impulsos promiscuos que llevan a escuchar indiscriminadamente música pretérita y contemporánea, marginalidades y llenapistas. Uno envidia la existencia ordenada de los colegas, su visión de aguilucho para escudriñar lo publicado en los 12 meses previos, su aplomo para entronizar discos que todavía no han sedimentado.

Debe haber truco, me digo. Cierto: analizando esos resúmenes, se advierte cierto método, se evidencia su lógica interna, se adivinan razones íntimas. Ahora, pongámoslo en práctica, confeccionando una lista con 10 discos. Estas serían las claves para acertar en cada puesto y marcar territorio:

- 1º La primera en la frente. El crítico es un gallo y cacarea cuando quiere, aunque desafine. Así que es bueno poner en la cumbre de la clasificación algo insólito, que incomode a los compañeros ("¿cómo no se me ocurrió?") y deje a los lectores desconcertados: ¿realmente existe un grupo llamado And You Will Know Us By The Trail Of Dead? Sí, existe pero ojo con sobrestimar el nivel general de inglés: mejor algo inteligible, como Beach House.

- 2º El verdadero triunfador. Los chicos listos saben nadar y guardar la ropa. Se unen aquí al consenso, suma del zumbido mediático y el votando-con-el-bolsillo del público enterado. Atención: el segundo lugar evita el bochorno de que parezca que acabas de descubrir a grupos -Arcade Fire, Vampire Weekend- que ya triunfaron en años anteriores.

- 3º El solista ambicioso. En España se valora más a los grupos y tiene su punto apostar por un cantante. El elegido debe alejarse del modelo cantautoril. Urge inclinarse por los que usan arreglos atípicos: Sufjan Stevens, Sam Amidon, Joanna Newsom.

- 4º El drama personal. Las historias de aguante son imbatibles: proporcionan el calorcillo de una solidaridad difusa. Le funcionó al Johnny Cash crepuscular y en 2010 tuvimos la reaparición de Edwyn Collins, superador de un ataque que le quitó movilidad y capacidad de hablar (¡pero no de cantar!).

- 5º El veterano indestructible. Conviene mostrar que el escriba no tiene prejuicios edadistas. Aquí se acomoda a un histórico, preferiblemente huraño: si no ha caído disco de Tom Waits o Bob Dylan, se puede recurrir a Neil Young, Paul Weller, Nick Cave o The Fall.

- 6º El noble experimento. Algún trabajo más apetitoso sobre el papel que en su materialización final. Como el Scratch my back, temas ajenos deshuesados por Peter Gabriel, o I'm new here, el intento de sacar jugo al pobre Gil Scott-Heron.

- 7º Negro sobre negro. A estas alturas, nunca faltaba el rapero intimidante. Nadie se enteraba de lo que parloteaba pero, amigo, ¡sus construcciones sonoras! Dado que el hip-hop lleva una temporada de ensimismamiento, mejor optar por una freak tipo Janelle Monáe, algún adusto disco africano, o -¡perfecto!- la B. S. O. de Tremé.

- 8 Exijo mi medalla. Deliciosamente fraudulento: destacar un disco de jazz europeo o vanguardia dura. Supone atribuirse conocimiento de campos esotéricos; vas de farol pero nadie se atreverá a rechistar.

- 9º El producto nacional. Eternamente enfurruñado con la industria, el especialista aplaude a los guerrilleros que regalan su música en Internet. Puede optar entre, por ejemplo, el humor generacional de Los Directivos o las visiones de Pony Bravo.

- 10º El detalle populista. El plumilla pretende aquí demostrar que, aunque lo contradiga el resto del top ten, también pertenece a la raza humana. Lo hace proclamando una sospechosa pasión por algún superventas o ritmo popular. No vale el reggaetón -lo reivindican pinchadiscos foráneos de alto caché- ni tampoco Lady Gaga o Beyoncé: no sacaron disco en 2010. Siempre queda... Shakira. ¿Una boutade? En Estados Unidos, donde no entienden sus letras (¡ni siquiera las cantadas en inglés!), es tratada como una artista seria. Puede que sí pero en el género burlesque.

lunes, 13 de diciembre de 2010

De ruidos y leyendas

Desde hace semanas tenía la intención de escribir aquí algún texto referido a John Lennon. Ahora que se cumplen treinta años de su asesinato, uno pensaba que podía contribuir a iluminar un poco más su figura con unas palabras de homenaje. Pero visto el cúmulo de artículos que han rondado por la prensa en los últimos días, los reportajes en televisión y las biografías dedicadas (nuevas y reeditadas), deseché la idea por abrumadora indigestión. De manera que preferí guardar silencio y volver a escuchar sus discos. Hay artistas a los que se ha venerado tanto que la repetición de sus nombres sólo añade ruido y leyenda. Y en el caso de Lennon, esa exaltación ya está más que cumplida.
El próximo 19 de diciembre hará diez años de la muerte de Carlos Cano, al que con suerte, pese a los muchos elogios que se leerán, nunca adoraremos como a una leyenda 'beatle'. Por fortuna, Carlos Cano no proyectará jamás ese impertinente ruido de la fama, de la estrella inalcanzable, mitificada, que concede entrevistas frívolas y firma autógrafos condescendientes. Al menos, así lo imagina uno. A pesar de no haberlo conocido, de Carlos Cano guardo montones de referencias e historias narradas por amigos comunes. Recuerdo de él anécdotas y conversaciones que nunca presencié, mantengo vivos gestos suyos que nunca observé, e incluso todavía oigo su risa y temo su silencio y su enfado y su mala follá granaína. Todo sin haberlo conocido. O mejor dicho, habiéndolo conocido por el relato de otras personas en las que sembró una amistad inquebrantable.

Hace seis o siete años me propusieron hacer un estudio sobre los temas de Carlos Cano y acabé abandonándolo. A medida que fui empapándome de su biografía, de su compromiso con Andalucía y con los más desfavorecidos, comprendí que era imposible analizar con método alguno a una persona tan llena de pasión. Entendí que sus canciones estaban hechas para sentirlas y no para diseccionarlas con un bisturí. Desde entonces, pude disfrutar mejor sus letras y sus melodías, esos discos que guardo como oro en paño: "A duras penas", "Cuaderno de coplas", "A través del olvido", "Mestizo", "El color de la vida"...

Esos álbumes y un himno de Andalucía que le oí cantar en un estadio de fútbol son los únicos recuerdos verdaderos que conservo de Carlos Cano. El resto es literatura, es decir, relatos contados por otras personas que admiraron al artista no como leyenda o estrella lejana, sino como a un amigo irrepetible.

jueves, 7 de octubre de 2010

Por fin, Mario

Algunos, que no muchos, se preguntarán por qué una entrada como ésta en un blog de música. Y la explicación sobra: no he podido contener la alegría de saber, hace unos horas, que a Mario Vargas Llosa le han concedido el Premio Nobel de Literatura. Casi he acabado por tomarlo como un éxito personal, después de varios años de lectura y admiración de sus novelas y sus artículos periodísticos. A pesar de que no tengo una opinión demasiado positiva sobre los premios, y menos del Nobel, donde se enredan tantos intereses políticos y empresariales, pienso que por fin se hace justicia con este galardón. Demasiado ha tardado. Demasiados autores han desfilado, año tras año, por la pasarela de la Academia Sueca brindando su pergamino, respaldados por grandes casas editoriales y con trayectorias más bien discretas. Por odiosa que sea la comparación, me resultaba incomprensible cómo un escritor como Vargas Llosa no había sido reconocido con el Nobel, y sí lo había merecido un novelista como el sudafricano J. M. Coetzee, del que leí tres novelas en 2003 sin hallar un mínimo atisbo de tan elevados elogios como le tributaban determinados críticos. Quizás, fuera que su firma estaba ya en la nómima de la todopoderosa Random House Mondadori, la compañía que copa el mercado del libro a nivel internacional. O quizás, tocaba premiar a algún representante africano (por supuesto, blanco), contrario al apartheid.

Ocurre que cuando una historia emociona y hace reflexionar más allá de lo que acontece en el día a día, el lector termina por sentirse identificado con el escritor. Lo toma prácticamente por un amigo, y a sus personajes (Zavalita, el zambo Ambrosio, Ricardo Arana, El Jaguar, Teresa..), como hermanos. Me imagino que ésa ha sido la sensación que han tenido muchas personas al conocer hoy la noticia de Vargas Llosa y su Nobel. Al menos, ésa ha sido mi experiencia. Hace unos tres años, cuando el escritor peruano presentaba Travesuras de la niña mala, tuve la ocasión de conocerle y hacerle varias preguntas en un programa de televisión, al que acudí invitado por un amigo. Cosa que no agradeceré lo suficiente, puesto que me dio la oportunidad de charlar con Vargas Llosa una vez acabada la grabación, sin apenas testigos delante. Aunque no fueron más que unos minutos, en los que abordé (o, más bien, asalté) al novelista, mientras lo desmaquillaban, pude comprobar de cerca su amabilidad. Con lo cual, vi cumplido el tópico aquel que dice que los artistas más sobresalientes son, precisamente, los más próximos.

En aquel momento, no tuve otra idea en mi cabeza que preguntarle por Julio Cortázar. Le señalé que había visto en uno de los personajes de Travesuras de la niña mala algún retazo del escritor argentino y, a renglón seguido, le confesé que no había leído una historia tan llena de pasión como Rayuela. Y que, probablemente, por más imprudente que fuera, nunca volvería a leer nada igual a Rayuela, algo que me emocionara tanto. La reacción de Vargas Llosa no pudo ser más complaciente. Me preguntó con qué edad la había leído y me comentó que aquella novela era una aventura para los jóvenes, que marcó a toda su generación. Aun así, pensaba que eran incluso mejores sus cuentos. Me refirió alguna vivencia que compartió con Cortázar en París y, con una sonrisa nostálgica, me contó cómo éste y su primera mujer, la gallega Aurora Bernáldez, fueron capaces de dejar una posición estable, de gran beneficio económico, como traductores en la Unesco, para dedicarse exclusivamente a leer y escribir. Una pasión por la literatura, según Vargas Llosa, que sólo había reconocido en Cortázar y en Octavio Paz.

Pequeños detalles como éste, por nimios que parezcan, acaban por unir más a un escritor y a un lector. Ahora que el novelista es reconocido a nivel mundial y que tiene la vitola de ser Premio Nobel, estas vivencias le parecen a uno cuanto menos una hazaña. Algo que rememorar con cariño. Probablemente, lo más provechoso de un galardón como éste sea que muchas personas que no habían leído nada de él se acerquen a sus historias. Y los que ya habíamos leído algo suyo (que no todo), volvamos a su escritura tan magnífica. Por eso, me alegro de que el Nobel haya ido a parar a las manos de Vargas Llosa, pues, a buen seguro, me hará revivir conversaciones en la Catedral; y merodear los secretos del Leoncio Prado; y viajar por Lima, París, Londres, Tokio y Madrid persiguiendo a la "niña mala", a esa Carmen chilenita que se sugiere y que nunca se deja atrapar.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Ego te absolvo, Antonio Salieri

Creo haber visto unas tres veces el Amadeus de Milos Forman, la película que retrata la vida de Mozart y de su supuesto antagonista, el compositor italiano Antonio Salieri. En cada ocasión, ya sea doblada al castellano, en edición extendida (con algunas secuencias que desechó el director), o bien en la versión original (la opción más recomendable), he tenido la oportunidad de descubrir matices que no había captado antes. Por ejemplo, la metáfora de un Mozart volcado literalmente en su trabajo, sobre una mesa de billar y lanzando las bolas al azar, a cada flanco, con cada nota que se dibujaba en su mente y en la partitura. El detalle de una ópera bufa que divierte al genio de Salzburgo y a su hijo pequeño, a pesar de que esa pieza ridiculizaba su Don Giovanni. O la ambientación sórdida de su muerte, en una mañana de niebla y lluviosa, con el fondo del Réquiem... Son imágenes y sonidos que se aprecian con mayor nitidez una vez que se repasa de nuevo la cinta, sin que ésta llegue a cansarte. Pues por más que se reconozcan las secuencias, siempre habrá en este Amadeus algún resorte oculto que termine sorprendiendo y fascinando.

Entre todas esas imágenes, idealizadas ya en la memoria, surge la de Antonio Salieri, ese músico desgraciado que narra la historia y que es verdaderamente el protagonista de la película, por encima del propio Mozart. Salieri es, en la monumental interpretación del actor Abraham Murray, el prototipo del perdedor, del hombre que anhela un éxito no correspondido, que sueña con la melodía perfecta y que, por más que lo intenta, nunca alcanza la gloria. Es el reflejo de la ambición convertida en perversión, puesto que recurre a los métodos más deplorables para acabar con Mozart. Intenta chantajear a su mujer y convertirla en su amante a cambio de unas partituras, prueba a espiar el trabajo del artista con una criada que se inmiscuye en las tareas del hogar y, por último, conduce a Mozart a la muerte con el fin de apropiarse de su última obra. Pero nada consigue. Salieri sabe que pasará a la posteridad como un ser anónimo, como un nombre más que se cita de pasada en algún libro de historia de la música, o quizás ni siquiera eso.

Y aun así, a pesar de su maldad, la figura de Antonio Salieri, o mejor dicho su representación ficticia en el cine, acaba por resultarnos entrañable. Despierta un sentimiento de piedad y de condescendencia por su inevitable desgracia. Salieri es el paradigma del mediocre, del infeliz que anhela con tanta fuerza el don artístico de su rival que termina por volverse loco. Es tal el amor y el odio que siente por Mozart que se imagina sepultado en vida cuando éste fallece. No sabe vivir sin él, sin su referencia, e intenta el suicidio. Finalmente, su obsesión le lleva a un manicomio de Viena, donde recibe la visita de un joven sacerdote, que, para su mayor desgracia, acaba confundiendo sus piezas con las de Mozart.

Al menos, al final de la película, hay un momento para la redención de Salieri. En el diálogo último con el sacerdote, el músico italiano se confiesa como el santo patrón de los mediocres, y en su salida por los pasillos del psiquiátrico grita a los locos: "¡Yo os absuelvo, mediocres del mundo!". Para Salieri, la música representa la culminación artística del ser humano y es, a sus ojos, un regalo concedido por Dios. Por ello, su rebeldía no se dirige tanto hacia Mozart, sino hacia Jesucristo, cuyo crucifijo acaba lanzando a la hoguera. Su concepción del arte tiene un fundamento divino, influido más por la fe o la inspiración que por el trabajo. En cambio, el camino de Mozart hacia la belleza es el de la constancia, el de la composición y el estudio pertinaz, agotador, que le lleva incluso a apartarse de todo, hasta de su familia, para conseguir sus objetivos. Razón por la cual uno haya sido ignorado en los manuales de música, y el otro sea venerado.

Por más que Amadeus sea una ficción, que en poco se corresponde con lo sucedido en la realidad (pues apenas se trataron Mozart y Salieri), no deja de ser bella su parábola. E, incluso, por más que nos resulte perversa la actitud de Salieri, no deja de ser cercana su postura. El odio, el rencor o la envidia son objetos de nuestro equipaje cotidiano. De ahí que su mediocridad, cuando se trata de un fin tan elevado como es la perfección artística, nos parezca entrañable. Genios como Mozart han existido pocos, a pesar de que algunos se sueñen como tales. Por eso, creo que va siendo hora de tratar con piedad a estos malaventurados mediocres. Yo también te absuelvo, Antonio Salieri.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Karlovy Vary: el agua es la musa

Por difícil que parezca, todavía existen lugares donde el ruido cotidiano lo provoca el rumor del agua, su caída libre y espontánea por manantiales y fuentes. Tan sólo por ese motivo, estos espacios merecen conservarse como un tesoro. Ocurre así en la ciudad de Karlovy Vary, que pude visitar este verano, en una breve escapada desde Praga, y que se custodia ejemplarmente a pesar de las miles de visitas que recibe cada año. Como ocurre también en ciertos rincones de la Alhambra de Granada, por los que no merodean los turistas, ni llega el eco de los claxones de los coches, Karlovy también mantiene intacta su apariencia natural y silenciosa. La presencia del agua, o más bien del rumor del agua, es casi inagotable en este punto y se combina con la arquitectura de forma prodigiosa. En Karlovy es posible encontrar tanto un imponente templo barroco como una sorprendente iglesia ortodoxa, de cúpulas azules y brillantes mosaicos. Pero, sobre todo, los edificios que dominan son los hoteles y los hospitales de estilo decimonónico –entre neoclásicos y modernistas–, puesto que Karlovy ha sido –y continúa siendo– una de las ciudades balneario más destacadas de Centroeuropa.

La arteria principal de Karlovy Vary no es, por tanto, una gran avenida plagada de coches, sino un río –llamado Teplá– al que se le atribuyen propiedades curativas. Las aguas termales del Teplá ya fueron descubiertas por el idolatrado rey Carlos, factótum en el siglo XIV del futuro Estado checo y al que se venera casi como a un santo. Desde entonces, este lugar enclavado en la región de Bohemia, y al que se accede una vez que se traspasa una parte de los Sudetes, tiene como razón de ser la de alojar a personas que buscan el descanso y la curación de sus enfermedades reumáticas, estomacales, cardiacas, respiratorias... Y así un largo etcétera, pues, como nos comentaron, en las aguas de Karlovy se cree con una fe propia de monasterio. De hecho, aún hoy miles de extranjeros mantienen la costumbre de pasar alguna temporada en una residencia de Karlovy, hacer dieta sana y pasear con un jarrito entre sus manos, del que van sorbiendo el agua que toman de las fuentes públicas, reguladas con distintas temperaturas. También los checos, como herencia de la etapa soviética, realizan estancias en Karlovy por prescripción médica y cubiertas por el seguro. Pero éstos son minoría frente a la población foránea, que remolonea entre jardines y columnatas, y, a veces, entre los escaparates de las tiendas de joyas de Bohemia, con una oblea en la mano, o bien con bolsas repletas de cremas y otros mejunges que por allí venden como propios, aunque muchos de ellos estén fabricados a bajo costo en Eslovaquia.

La atracción que ejercen el agua de Karlovy y sus bosques no surgió, por tanto, hace un par de años. Numerosos escritores, como Goethe, Schiller o Pushkin, buscaron en esta ciudad su particular 'locus amoenus', el lugar arcádico de reposo y reflexión que motivara la escritura de sus obras. También el rey Pedro 'El Grande' pasó temporadas junto al Teplá. E, incluso, Carlos Marx fue un habitual de Karlovy, como se deja ver en un monumento que le tienen dedicado. Con lo cual, se demuestra que hasta al adalid del comunismo le tentaba el lujo de los balnearios y los palacios. Pero, sobre todo, al repasar las inscripciones que figuran en las puertas de los hoteles, se observa que la mayor parte de los personajes ilustres que se hospedaban en Karlovy eran músicos. Y no cualesquiera. Mozart, Beethoven, Dvorak, Smetana, Chopin o Strauss residieron estacionalmente en esta ciudad, con la excusa probable de alejar algún mal, a pesar de que nada aquejara a sus organismos. Más que los balnearios y el brillo de los palacios, lo que perseguían estos artistas era la insporación escondida tras las cortinas de agua. Pues por poco que se atienda a su rumor, a la melodía que fluye por riachuelos, manantiales y fuentes, se adivinan notas cristalinas, que son como los latidos del corazón de la tierra. En Karlovy, el agua es la musa.

martes, 10 de agosto de 2010

Mozart y el país de las pelucas

Cuando llega el verano, el número de pelucas crece como la espuma en Viena. El motivo de este fenómeno de sustitución capilar no hay que buscarlo en causas fisiológicas ni estéticas. No se produce una repentina alopecia en los austriacos. Estas pelucas son algo más que rancios bisoñés destinados a ocultar calvas. Son cabelleras de pega, compradas en tiendas de disfraces, que imitan a aquellas otras rizadas y cenicientas que se lucían en las casas nobles y en la corte como signo de distinción. Pues en los siglos XVII o XVIII, mostrar el cabello propio, natural, era una vulgaridad. Como también lo era tener la tez morena: síntoma evidente de trabajar a pleno sol, en tareas agrícolas o callejeras. De ahí que se diera la costumbre, sobre todo en las mujeres, de cubrir la cabeza con pelucas empolvadas en talco y comer barro para provocar la palidez de la piel. Véase, como ejemplo cercano de esto último, el cuadro de Las meninas, de Velázquez, donde María Agustina Sarmiento ofrece un búcaro rojo a la infanta Margarita de Austria no para que ésta beba agua, sino para que muerda su borde de arcilla.

Tendencias de otra época. Ahora, la blancura del cuerpo es rechazada por jóvenes y no tan jóvenes –parece más bien un rasgo enfermizo–, y las pelucas provocan risa. Las de Viena, las que aparecen por todos lados –en plazas, en jardines y en los alrededores de los palacios e iglesias más monumentales–, son, en cambio, un atractivo turístico, ya que los que las llevan están contratados por empresas dedicadas a atraer a los viajeros. Generalmente son hombres ataviados como músicos de la corte, vestidos con un ajustado corpiño rojo, pantalones del mismo color, camisa blanca y corbata dorada. Cómo no, el disfraz lo rematan con la manida peluca gris sobre la cabeza. Imitan, o tratan de imitar, a Mozart. Y en su trabajo, no se resignan a que los fotografíen como pardillos, sino que procuran dejar al turista una octavilla con la información de un concierto de música clásica. Como digo, están por todas partes. Pero, generalmente, a las puertas de las iglesias, que, en verano, ofrecen conciertos a bajo coste. Aunque sean espectáculos baratos, de segunda categoría, merece la pena dejarse convencer por alguno de esos falsos 'mozart'.

Pero, más allá del genio de Salzburgo, las calles de Viena están inundadas también por los nombres de Bach, Schubert, Haydn, Strauss, Beethoven o Shostakovich. Incluso, si nos apuramos a leer alguna de esas hojas volanderas, que pasan de mano en mano, aparecerá el nombre de Salieri, aquel infeliz segundón de Mozart, prototipo de loser, que tan bien personificó el actor Fahrid Murray Abraham en el Amadeus de Milos Forman. En la capital de Austria, prácticamente hay sitio para todos los grandes compositores de la historia. Aunque, eso sí, la joya de la corona la ostenta Mozart, quien aparece retratado en carteles, hoteles, escaparates y hasta en vajillas. En el palacio veraniego de Schönbrunn, se le distingue en un cuadro como un niño prodigio de apenas cinco o seis años, que asiste, entre una multitud emperifollada, a una fiesta de gala de la archiduquesa María Teresa, aquella misma que lo mimaba y lo aupaba sobre sus rodillas tras sus recitales de cémbalo y violín. También, en Burggarten, en el fresco jardín próximo a la Ópera, se encuentra con facilidad su elegante monumento en mármol, ante un manto de césped y una graciosa clave de sol perfilada con rosas. Más oculta, en la sobrecogedora iglesia de San Miguel, hay una inscripción que señala que allí fue enterrado y estrenado su Réquiem, aunque sus restos no permanezcan ya en su fosa común. Y, por citar un cuarto ejemplo, en la Domgasse, cerca de la Catedral de San Esteban, se abre la casa donde residió durante unos tres años, entre 1784 y 1787, precisamente cuando compuso Las bodas de Fígaro.

Sea por oportunismo turístico o por verdadera veneración, la presencia de Mozart en Viena es absoluta y gratificante, por parodójico que esto resulte. Al parecer, según cuentan sus biógrafos, la rebeldía y el carácter independiente de Mozart chocaban de frente con el servilismo que pretendía imponer la monarquía a sus artistas. El músico se sintió dolido cuando en 1787 se le brindó el cargo de compositor de la corte y se le asignó la mitad del salario que recibía su antecesor, Christoph Willibald Gluck. Tampoco tenía Mozart una buena relación con la sociedad vienesa, que no supo apreciar adecuadamente dos de sus principales obras, Las bodas de Fígaro y La flauta mágica. No obstante, el compositor se sintió más reconfortado en Praga, donde se estrenó con clamoroso éxito su Don Giovanni en el Teatro de los Estamentos.

Por ello, es cuanto menos curioso que ahora se encumbre su música en Viena, después de tantas penurias pasadas en esta ciudad. Aunque esto no son más que anécdotas, y se entiende lógicamente el reconocimiento y el provecho turístico que en pleno julio hacen sus paisanos empelucados.

lunes, 2 de agosto de 2010

La Ópera de Viena

Desde el Ring, parece una caja enterrada, un edificio no demasiado alto, coqueto y elitista. La Ópera de Viena tiene la apariencia aristocrática que te hace renegar de este tipo de monumentos en una fugaz visita turística, para buscar otros más exóticos a la vista y a la cámara fotográfica. Sin embargo, una vez traspasado el umbral de su puerta, reticente aún, el teatro comienza a resultarte acogedor, cálido. Por poco familiarizado que se esté con los espectáculos que allí se representan, la Ópera vienesa empieza a imantar a sus visitantes y a hacerles perder la noción del tiempo por sus pasillos alfombrados, por salones de mármoles y estucos, hasta llegar a su centro de representación, al patio de butacas, que viene a ser una pulpa de fruta almibarada. Desde ahí, desde el corazón del edificio, a una distancia equidistante del escenario, la falsa cúpula y el palco de honor, la mirada toma matices distintos. Aquella caja enterrada se asemeja ya a un templo majestuoso, en el que sólo esperas que se atenúen las luces y suene la música.
Cuando se inauguró la Ópera Estatal de Viena, en 1868, sus dos arquitectos principales, Siccardsburg y Van der Nüll, ya estaban muertos. Fueron tan duras las críticas que recibieron del público en general y, en concreto, del rey Francisco José, que no pudieron soportarlo: el primero se suicidó y al segundo le sobrevino un infarto. Era tal el complejo adquirido, sobre todo por la odiosa comparación con la Ópera Garnier de París, que nada parecía en ella digno de elogio. Le faltaba una escalinata mayor, que le diera altura física e imperial. Y eso era un error imperdonable para aquellas fechas, en las que Viena, capital austro-húngara, intentaba sostener su primacía política frente a la emergencia industrial de los vecinos ingleses y franceses. La Ópera de Viena estaba llamada a ser el referente del Ring, el anillo o ronda que circunda el casco antiguo de la ciudad, en sustitución de la muralla medieval. Y acabó siendo, a ojos de sus coetáneos, una construcción más, casi un teatro vulgar.

Ni siquiera la obra que se representó para su estreno, el Don Giovanni de Mozart, ayudó a atenuar la decepción. El Imperio austro-húngaro atravesaba entonces su otoño y sólo tenía argumentos para levantar una ciudad historicista, que mirase al pasado. De ahí su colección de arquitectura romántica, neorrenacentista y neogótica. A pesar de todo, la Ópera de Viena continuó en su sitio y superó todas las calamidades posibles. La ocupación nazi y las bombas de los aliados, que confundieron su cubierta verde con la de una estación de tren, destrozaron en 1945 la mayor parte de su estructura. Sólo se mantuvieron la fachada, el vestíbulo, los frescos de Schwind y el Salón de Té. Decorados y miles de trajes quedaron calcinados. Aun así, los vieneses de la posguerra decidieron volver a levantar su edificio en el Ring, esta vez sin complejos. En 1955, la Staatsoper volvió a estar en uso con la representación de Fidelio, la única ópera compuesta por Beethoven.

Un año más tarde, Herbert von Karajan se convirtió en el director de la Ópera que más éxito le dio a la institución, sólo después de Gustav Mahler. Por su inmenso escenario comenzaron a desfilar cantantes invitados, que rompieron con el modelo permanente de contratación, y se hizo más habitual la presencia de músicos procedentes de la Filarmónica de Viena, esos mismos músicos que nos deleitan cada 1 de enero con el Concierto de Año Nuevo en el Musikverein, la Sociedad de Amigos de la Música, que se abre apenas unos metros más allá de la Ópera. En ésta, pervive ahora un foco melancólico que atrae tanto a turistas como a aficionados al bel canto, dispuestos a pagar el precio que sea oportuno por escuchar las mejores voces de la lírica mundial. Todo sea por no quedarse fuera de su pulpa almibarada, con la impresión, cierta o equivocada, que sólo puede sostenerse desde el Ring.

lunes, 12 de julio de 2010

Música y 'Faceboom'

Hay veces en las que una visita a la biblioteca se convierte en un ejercicio de prudencia. Como siempre ocurre, las prisas no son buenas compañeras a la hora de buscar un libro. Para ello se necesita paciencia, la cautela suficiente para elegir adecuadamente, después de cribar entre tanta palabra, entre tanto título, hasta dar con el volumen ajustado a nuestras pretensiones. Si se va acompañado de amplias lecturas, la elección será mucho más fácil. Pero aun así, ni el más curtido de los lectores escapa al peligro de tomar un libro en vano: una fruta que, al tacto de nuestras manos, parecía madura, puede acabar resultando una sandía hueca o un melón avinagrado.

Ni siquiera un agricultor de Los Palacios se salva del camelo. Las solapas de los libros (o las reseñas por Internet) son mentirosas compulsivas. Y yo, que ni soy agricultor, ni he nacido en Los Palacios, tuve mi merecido premio la semana pasada, cuando aceleradamente pedí prestado un supuesto "ensayo" titulado Faceboom, del escrito argentino Juan Faerman. Más que ensayo, la obra se asemeja a un monólogo de 'El Club de la Comedia', por su continua tendencia a hacer la gracia forzada, a ironizar con cada asunto relatado. De hecho, creo haber leído (tarde, demasiado tarde) que el autor es guionista de televisión. Lo cual no supone ningún daño irremediable a la literatura. Ni el libro ni el firmante tienen culpa de nada. Tan sólo que no era lo que yo buscaba. Al parecer, sobre Facebook y redes sociales, dicen los entendidos, no hay estudios rigurosos todavía. Es un tren en marcha, que avanza cada día. Y teorizar sobre el tema es complicado. Eso me han comentado.

De todos modos, en Faceboom acabé encontrando alguna crítica impertinente y necesaria en torno a la manida Web 2.0, que terminó por divertirme. Por ejemplo: Faerman compara la masiva entrada de usuarios en Facebook con la actitud de una persona desorientada, que tras bajar del autobús no sabe por qué calle encaminarse. Lo más común en estos casos es seguir al colectivo más amplio de gente. Si muchos van por Sierpes, yo también iré por allí. Por algo será. De la misma forma, si muchos se han adherido a Facebook, yo también lo haré. Así, al menos, no me sentiré solo, viene a decir el escritor argentino. Y lo compara con un lema "publicitario" algo chusco: "Coma mierda. Millones de moscas no pueden estar equivocadas".

A lo largo de ciento y pocas páginas, Faerman se empeña en sacarle los colores a Facebook. Denuncia que es un engaño virtual que trastoca el significado de la palabra "amistad" (¿se puede tener cientos de amigos?); un engañabobos que hipnotiza y aparta de la realidad a millones de usuarios. O bien es un museo de egos, en el que cada cual expone su vida y desea ser mirado. También recuerda que la empresa fundada por Mark Zuckerberg negocia con la privacidad de los usuarios, ya sea con o sin el consentimiento de éstos. Facebook puede ser, en opinión de Faerman, un cuchillo de doble filo, que es casi mejor no usar por sus posibles daños.

Visto así, todo o casi todo en Internet puede acabar cortándonos. No estoy de acuerdo con esto. Es cierto que Facebook saca lo más frívolo del personaje que llevamos dentro y que da rienda suelta al "voyeurismo", al mirar sin ser descubierto. También reconozco la pérdida de tiempo que supone estar, aunque sean varios minutos, enganchado a un muro donde se suelta de todo, desde arengas políticas hasta zarandajas pseudoculturales. Como si de la pared del retrete público se tratara. Pero, por más que les pese a algunos, es un canal de expresión, abierto a todo el mundo. Los medios de comunicación tienen un frente abierto en Facebook y Twitter, e incluso el futuro de la Red pasa por este "invento". Muchos han empezado a utilizar ya el Facebook casi como un sistema operativo, sustituto de la pantalla de inicio de sus ordenadores, donde se cobijan todas las aplicaciones necesarias. Y otros tantos han visto en él una herramienta para estar informados y, sobre todo, mantenerse entretenidos.

Para mí, Facebook se ha convertido en una especie de programa de radio digital, a la carta, en el que voy "colgando" canciones para que sean compartidas con mis pocos amigos. Éstos, a su vez, enlazan con otros temas. Se comentan y se añaden otros. Y al cabo de varias sesiones, he podido recordar o descubrir un buen número de grupos que no estaban antes a mi alcance. De tal manera que si esto es un cuchillo de doble filo, bienvenido sea. Todo dependerá del uso que cada uno haga con el instrumento, que será arma blanca o herramienta útil, según los casos. Al final, como en la biblioteca o en la frutería, todo acaba siendo cuestión de prudencia.

lunes, 5 de julio de 2010

'Aunque tú no lo sepas', por Luis García Montero y Quique González

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.

(Luis García Montero, Habitaciones separadas, 1994)

martes, 29 de junio de 2010

Einmal ist keinmal

Lo bueno del verano son las tardes anchas como veredas, en las que encuentras todo o casi todo: el sueño, la siesta, el bricolaje, el estudio, la ducha medianera, la carrera con el sol horizontal, la cerveza en la frontera con la noche y, por supuesto, la música y la lectura, que se disfrutan más si el ambiente está húmedo. Dónde va a parar esta escena burguesa de aire acondicionado a aquella otra prehistórica del ventilador a pilas, renqueante, cabeceando con las aspas achicharradas y dispersando el viento sofocante. No hay color, ni calor. Ahora, con este clima de oficina, un disco suena a buen disco. Lo mismo que una novela parece una buena novela. La insoportable levedad del ser es más soportable con Fujitsus, y hasta te parece menos pedante Kundera si se lee por segunda vez. "Einmal ist keinmal", me recuerda antes de fotografiar Praga. "Una vez es nada". Te lo apuntas en la agenda de la memoria y te empeñas en creer que lleva razón, que lo que ha ocurrido ya no tiene repetición y que, por mucho que lo intentes, no volverás a bañarte en las mismas aguas, ni siquiera en el mismo río. Hasta suena distinta Nina Simone. Cuando creías que esa canción ya la habías escuchado veinte veces, quizás treinta, caes en la cuenta de que no había tenido precedente. Ésta es la primera vez. Y mañana volverá a ser igual. Igual de diferente.

miércoles, 23 de junio de 2010

'This is it', éste es el profesional

Sin pretenderlo, casi por casualidad, me he topado en la televisión con This is it, la película que recoge los últimos ensayos de Michael Jackson, previos a la gira que debía iniciar el 8 de julio de 2009. No he podido evitarlo y, a pesar de haberme perdido los primeros minutos, me he clavado en el sillón hasta el final del filme, documental, making off o como se quiera llamar a este cúmulo de imágenes y música. Al terminar la sesión, la primera sensación que he tenido ha sido de lamento, de recuerdo a un artista que justo hoy hace un año que murió. En This is it aparece un Michael Jackson poco atractivo para los morbosos, para las revistas sensacionalistas y para aquellos que han escuchado de él un par de canciones. Y precisamente en ese factor radica su prodigio: en la elusión de todo elemento externo a la música, para radiografiar, paso a paso, a uno de los intérpretes más geniales que se han visto sobre un escenario en los últimos años. El sabor que deja esta película es el de un profesional excelente, humilde, cuidadoso y perfeccionista en cada detalle de su espectáculo.

Sorprende ver, después de tanto rumor y noticia malintencionada, al cantante en buena forma: débil en apariencia, flaco hasta los huesos, pero activo e irradiando una energía contagiante. Son hermosos los gestos y las palabras que les dedica a su cuerpo de baile, los mimos que hace a sus músicos y los ánimos que le dirige a su guitarrista principal, la joven y rubísima Orianthi Panagaris, para que ésta se luzca en los solos y llegue lo más alto posible en las notas finales del 'Black or white'. Michael Jackson, a diferencia de lo que podría esperarse, no se exhibe en este reportaje. Parece, más bien, espiado por las cámaras, seguido con sigilo en las pruebas de sonido y en las coreografías. Y probablemente, por eso mismo, por esa intimidad de los ensayos, se muestra en toda su esencia, sin alardes de estrella del pop, ni poses de cara a la galería. Sin querer forzar, canta emocionado 'I just can´t stop loving you' a plena voz, con el respaldo de la vocalista Judith Hill. Una vez termina el tema, pide, entre risas, que no le fuercen. "Esto es sólo un calentamiento", dice. Cuando lo que realmente acabas de ver es un directo alucinante, que más quisiera tener más de un intérprete en su momento de máxima plenitud.

This is it me ha devuelto una imagen emocionante del Michael Jackson artista, después de tanta costra y tanta carroña acumulada sobre su figura. Es el retrato del profesional que no prevalecerá, pero que, a buen seguro, guardarán muchos seguidores de su música.

miércoles, 16 de junio de 2010

"Voz del pueblo, voz del cielo", por Fernando Quiñones

Uno, que se pasa el vivir entre el verso y la prosa, que respira el flamenco y que lo ha investigado un poco, que aun –dicen– hasta puede sugerir algunos cantes arduos, no ha sido capaz de urdir para ellos una letrilla medio usadera y, todo parece indicarlo, ya no lo va a ser nunca. He aquí las expresiones y los giros, sí; ésta es la medida; éstos, los temas. Pero, después, misteriosamente, el intérprete no se halla cómodo con las palabras concertadas que incluso le gustaron antes de empezar a cantarlas. Inútil eludir el culteranismo, buscar el tic popular o la encantadora incorrección literal: el “cantaor”, que es quien manda, no logra a la postre integrar los versos nuevos con las músicas viejas. Creo que se trata de un fenómeno mucho más español que hispanoamericano; yéndonos sólo a la Argentina, creo que Dávalos o bien Borges o Sábato, puros hombres de letras, pueden atinar, como muchos otros, con la voz del pueblo y que el pueblo incluso puede llegar a cantarlos, cosa que entre nosotros, españoles, es una verdadera excepción. Contra una idea tan extendida como errónea, Federico García Lorca no lo consiguió; Manuel Machado lo rozó apenas...

“Voz del pueblo, voz del cielo”, asienta el sanluqueño cante de “mirabrás”: pero, en todo caso, de un cielo bien pegado a la tierra, bien distante también de los dilatados anaqueles de libros y de la máquina de escribir: trasminando un antiguo olor inocente a leche y a sangre, a terrón campesino y a salitre de barca. Ya he pensado muchas veces que, para lograr buenas letras de cante, hay que saber no escribir. Uno puede acercarse a ellas y eso es todo; sólo nos quedan, luego, el consuelo y el gozo de algo que nada tiene ya que ver: la especulación. El valor y el calor de los descubrimientos en los que ni repara quien canta. El adjetivo insustituible:

Acuérdate cuando entonces
bajabas descalza a abrirme
y ahora no me conoces.

(“Acuérdate... descalza a abrirme”, ¡qué emanación de entraña, de horas íntimas, voladas ya como se vuela todo!). O la emotividad de una reiteración verbal, tartamudeante, eficaz, absurda, espléndida y claro que casi imposible de aceptar por separado de su accidentada y patética melodía, la de la “siguiriya” gitana:

Hijo de mi alma,
de mi corazón,
como “te acuestas te acuestas llorando”
me acostaba yo.

¿Quién daría con ese hallazgo, sino el instinto y la pasión fundidos con una ignorancia en gracia que únicamente desconoce la gramática? ¿Y qué Unamuno o Pirandello anónimos entregó en tan breves términos este monólogo, que trasparenta al tiempo todo un pasado de amor y todo un futuro de soledad?

¿Qué quieres que tenga?
Que me han dicho que tu cuerpo
se lo va a llevar la tierra.

O esta graciosa y magistral elipsis:

Te lo dije que pasaba:
casita del jabonero,
el que no se cae, resbala.

No, no podríamos. No podríamos tramar la siguiente y descabellada asociación que surge de golpe en la garganta del cantaor, empujada por cándidos e inconcebibles etimologías y conceptos:

“Ca” vez que mientan a Francia
me acuerdo de tu presencia,
porque entre Francia y Francisca
no es grande la diferencia.

O bien:

“Sentaíto” en la escalera,
esperando el porvenir
pero el porvenir no llega.

Pulidas y siempre relucientes, como las piedras que el mar retira y devuelve, las letras del cantor del pueblo, que nada sabe, lo saben todo. Arjona salteño o Kalinka rusa, Old man Mose de Nueva Orleans o Llorona de Méjico, Percanta porteña, Amparo andaluza o Madame Doré de París o Venecia, están, por suerte, más allá y más acá de la literatura.

(Diario de Cádiz, 10 de marzo de 1967)

sábado, 12 de junio de 2010

Poveda y Mariza: Federación Musical Ibérica

Si han abierto hoy el periódico o han visto algún informativo en televisión, seguramente se hayan topado con un titular parecido a éste: "España y Portugal celebran su 25º aniversario de la firma del Tratado de adhesión a la Comunidad Económica Europea". Es decir, a la actual Unión Europea, pues aquello de la CEE suena ya tan extraño y rancio como lo del Benelux, que conformaban Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Y como estamos en la época del "revival", de la nostalgia y la milonga del "Cuéntame cómo pasó", pues ambos gobiernos, el español y el portugués, se han afanado en organizar unos fastos diplomáticos para recordar aquel evento. No niego que la rúbrica de Felipe González y Mario Soares en 1985 tuviera su relevancia económica e histórica –acababa con el "aislamiento secular"–, pero parece algo impostada esta conmemoración, tal y como discurren las cosas ahora. En una entrevista concedida a Expresso, Soares ha criticado la "mediocridad" de los dirigentes europeos actuales y "la falta de liderazgo" de la UE ante la crisis financiera y los distintos conflictos internacionales. No le falta razón. El socialista luso, como otros muchos, pensaba que de aquel sueño europeo perviviría algo más que una moneda común, una bandera con estrellas y unas mal pagadas becas Erasmus.

Probablemente, lo más positivo de esta celebración sea el nuevo acercamiento que se ha propiciado entre España y Portugal, y el deseo de que se firmen otros pactos para unir a los dos países. Proyectos como los del tren de alta velocidad entre Madrid y Lisboa, o la apuesta del portugués como segundo idioma en los institutos de secundaria andaluces, son ilusionantes y efectivos ejemplos de integración de dos pueblos que, a mi juicio, deberían ir siempre de la mano. En esto comparto plenamente la opinión de mi admirado Víctor Márquez, quien ha defendido desde hace décadas una política común ibérica. Una Federación o República, que aunara culturas hermanas. Como andevaleño y andaluz, Víctor Márquez dice sentirse más identificado con un vecino del Algarve o del Alentejo que con un señor del Pirineo oscense. Y lo mismo podrán decir extremeños, salmantinos o gallegos. Hay lazos familiares e intereses laborales que justificarían esa propuesta de Federación, sin que se considere una locura. Unidos seguramente nos enriqueceríamos más, dicho sea en todos los sentidos, y no sólo en el monetario.

Pues bien, a raíz de estos festejos por el ingreso en la Unión Europea, alguien ha tenido la feliz idea de organizar un concierto que integre las músicas españolas y portuguesas. En este caso, los intérpretes elegidos han sido Miguel Poveda y Mariza, la cantante de fado más popular en todo el mundo, una vez fallecida la gran Amalia Rodrigues. Con el acompañamiento de la Orquesta Nacional de España, los dos artistas actuarán en Madrid para hermanar flamenco y fado, dos géneros musicales propiciados por el "hado", por el destino curvo que deparan la vida, el amor y la muerte. De Poveda tengo la suerte de haber disfrutado de varios de sus directos, mientras que de Mariza conservo únicamente un disco que compré en un viaje a Lisboa, allá por el barrio de Alfama. Su título es Fado curvo (2003) y suena tan trémolo, tan emocionado, que no puedo más que recomendarlo para no viciar su contenido. Al unir las voces de Poveda y Mariza en un concierto, probablemente se confabulen también los versos de Alberti y Pessoa, de Gil de Biedma y Florbela Espanca. Con lo cual, el homenaje no estará formado sólo por coplas, sino por la poesía de ambos países. Gracias a Mariza y Poveda se hará música la utópica Federación Ibérica.

domingo, 30 de mayo de 2010

Drexler, café y azúcar

Alguien me aconsejó una vez que para hacer una buena crítica o, incluso, para firmar una buena semblanza había que combinar los ingredientes de una taza de café. Todo en su justa medida. Por ello, no había que excederse en la leche y, ni mucho menos, en el azúcar. Me dijeron que el dulzor de los adjetivos, las alabanzas constantes, acaban empalagando al lector. De tal manera que la crítica, al igual que un buen café, debe dejar un pequeño poso amargo en el paladar. El café despierta y aviva el pensamiento de quien lo toma. Y la crítica, aunque sea en papel tintado, aspira a conseguir lo mismo.

Después de asistir al concierto que ofreció Jorge Drexler en Cádiz el pasado viernes, esto de hacer un buen café me resulta complicado. Principalmente porque no me encuentro escribiendo en un periódico, no tengo comensales a mi mesa y no hay quien vigile mis movimientos y mis ingredientes. Y, en segundo lugar, porque es difícil, bastante difícil, encontrarle el punto amargo a un artista de la talla de Drexler. Casi todo en él es dulce, sutil y delicado. Desde su voz hasta las letras de sus canciones, algunas de ellas cantadas a capela, sin necesidad de micrófono, ni de acompañamiento musical. Quizás, por hacerle algún caso al maestro que me dio el consejo del café y la crítica, podría decir que falló algo la acústica del Falla; o bien fue un servidor el que no puso demasiado empeño en pagar más y bajar del "gallinero" a la platea. Pero, al fin, esto no sería un disparo al cantante, sino a uno mismo.

Jorge Drexler se presentó en Cádiz casi con el nervio de un principiante o, más bien, con la humildad de quien no ha hecho méritos suficientes en su carrera. Confesó tenerle respeto a aquel auditorio y a la ciudad, al levante que humedecía las cuerdas de su guitarra y le obligaba a afinar una y otra vez. Esa humildad fue la que cautivó al público desde el inicio hasta el final. Eso y su repertorio de canciones escogidas, en su mayoría, del último disco publicado, Amar la trama. En este álbum, Drexler se presenta con optimismo, una vez superado el valle personal y emocional que trasluce en Doce segundos de oscuridad. Ahora, le acompañan en su travesía nueva compañera y nuevo hijo, y una banda de metales brillante, que se acopla a la perfección a las canciones recientes. Tiene el disco un regusto de primavera, de balcones donde brotan flores y resuena el eco de unas calles jóvenes, llenas de transeúntes y escotes. Revive la algarabía de su barrio de Chueca, pero también las milongas del Río de la Plata, de las que no desea despegarse.

Amar la trama lanza constantes guiños poéticos, desprende dejes machadianos, vientos, caminos o tramas que albergan la felicidad más que el desenlace. Tiene el apoyo de una instrumentación variada, que en directo hace las delicias de los espectadores. A día de hoy, resulta una agradable sorpresa ver tocar la batería con la mano, como hace Borja Berrueta al arrastar el pulgar por la piel del tambor. O escuchar las melodías de temas ya clásicos con el repique de la marimba, como se hizo maravillosamente en 'Aquellos tiempos', tocada nada menos que a seis manos. O extasiarse ante el sonido metálico de un serrucho, afinado por Carles Campi, que añadía notas fantasmales, abisales, a un concierto íntimo, como cantado de tú a tú, en una sala siempre en penumbra.

Si a eso se añade la compañía de tres excelentes músicos como son Martí Serra (saxo tenor), Roc Albero (fliscorno y trompeta) y Xavi Lozano (saxo barítono), que se marcó un inolvidable solo en el cierre de 'Volando voy', la crítica y el café terminan por coger un sabor penetrante. Y si quieren más azúcar, súmenle dos cucharadas de Javier Ruibal, que apareció inesperadamente sobre el escenario para cantar su himno inédito al Cádiz C.F. y un homenaje que Drexler le hizo a su "maestro" gaditano interpretando 'Toito Cai lo traigo andao' con guitarra acústica. Y habría más. Pero entonces el café ya estaría desbordado con tanto azúcar, con tanta leche y con tanto Cádiz "levantao".

jueves, 27 de mayo de 2010

En 'Territorios' de nadie

Por primera vez en trece años, no voy a asistir al Festival Territorios de Sevilla. Simplemente, no me atrae ningún concierto. Lo que tiempo atrás se inició como una ilusionante aventura de música heterogénea, independiente y, por momentos, especializada, ha caído en tierra de nadie, con la programación de un cartel muy humilde, que, sin duda, le va a pasar factura para las próximas ediciones. Ya el año pasado, por estas fechas, le dedicaba un artículo al asunto, cuando los efectos de la crisis no hacían resentir con tanta crudeza a los ayuntamientos y a las propuestas culturales. Decía entonces que Territorios marchaba sin rumbo, con una media estocada. De la muerte súbita le salvó Wilco, el mejor grupo que ha pasado no sólo por el festival, sino por la ciudad de Sevilla en muchos años. Y ahora, en este mayo caluroso que acaba, la estocada se ha convertido en puntilla, por utilizar un símil tan grotesco como la propia "fiesta" de los toros.

Comentaba también, hace doce meses, que Sevilla se merecía una programación cultural que fuera más allá de la Cuaresma, del barroco y los tópicos que han dejado ya de engatusar al turista de calcetín blanco. Quizás, para eso se necesiten políticos con una perspectiva crítica (complicado asunto), dispuestos a replantearse los modelos establecidos y a creer en los propios ciudadanos. Con el Festival Territorios, y con otros eventos como el recientemente desaparecido ciclo de Pop-Rock en el Central, Sevilla ha puesto de manifiesto que está ávida de otras actividades. Los conciertos en plazas, en espacios públicos, funcionaron hasta que a alguien se le ocurrió la funesta idea de encerrarlos en salas y ponerles precios elevados. Al final, ni hubo beneficio económico ni se proyectó el cartel a más altura. Desde entonces, poco a poco, años tras año, el nivel de Territorios fue descendiendo hasta llegar al límite preocupante de este año.

Lo siento por los seguidores de Los Planetas o de Public Enemy, pero éstos no me parecen grupos con el suficiente caché para atraer a un público numeroso. Guste o no, la alternativa pasa por incluir un gancho más "comercial". O apelar al milagro de contratar a músicos de la categoría de Wilco, como ocurrió el año pasado. Hay que ser conscientes de que la crisis económica afecta a la cultura con más intensidad que a otros sectores y que, por ello, se necesitan ideas más atractivas. A la hora de las vacas flacas, lo primero que se recortan son las ayudas a conciertos y festivales, como si éstos fueran los principales culpables del despilfarro de los consistorios. Por eso, el Festival Territorios y su director, Juan Antonio Pedrosa, tienen ahora la heroica misión de sobrevivir con lo puesto. Esperemos que la tragedia, tan del gusto sevillano, no se consume y que ese toro se zafe del descabello.

sábado, 22 de mayo de 2010

Franco Battiato o el arte de emocionar

De la infancia tengo un vago recuerdo, forzosamente idealizado, que emerge siempre que escucho alguna canción de los ochenta. En la sala de estar de la casa de mis abuelos había un viejo tocadiscos, en torno al cual nos reuníamos hermanos y primos para escuchar discos y bailar. Entre risas, se iban sucediendo canciones de los Jackson Five, Village People, Boney M, La Unión, Mecano, Miguel Bosé, Los Pecos, Camilo Sesto... Cada uno elegía la suya. Recuerdo como si fuera ayer a mi hermana dándole vueltas y vueltas a los singles de Iván –'Sin amor' y 'Fotonovela'– y Pedro Marín –'Que no' y 'Aire'–, entonces los chicos guapos de las revistas y los que más seguidoras acumulaban en España. Por lo general, yo tenía que resignarme a escuchar lo que los demás pusieran, no fuera a romper la aguja o algún vinilo, pues casi no alcanzaba la altura del tocadiscos.

Entre esas canciones, que fueron prácticamente mis nanas de infancia –o, al menos, las que han permanecido más vivas en el recuerdo–, aparecen dos de Franco Battiato, 'Voglio vederti danzare' y 'Cerco un centro di gravità permanente', que alguien del grupo familiar ponía a girar con un mínimo de gusto musical. Si la memoria no me engaña demasiado, recuerdo que esas canciones sonaban con sus letras originales, en italiano, a pesar de que las versiones en castellano ya circulaban por España con bastante éxito. Era la época pop de Battiato, el periodo de El arca de Noé y Nómadas, los años en que Martes y Trece lo parodiaban en el programa de Nochevieja y vendía en Italia casi tanto como el Thriller de Michael Jackson. Fue tanta la popularidad de Franco Battiato que llegó a participar en Eurovisión en 1984 con una canción preciosa titulada 'I treni di Tozeur', interpretada junto a Alice. Lógicamente, no ganaron. Quedaron en quinto lugar, justo detrás de Nino Bravo.

Después, Franco Battiato cayó en un olvido necesario, sanador, y su lugar como representante de la música popular italiana lo ocupó un joven gangoso llamado Eros Ramazotti, que también cantó en castellano y llenó estadios en España. Battiato, no obstante, continuó publicando discos, quizás mejores que los anteriores. Dejó sus bailes extraños, inspirados en las danzas de George Gourdjieff, y emprendió una trayectoria como cantautor místico, que no satisfizo demasiado a las casas discográficas. De hecho, sus siguientes álbumes están repletos de referencias a la doctrina del Cuarto Camino, a la unificación de las religiones, a la paz y al amor. En una vuelta de tuerca, el cantante se desdobló en director de cine, en poeta y en productor de ópera. Vocaciones artísticas que combinó con la pintura, bajo el seudónimo de Süphan Barzani.

Ahora, casi treinta años después de aquellos éxitos del "italo-progressive pop", el nombre de Franco Battiato aflora de nuevo en los diarios españoles, tras exhibir una colección de pinturas en Lodi. Esta vez, el artista se presenta con su nombre real, sin esconderse bajo ningún apodo turco o armenio. Al parecer, según leo en una información que publica El Mundo ("Franco Battiato o el arte de innovar"), el intérprete ha perdido el temor a mostrarse como pintor y desea dar a conocer una faceta desconocida, cuyos trazos corren paralelos a sus melodías y sus hermosos versos. Su apellido siciliano emerge de nuevo, y con él los recuerdos y las ansias por recuperar esas canciones que me devuelven a la infancia. A ese "tiempo sin tiempo del niño", feliz, inocente y completo.

viernes, 7 de mayo de 2010

Una serie de catastróficas desdichas: Otis Redding

Hay "colgado" en Youtube un vídeo que he podido ver una veintena de veces. Se trata de una actuación de Otis Redding, interpretando 'Try a little tenderness', una de sus canciones emblemáticas, mezcla de soul y rock. Las imágenes pueden ser de 1966 ó 1967: Redding con camisa abierta y sudada, pantalón blanco ajustado y una energía exorbitante sobre el escenario, que se traslada al espectador más allá de los años, incluso más allá de la pantalla. La emoción contenida del comienzo de la canción y el desenlace furioso, pidiéndonos que "probemos un poco de ternura", erizan la piel. Al ver esa grabación, comprende uno el desbordamiento del público cuando está a punto de acabar la actuación y se agolpa a los pies del artista. Y comprende uno, también, los motivos por los cuales Redding se ha convertido en una especie de clásico, un intérprete de culto, que merece custodiarse con aura de leyenda. Más si cabe por su intensa y desdichada trayectoria.

La historia de Otis Redding se limita tan sólo a 26 años, los que vivió entre las aguas bautismales de Georgia y las aguas fúnebres del lago Mononoa, en Wisconsin, donde se precipitó el avión en el que viajaba junto a su banda el 10 de diciembre de 1967. Redding era hijo de un ministro baptista, que llenó su cabeza de sermones y gospel. Como ha ocurrido en tantos casos de maestros del soul, el coro de la iglesia se convirtió en su primera escuela musical y en el primer escenario para curtir la voz y el sentimiento de una raza maltratada. Cuentan que en su niñez y adolescencia, se presentó a un concurso de jóvenes talentos durante 15 años consecutivos y en todos ellos ganó el primer premio. Hasta que se le prohibió participar para darle la oportunidad a otros. Lo siguiente sería probar con un grupo amateur llamado The Pinetoppers, que imitaba a sus cantantes de soul preferidos, y seguir intentándolo hasta que llegara el golpe de fortuna. Ese momento de azar ocurrió en octubre de 1962, cuando se le invitó a rellenar unos minutos vacíos en un estudio de grabación. Redding, entonces un completo desconocido, cantó la balada 'These arms of mine'. Si la imaginación vuela, podríamos dibujar la escena de unos productores estupefactos ante el filón encontrado casi por casualidad. Los dueños de la discográfica serían ahora los que habían tenido el golpe de fortuna, y no al revés.

El single entró en la lista de los cien más vendidos y fue el primer eslabón de una cadena de temas inolvidables: 'I've been loving you too long', 'Mr. Pittiful', 'Respect' o la electrizante 'Try a little tenderness', con la que acostumbraba a cerrar sus espectáculos. Entre esos directos, ha quedado para la posteridad su actuación en el Festival de Monterrey de 1967, en el que interpretó, además, su magnífica versión del 'Satisfaction' de los Rolling ante un auditorio hippie, embelasado por la potencia de su voz. En Youtube, cómo no, se pueden rescatar esos conciertos, mitificados casi al mismo nivel de Woodstock por la calidad de sus componentes: The Animals, Simon & Garfunkel, The Steve Miller Band, Jefferson Airplane, Ravi Shankar, The Mamas & The Papas, The Who, Jimi Hendrix...

Poco después de su aparición en Monterrey, Redding continuó su gira en San Francisco, en cuya bahía dicen que se recluyó. Vivió durante unas semanas en una casa-bote amarrada a un muelle, junto al mar. Al parecer, el cantante había descubierto el Sgt. Peppers de los Beatles y escuchaba su música antes de ir a dormir. La soledad, el sol de la mañana, el batir de las olas y el sonido de las gaviotas terminaron por inspirarle una canción que se convertiría en su estandarte, 'The dock of the bay', y la que, a la postre, supondría su última grabación. Era diciembre de 1967 y Redding había gastado su corta vida entre las aguas bautismales de Georgia y el noray de un muelle viendo los barcos partir. Estaba en lo más alto, flotando sobre una nube.

viernes, 16 de abril de 2010

Luz en la ciudad de la luz

Francia y sus gestores culturales tienen la virtud de privilegiar el arte por encima de cuestiones absurdas de la política. Eso, al menos, nos parece desde fuera. Quizás estemos equivocados y todo sea el resultado de una engañosa campaña publicitaria, por la que aceptamos lugares comunes del tipo "Francia respeta y fomenta la cultura". Pero no. Los datos que se ofrecen en informes no forman parte de una estrategia de márketing, aunque las compañías turísticas se sirvan de ellos en su beneficio. Las cifras acerca de la inversión del gobierno francés en prensa, editoriales, patrimonio histórico, museos o cine no van por ese camino. Quizás estemos equivocados, seguro que sí, y Francia no sea ningún "paraíso de la excepción cultural". Ahora bien, de lo que podemos estar medianamente convencidos es de que esa atención por la cultura es mucho mayor que en España.
Otra de las virtudes de los franceses se encuentra a la hora de premiar a artistas españoles, que aquí permanecen olvidados, menospreciados o, en el peor de los casos, ignorados. En muchas ocasiones, esos galardones ejercen a modo de "despertador" o de "agenda", que recuerda la existencia de tal cineasta o de tal escritor. Probablemente sea otro tópico decir que sin Francia Pedro Almodóvar no hubiese tenido el reconocimiento generalizado que le costó conquistar a nivel nacional. Reconocimiento por el que se le sigue ajusticiando, pues con cada movimiento suyo, con cada película, aparecen unos personajes casi inquisitoriales (llamados "críticos") que, sin haber visto ni tan siquiera una secuencia del filme más reciente, van armando las patas del patíbulo.

Junto a Almodóvar, tenemos otros casos célebres de éxito en Francia y denuesto en España. A bote pronto, surgen los nombres de Victoria Abril, que soporta en "casa" una vitola de ninfa envejecida, cuando es, al menos para mí, una de las actrices más perfectas que he visto en la gran pantalla; Fernando Arrabal, de cuyo pecho cuelga el sambenito (tan inquisitorial éste) de escritor "alucinado y borracho", cuando ha sido uno de los autores teatrales más rebeldes e inteligentes que han existido en la literatura española del siglo XX (cargada de tantos dramaturgos geniales); o el almeriense Agustín Gómez Arcos, novelista completamente desconocido en España, exiliado voluntariamente, al que ahora se intenta recuperar con nuevas traducciones editoriales, doce años después de su muerte y tras haber permanecido durante mucho tiempo sobre el pedestal literario de un gran lector como fue François Mitterrand. De hecho, según relata una información de El País, fue finalista del Goncourt y condecorado como Oficial de la Orden de las Artes y las Letras francesas en 1995, la más alta distinción cultural que se otorga en el país galo.

A ellos se les podrían sumar, en el terreno de la música, los nombres de Paco Ibáñez y Raimon. El último caso de estos "profetas" en Francia ha sido el de Luz Casal, cantante por la que tiene predilección un servidor. El pasado 14 de abril, Luz recibió la Medalla de Oro de París, de manos del alcalde Delanoë y la teniente de alcalde Anne Hidalgo, política, por cierto, de orígenes sanluqueños. No voy a decir que Luz Casal haya sido una "olvidada" en España, pero sí que le ha costado ganarse un lugar respetable en la música. Le ha costado mucho más que a otros, quizás por sus comienzos ligados al rock. En los noventa, con su interpretación de 'Piensa en mí', para la banda sonora de Tacones lejanos, Luz sorprendió a muchos por su capacidad para cambiar de registro y a partir de ahí se fue ganando el puesto que se merecía desde mucho antes. Bolero a bolero. O canción a canción, porque no hay género con el que no se atreva. Acostumbrada a arriesgarse, a caminar por el borde del precipicio, como ha comentado a raíz de su último disco, La pasión: "Lo que hisciste ayer no sirve para hoy. Cada día es una cosa nueva. Esa incertidumbre es la que nos agarra a todos por ahí, por esa parte, es la que nos tiene al borde del precipicio siempre".

miércoles, 7 de abril de 2010

Los principiantes absolutos de Colin MacInnes

1956 no fue un año glorioso para Gran Bretaña. Al menos, en el terreno de la política. El general Gamal Nasser movilizó a las tropas egipcias para ocupar los territorios del Canal de Suez y acabar, de una vez, con la colonización británica en una de las zonas más codiciadas del planeta: el paso marítimo entre el Mediterráneo y el Índico, que reportaba grandes beneficios comerciales al Imperio desde la época victoriana. El objetivo de Nasser era nacionalizar ese punto estratégico para construir la presa de Asuán y, de paso, despojarse del control de una Inglaterra que daba sus primeras muestras de debilidad. Sobre todo, porque el primer ministro, Anthony Eden, no tenía esta vez el apoyo militar de sus "primos" norteamericanos, parientes groseros y desgarbados, pero siempre leales a la fuerza y con más recursos en armas y en soldados dispuestos a jugársela por un salario o una medalla de héroe de guerra. Estados Unidos no estaba dispuesto a entrar en este conflicto con Egipto y comprometer "otros intereses" en Oriente Medio. Así que Nasser acabó saliéndose con la suya (también se aprovechó de ello Kruschev) y expropió una empresa vital para el gobierno inglés.
El Canal de Suez vino a ser la brecha por la que comenzó a desangrarse el Imperio británico. La herida que mostró la fragilidad inglesa ante los ojos del resto de pueblos colonizados, ávidos por repetir la hazaña egipcia. Fue el principio del fin de un periodo "glorioso" en política, y el inicio de una etapa cultural distinta, la del inward looking, la de la mirada interior, menos ambiciosa en la política, pero, quizás, más sincera en lo que respecta a su sociedad. Los años finales de los cincuenta marcaron un punto de inflexión, a partir del cual se replantearon muchos aspectos, desde la educación victoriana e imperialista hasta las formas de producción industrial. Todo ello ocurría, como siempre, ante la mirada atenta de la literatura, que fue espejo de aquellos cambios. El declive del Imperio británico aparece retratado con diferentes miradas, con diferentes estilos, pero con un sentimiento común, en las obras del dramaturgo John Osborne, en los cuentos de Angus Wilson o en las novelas de Kingsley Amis, padre del ahora exitoso Martin Amis.

Casi de la nada empezó a emerger en la literatura inglesa un ambiente que antes parecía oculto o soterrado. De ahí el underground. A partir de esas fechas comenzaron a percibirse, en la realidad y en la ficción, situaciones descarnadas (violencia en las calles, adicciones a las drogas, noches a la intemperie), muy lejanas a las almibaradas escenas del té a las cinco. Las páginas de los libros empezaron a poblarse de "junkies", proxenetas, homosexuales, inmigrantes... Pero también de jóvenes principiantes, "absolute beginners", como los calificó Colin MacInnes en su "trilogía de Londres"; adolescentes que amaban el jazz y el rock, y que acudían a los cafés de moda, al estilo francés, y no a los pubs de irlandeses, donde la calefacción y los cómodos sillones hacían más apacibles las tardes de lluvia. McInnes radiografió esa escena suburbial del West End, en la que despierta una sexualidad ambigua y en la que alzan la voz los jamaicanos y el resto de caribeños que habitan en Notting Hill, no precisamente para cantar el "Dios salve a la Reina". Los sucesos ocurridos en el verano de 1958, entre agosto y septiembre, fueron llamados "Notting Hill race riots" y un eco de aquellos disturbios (tan similares, en cierto modo, a los acontecidos en París hace cinco años) aparecen retratados en el Absolute begginers de MacInnes.

Esta novela influyó en gran medida a los jóvenes que posteriormente ocuparían las posiciones principales de la cultura anglosajona, ya fuera en la literatura, el cine o la música. En este último ámbito sólo hay que repasar la interminable lista de movimientos contraculturales que nacen a partir de los años sesenta para darse cuenta del efecto contestario: mods, beatniks, punks, etc. Todos ellos son herederos de esa fragilidad del Imperio, de ese golpe militar de Nasser, y, si bien para los conservadores, fueron el síntoma del fracaso educativo; para otros, progres y mitómanos, fueron el símbolo de un cambio generacional. Cuestión de opiniones. Lo que sí es evidente es que la música popular se transformó radicalmente en esa época y de ella bebieron grandes músicos, como Paul Weller, que se inspiró en el Absolute beginners para escribir un tema para The Jam en 1981. Y, por supuesto, el camaleónico David Bowie, que en 1986 participó en la adaptación cinematográfica de Julien Temple. Aunque Bowie no deje un registro como actor para la historia, sí merece la pena, y mucho, la canción que compuso para la película.

sábado, 20 de marzo de 2010

A vueltas con la 'Ley de Internet'

Si han estado atentos a los medios, sabrán que ayer, 19 de marzo, el Gobierno aprobó el envío al Congreso del anteproyecto de Ley de Economía Sostenible, es decir, la renombrada 'Ley de Internet' o, para los más chuscos, 'Ley Sinde'. Aunque la iniciativa puede ser revisada e incluso rechazada, todo apunta a que discurrirá por su cauce parlamentario con normalidad. Avanza así un paso más esta ley que pretende, entre otras cosas, cerrar con un escaso margen de cuatro días aquellas páginas web que vulneren los derechos de autor. ¿Quiénes serán los encargados de actuar de oficio y de decidir que los espacios virtuales cometen un delito? Pues una serie de personas integradas en una comisión dependiente del Ministerio de Cultura. ¿Y quiénes formarán esa comisión? Pues personas "ilustradas" e "interesadas" capaces de determinar cuáles son los contenidos no autorizados. "Gestores" los llaman, con tono burocrático y eufemístico; cuando en realidad habría que decir que serán delegados de la SGAE, colocados ahí (presumiblemente con buenas asignaciones salariales) para vigilar como perros de presa cualquier movimiento en Internet.

Casi todo el mundo tiene claro que vulnerar los derechos de autor es un delito. Escritores, músicos o directores de cine no viven del aire, se entiende. Pero surgen muchas preguntas al respecto. ¿Realmente aumentaría el número de ventas de un disco si se eliminaran esas páginas web? ¿O iría más gente a las salas de cine? Las redes P2P han contribuido a enriquecer a una serie de personas que piratean con música o cine, por poner un par de ejemplos. Pero, a pesar de todas las acusaciones que puedan lanzarse, han contribuido a enriquecer el "tráfico cultural", por utilizar un eufemismo también de tono administrativo. Mucha gente que no tenía acceso a música de otros países o a un cine más independiente, que no aparece ni de lejos por las carteleras de nuestros cines, han encontrado en estas redes un tesoro. Un tesoro que, si se actúa con responsabilidad, aporta mucho más de lo que quita. Es decir, ¿alguien cree que a Víctor Manuel le llega la inspiración en forma divina? ¿O que Bisbal nunca se ha "bajado" un disco? Un Bisbal que, por cierto, se hizo famoso (y no músico, como algunos lo llaman) cantando temas de otros en un programa de karaoke.

Leo comentarios en Internet de personas indignadas por esta medida. Algunos jóvenes, que intentan sacarse un dinero interpretando su propia música en bares, tienen constancia de que a los dueños de los locales que les sirven de escenario la SGAE les cobra su respectivo canon. De antemano. Al parecer, unos 150 euros, sin que ni siquiera esos jóvenes toquen canciones registradas por otros músicos. ¿Qué beneficio pueden obtener esos chavales, que como mucho se quedan con los cuatro euros que les dejen en copas?

Otro caso leído: un aficionado a los seriales de radio encuentra por una red P2P un conjunto de programas de terror que emitía RNE hace décadas. Según su comentario, ni siquiera en el archivo de la emisora disponían de estos documentos sonoros (o no se los quisieron pasar) y los halla en Internet, gracias a otra persona aficionada a la radio. Si fuera un investigador, por ejemplo, una persona dedicada a estudiar la historia de la radio nos habríamos quedado sin esa aportación al no existir este método de transferencia de archivos. En otras palabras, habríamos cortado el eslabón de una cadena de conocimiento.

Me pregunto otra vez: ¿aumentarían los réditos de las cadenas de radio, de las productoras de cine o de los sellos discográficos? Quien ame la música o el cine, no va a dejar de "consumirlos". Perdón, quien ame la buena música y el buen cine. Porque, generalmente, quienes protestan son los menos indicados en este asunto. En mi caso, desde que tengo conexión a Internet, he comprado más discos que nunca. Primero, porque esas redes me han dado la posibilidad de conocer artistas que no hallaba por otros medios. Y segundo, porque simplemente me gusta tener el objeto, el disco o cd físico, y no una triste carpeta en el escritorio de mi ordenador.

martes, 16 de marzo de 2010

Linda Ronstadt, la rockera mariachi

A mediados de los años setenta era portada de Rolling Stone y Time, vendía millones de discos, ganaba toda clase de premios (obtuvo en total 11 Grammys) y se la relacionaba con hombres influyentes de la política y la cultura, entre ellos el gobernador de California Jerry Brown y el director de cine George Lucas. Linda Ronstadt era llamada, en esa afán de los apodos de las revistas musicales, la "Primera dama del Rock"; seudónimo que después llevarían tantas otras, con mayor o menor fortuna. Aunque, en este caso, algo de razón había en aquel sobrenombre. Hoy, sin embargo, treinta años después, la "gran reina de la música" es una completa desconocida (al menos, en España) y, esta vez, no por "una serie de catastróficas desdichas", ni por causas ajenas, sino por decisión propia. En la actualidad, aunque no haya abandonado los estudios de grabación y los escenarios, Ronstadt prefiere ser una buena ama de casa, cuidar de sus dos hijos y cantar sólo las canciones que le apetece cantar. Por ejemplo, rancheras.
Repasando rápidamente la biografía de Ronstadt, encuentro que nació en Tucson (Arizona) hace 63 años y que sus inicios en la música estuvieron ligados irremediablemente al folk. Es decir, al country del sur de los Estados Unidos, esa inagotable cantera que no pasa de moda, como no pasan de moda ninguna de las música enraizadas en la tierra. Perteneciente a una mestiza clase media, de ascendencia alemana y mexicana, Ronstadt logró sus primeros éxitos una vez que se abrió a otros géneros, al rock, al rythm and blues, al pop... Junto al productor Peter Asher vivió, a partir de 1974, su década dorada gracias a discos como When will I be loved, Heat wave o That´ll be the day. Algunos temas suyos ('It´so easy', 'You´re no good', 'Long long time') se convirtieron en himnos de la época, mientras contribuía a hacer más grandes las canciones de otros, como el impresionante 'The first cut is the deepest' de Cat Stevens. Linda Ronstadt fue una gran "versionadora" de clásicos, de las que adoptan una canción ajena con respeto y la convierten en una pieza tanto mejor que la original, como así hizo con temas de sus admirados Elvis Costello, Neil Young y Buddy Holly (genial su 'It doesn´t matter anymore').

Cansada de la música "comercial", del rock y el pop encorsetado, según he leído en unas declaraciones suyas, decidió a finales de los ochenta hacer un paréntesis en su carrera. Al parecer, Linda Ronstadt quiso regresar a su tierra de origen, donde podía reencontrarse con sus raíces familiares y musicales. Por eso, en homenaje a la familia de su padre y a las canciones que escuchaba siendo niña, empezó a interpretar boleros y rancheras mexicanas, a pesar de no ser bilingüe. No es muy común ver a una yanki, amante del country, cantar 'El sol que tú eres' con un mariachi, pero el mestizaje hace posible lo imposible. Como lo hace posible también Internet, que me ha facilitado, casi sin buscarlo, una historia maravillosa. Ya está en mi altar musical Linda Ronstadt, junto a una estampita de la Virgen de Guadalupe.

viernes, 5 de marzo de 2010

La primera vez

La última entrega de los premios Goya tuvo, al menos para mí, un momento estelar, emocionante como ningún otro. Mucho más vibrante, dónde va a parar, que la aparición de Pedro Almodóvar para cerrar la gala y llevarse él todo el protagonismo. El instante al que me refiero fue la entrega del galardón honorífico a Antonio Mercero. No porque ese director haya sido santo de mi devoción (odiaba 'Verano azul' y 'Farmacia de guardia'), sino por sus circunstancias personales. Mercero padece, al igual que miles de personas en todo el mundo, alzheimer. Verle hacer un esfuerzo para reconocer a gente que hasta hace poco tiempo eran compañeros habituales te pone un nudo en la garganta difícil de digerir. Más aún, cuando escuchas las palabras de sus hijos recogiendo el premio. Decían que, al menos, su padre tenía la satisfacción de vencer a la enfermedad viendo una y otra vez Cantando bajo la lluvia como si fuera la primera vez.
No consuelan demasiado esas palabras, pero son hermosas. La memoria es una facultad necesaria, vital. Sin embargo, a veces, muchas veces, entorpece al asombro, a la sorpresa, también necesaria. Cuando vi por primera vez Cantando bajo la lluvia me quedé literalmente con la boca abierta. Y lo mismo me pasó cuando conocí a la Maga. O cuando escuché una canción que decía "something in the way she moves, attracts me like no other lover". Ahora, si vuelvo a ver de nuevo esa película, si leo otra vez Rayuela, o si escucho por enésima vez a los Beatles, la sensación no es la misma, no es tan intensa. Aunque sean obras maestras y tengan resortes ocultos para erizarte la piel cuando menos lo esperas. Los sentidos están ya preparados y la memoria pone sus barreras, por suerte.
Por suerte, y no voy a caer en la nostalgia barata, queda mucho por descubrir: libros, canciones, películas, personas... Así que a leer, a escuchar música, a ir al cine y... a eso. Buen fin de semana.

sábado, 20 de febrero de 2010

Liverpool con acento sevillano

Hasta el domingo pasado no había tenido ocasión de presenciar un directo de Los Escarabajos, la banda sevillana que ha recogido el repertorio de los Beatles como santo y seña de su trayectoria. Fue en la sala Toscana, de Alcalá de Guadaíra, pueblo que pide a gritos una programación musical coherente con su crecimiento urbano. La sensación dejada por estos seguidores de los Fab Four fue inmejorable. Es complicado asumir una tarea como la de emular a los Beatles (sin duda, tiene que pesar la carga de responsabilidad y la comparación), pero mayor tiene que ser la satisfacción que se obtiene después de recibir el aplauso de un público entregado, que ha coreado los temas y ha hecho decenas de peticiones. José Antonio Vaquerizo, Miguel Labrado, Benjamín Serrano y Enrique Sánchez tienen tal capacidad para mimetizarse con George, John, Ringo y Paul, que consiguen transportar al oyente a un espacio distinto. Su música funciona a modo de máquina del tiempo, con poderes mágicos para convertir por momentos un café cualquiera en la Caverna de Liverpool.
Según leo en la página web del grupo, ésta es la décimosexta formación de Los Escarabajos. Me imagino que algo tendrán que agradecer los actuales componentes a los anteriores, pues, a buen seguro, cada uno habrá aportado su grano de arena para hacer realidad este sueño sevillano, que se refresca constantemente con nuevos proyectos, desde que en 1993 iniciaran su andadura. Para 2010, se han propuesto culminar una gira titulada "One By One (Ontological Tour)", que consiste en presentar, una por una, las canciones que el cuarteto inglés nuncó interpretó en vivo. Un reto novedoso, que se suma a los nueve discos que tienen grabados, los continuos directos que ofrecen (una media de cien por año) y la presencia, desde 2003, como representantes españoles en la Beatle Week de Liverpool, donde se reúnen selectos fieles de la banda.
En el tiempo que trabajé en Abc, hace unos seis o siete años, tuve a un compañero en Cultura que no paraba de "sacar" a Los Escarabajos, dándole bola a sus conciertos y entrevistándoles (todavía lo hace). Una noche, a punto del cierre, recuerdo que el jefe de sección le lanzó una puya por su fijación con Los Escarabajos. Yo, como no los conocía entonces (no sé en qué estaría pensando), le di la razón en silencio. Pensaba: ¿qué tendrán éstos para que aparezcan cada semana en el periódico? Pero, ahora, después de haberlos escuchado, pienso que habría hecho lo mismo que aquel redactor: anunciar una y otra vez sus actuaciones. Por eso, a partir de ahora, intentaré redimirme de ese silencio y difundir el trabajo de Los Escarabajos. El próximo 3 de abril volveré a verlos en el mismo lugar, y, si tuviera tiempo y coche, me acercaba a Burgos para verlos esta noche en el mano a mano Rolling vs. Beatles que organiza la sala Hangar. Realmente, merecen la pena.

domingo, 14 de febrero de 2010

Sid y Nancy: feliz día de San Valentín

"Hay días en que valdría más no salir de la cama", dice Nacho Vegas en una de sus canciones ('Días extraños' - El tiempo de las cerezas). Y lo digo yo hoy, 14 de febrero, en el que se deben escuchar palabras tan surrealistas, declaraciones de amor tan impostadas, tan de película de serie b, que o bien te provocan risa, o bien te noquean para cuatro semanas, dejando una resaca difícil de superar. Una de esas absurdas dedicatorias románticas la he leído esta mañana en Internet: una chica le abría su corazón y su cerebro vacío a su chico ('Sid') diciéndole que quería ser su 'Nancy' y morir por él. Para los que tengan la suerte de no saberlo, habría que aclarar que esta adolescente se refería a Sid Vicious, bajista de los Sex Pistols, y Nancy Spungen, su groupie, considerados como los Romeo y Julieta del punk. Con perdón de Shakespeare.
Lo malo de estas confesiones de amor no son las personas, sino el crimen que se comete a la literatura. Hay quienes buscan metáforas de Bécquer y quienes se miran en el espejo del rock, en el manido "vive deprisa", tomando los ejemplos de personajes tan inefables como Sid Vicious, que, por no saber, no sabía ni tocar la guitarra, según cuentan algunos "compañeros". Jon Savage relata en England´s dreaming, la biografía de los Pistols, que Steve Jones tuvo que suplirlo en el estudio y que en varios conciertos se le apagaba deliberadamente el amplificador para que no fuera escuchado por nadie. Al parecer, se defendía medianamente en temas de tres acordes.
Tampoco era un genio Sid para la poesía. Tras la muerte de Nancy (según algunas versiones, asesinada por el propio guitarrista, tras una noche de desenfreno y drogas), éste le escribió unos versos que pronto aparecerán en los libros de texto de la ESO:

"Tu fuiste mi pequeña bebita,
y yo conocí todos tus miedos.
Busco la alegría abrazándote con mis brazos
y besando tus lágrimas.
Pero ahora te has ido.
Sólo hay dolor
y nada que yo pueda hacer.
Y yo no quiero vivir esta vida
si no puedo vivirla por ti.
A mi bebita, nuestro amor nunca morirá".

Qué le vamos a hacer. Es el día de las cerezas y yo ya me he levantado de la cama.