lunes, 13 de diciembre de 2010

De ruidos y leyendas

Desde hace semanas tenía la intención de escribir aquí algún texto referido a John Lennon. Ahora que se cumplen treinta años de su asesinato, uno pensaba que podía contribuir a iluminar un poco más su figura con unas palabras de homenaje. Pero visto el cúmulo de artículos que han rondado por la prensa en los últimos días, los reportajes en televisión y las biografías dedicadas (nuevas y reeditadas), deseché la idea por abrumadora indigestión. De manera que preferí guardar silencio y volver a escuchar sus discos. Hay artistas a los que se ha venerado tanto que la repetición de sus nombres sólo añade ruido y leyenda. Y en el caso de Lennon, esa exaltación ya está más que cumplida.
El próximo 19 de diciembre hará diez años de la muerte de Carlos Cano, al que con suerte, pese a los muchos elogios que se leerán, nunca adoraremos como a una leyenda 'beatle'. Por fortuna, Carlos Cano no proyectará jamás ese impertinente ruido de la fama, de la estrella inalcanzable, mitificada, que concede entrevistas frívolas y firma autógrafos condescendientes. Al menos, así lo imagina uno. A pesar de no haberlo conocido, de Carlos Cano guardo montones de referencias e historias narradas por amigos comunes. Recuerdo de él anécdotas y conversaciones que nunca presencié, mantengo vivos gestos suyos que nunca observé, e incluso todavía oigo su risa y temo su silencio y su enfado y su mala follá granaína. Todo sin haberlo conocido. O mejor dicho, habiéndolo conocido por el relato de otras personas en las que sembró una amistad inquebrantable.

Hace seis o siete años me propusieron hacer un estudio sobre los temas de Carlos Cano y acabé abandonándolo. A medida que fui empapándome de su biografía, de su compromiso con Andalucía y con los más desfavorecidos, comprendí que era imposible analizar con método alguno a una persona tan llena de pasión. Entendí que sus canciones estaban hechas para sentirlas y no para diseccionarlas con un bisturí. Desde entonces, pude disfrutar mejor sus letras y sus melodías, esos discos que guardo como oro en paño: "A duras penas", "Cuaderno de coplas", "A través del olvido", "Mestizo", "El color de la vida"...

Esos álbumes y un himno de Andalucía que le oí cantar en un estadio de fútbol son los únicos recuerdos verdaderos que conservo de Carlos Cano. El resto es literatura, es decir, relatos contados por otras personas que admiraron al artista no como leyenda o estrella lejana, sino como a un amigo irrepetible.

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