lunes, 20 de diciembre de 2010

"Cómo hacer la lista perfecta", por Diego A. Manrique

Estos días son ¡humillantes! Medios y opinadores ofrecen sus rutilantes selecciones de lo mejor del año. Pero un servidor se siente in-ca-paz. Culpa propia, desde luego, por vivir en medio del caos y por seguir esos impulsos promiscuos que llevan a escuchar indiscriminadamente música pretérita y contemporánea, marginalidades y llenapistas. Uno envidia la existencia ordenada de los colegas, su visión de aguilucho para escudriñar lo publicado en los 12 meses previos, su aplomo para entronizar discos que todavía no han sedimentado.

Debe haber truco, me digo. Cierto: analizando esos resúmenes, se advierte cierto método, se evidencia su lógica interna, se adivinan razones íntimas. Ahora, pongámoslo en práctica, confeccionando una lista con 10 discos. Estas serían las claves para acertar en cada puesto y marcar territorio:

- 1º La primera en la frente. El crítico es un gallo y cacarea cuando quiere, aunque desafine. Así que es bueno poner en la cumbre de la clasificación algo insólito, que incomode a los compañeros ("¿cómo no se me ocurrió?") y deje a los lectores desconcertados: ¿realmente existe un grupo llamado And You Will Know Us By The Trail Of Dead? Sí, existe pero ojo con sobrestimar el nivel general de inglés: mejor algo inteligible, como Beach House.

- 2º El verdadero triunfador. Los chicos listos saben nadar y guardar la ropa. Se unen aquí al consenso, suma del zumbido mediático y el votando-con-el-bolsillo del público enterado. Atención: el segundo lugar evita el bochorno de que parezca que acabas de descubrir a grupos -Arcade Fire, Vampire Weekend- que ya triunfaron en años anteriores.

- 3º El solista ambicioso. En España se valora más a los grupos y tiene su punto apostar por un cantante. El elegido debe alejarse del modelo cantautoril. Urge inclinarse por los que usan arreglos atípicos: Sufjan Stevens, Sam Amidon, Joanna Newsom.

- 4º El drama personal. Las historias de aguante son imbatibles: proporcionan el calorcillo de una solidaridad difusa. Le funcionó al Johnny Cash crepuscular y en 2010 tuvimos la reaparición de Edwyn Collins, superador de un ataque que le quitó movilidad y capacidad de hablar (¡pero no de cantar!).

- 5º El veterano indestructible. Conviene mostrar que el escriba no tiene prejuicios edadistas. Aquí se acomoda a un histórico, preferiblemente huraño: si no ha caído disco de Tom Waits o Bob Dylan, se puede recurrir a Neil Young, Paul Weller, Nick Cave o The Fall.

- 6º El noble experimento. Algún trabajo más apetitoso sobre el papel que en su materialización final. Como el Scratch my back, temas ajenos deshuesados por Peter Gabriel, o I'm new here, el intento de sacar jugo al pobre Gil Scott-Heron.

- 7º Negro sobre negro. A estas alturas, nunca faltaba el rapero intimidante. Nadie se enteraba de lo que parloteaba pero, amigo, ¡sus construcciones sonoras! Dado que el hip-hop lleva una temporada de ensimismamiento, mejor optar por una freak tipo Janelle Monáe, algún adusto disco africano, o -¡perfecto!- la B. S. O. de Tremé.

- 8 Exijo mi medalla. Deliciosamente fraudulento: destacar un disco de jazz europeo o vanguardia dura. Supone atribuirse conocimiento de campos esotéricos; vas de farol pero nadie se atreverá a rechistar.

- 9º El producto nacional. Eternamente enfurruñado con la industria, el especialista aplaude a los guerrilleros que regalan su música en Internet. Puede optar entre, por ejemplo, el humor generacional de Los Directivos o las visiones de Pony Bravo.

- 10º El detalle populista. El plumilla pretende aquí demostrar que, aunque lo contradiga el resto del top ten, también pertenece a la raza humana. Lo hace proclamando una sospechosa pasión por algún superventas o ritmo popular. No vale el reggaetón -lo reivindican pinchadiscos foráneos de alto caché- ni tampoco Lady Gaga o Beyoncé: no sacaron disco en 2010. Siempre queda... Shakira. ¿Una boutade? En Estados Unidos, donde no entienden sus letras (¡ni siquiera las cantadas en inglés!), es tratada como una artista seria. Puede que sí pero en el género burlesque.

lunes, 13 de diciembre de 2010

De ruidos y leyendas

Desde hace semanas tenía la intención de escribir aquí algún texto referido a John Lennon. Ahora que se cumplen treinta años de su asesinato, uno pensaba que podía contribuir a iluminar un poco más su figura con unas palabras de homenaje. Pero visto el cúmulo de artículos que han rondado por la prensa en los últimos días, los reportajes en televisión y las biografías dedicadas (nuevas y reeditadas), deseché la idea por abrumadora indigestión. De manera que preferí guardar silencio y volver a escuchar sus discos. Hay artistas a los que se ha venerado tanto que la repetición de sus nombres sólo añade ruido y leyenda. Y en el caso de Lennon, esa exaltación ya está más que cumplida.
El próximo 19 de diciembre hará diez años de la muerte de Carlos Cano, al que con suerte, pese a los muchos elogios que se leerán, nunca adoraremos como a una leyenda 'beatle'. Por fortuna, Carlos Cano no proyectará jamás ese impertinente ruido de la fama, de la estrella inalcanzable, mitificada, que concede entrevistas frívolas y firma autógrafos condescendientes. Al menos, así lo imagina uno. A pesar de no haberlo conocido, de Carlos Cano guardo montones de referencias e historias narradas por amigos comunes. Recuerdo de él anécdotas y conversaciones que nunca presencié, mantengo vivos gestos suyos que nunca observé, e incluso todavía oigo su risa y temo su silencio y su enfado y su mala follá granaína. Todo sin haberlo conocido. O mejor dicho, habiéndolo conocido por el relato de otras personas en las que sembró una amistad inquebrantable.

Hace seis o siete años me propusieron hacer un estudio sobre los temas de Carlos Cano y acabé abandonándolo. A medida que fui empapándome de su biografía, de su compromiso con Andalucía y con los más desfavorecidos, comprendí que era imposible analizar con método alguno a una persona tan llena de pasión. Entendí que sus canciones estaban hechas para sentirlas y no para diseccionarlas con un bisturí. Desde entonces, pude disfrutar mejor sus letras y sus melodías, esos discos que guardo como oro en paño: "A duras penas", "Cuaderno de coplas", "A través del olvido", "Mestizo", "El color de la vida"...

Esos álbumes y un himno de Andalucía que le oí cantar en un estadio de fútbol son los únicos recuerdos verdaderos que conservo de Carlos Cano. El resto es literatura, es decir, relatos contados por otras personas que admiraron al artista no como leyenda o estrella lejana, sino como a un amigo irrepetible.