martes, 26 de mayo de 2009

El ojito derecho de papá Joel

No sé en qué estaría pensando hasta ahora para no escuchar a Billy Joel. Tenía una idea aproximada de su música por varias canciones que todo el mundo ha oído alguna vez: 'Piano man', 'Vienna'... Pero, como ocurre tantas veces, no te detienes a "investigar" de quién se trata, qué tipo de compositor hay detrás de esos temas. Porque, en el caso de Joel, hay que hablar de compositor con mayúsculas, y no de un simple intérprete de música pop.
Toda esta historia viene a raíz del programa que acabamos de estrenar en Radio Guadaíra. El gurú Abeja propuso empezar 'La huella sonora' con 'Moving out' de Billy Joel, y yo me encontré con la "caraja" de no saber nada de él. Por eso empecé a rondar Internet y fui descubriendo información, comentarios –casi todos de elogio–, premios..., que, en definitiva, son lo de menos. Lo verdaderamente importante está en sus discos. Así que con permiso de la señora ministra de Cultura, comencé a descargar discos. Uno detrás de otro: Piano man (1973), The stranger (1977), An innocent man (1983)... Y los que están por caer. Uno que es sólo un poco mitómano –una pizquilla nada más–, ya tiene a alguien más en su "altar". Me dejó tocado The stranger, la combinación de piano y guitarra eléctrica es simplemente genial.
La penúltima sorpresa al repasar su trayectoria la encontré en el aspecto personal. Billy Joel tiene una hija de 23 años, Alexa Ray Joel, que tiene intenciones y fundamentos suficientes para convertirse en una estrella de la música. Y no precisamente por el "don" de haber recibido un apellido ilustre, ni de ser hija de una top model. Alexa Ray es fruto del matrimonio en los años ochenta de Billy Joel y Christie Brinkley, una de esas rubias de curvas perfectas que aparecen en las portadas del Sports Illustrated. A priori, tiene todas las cartas a su favor para ganar cuantas partidas se proponga jugar. Apellido y belleza que le abrirán muchas puertas, y que, quizás, le cierren otras tantas.
Antes de dar veredictos, pensé que había que darle una oportunidad y escucharla sin el lastre de los prejuicios, como lo hice con su padre. Y me encontré con la última sorpresa: Alexa Ray es una magnífica cantante de soul, que escribe sus propias canciones y toca el piano con una maestría propia del gran "piano man" o de Ray Charles, que, por algo, le puso su padre ese extraño nombre, Alexa Ray. Hasta el momento, ha grabado un Ep con seis canciones –a la venta en iTunes– y se promociona vía Youtube. Por lo que leo, ha actuado ya varias veces junto a su padre, como, por ejemplo, durante la campaña electoral de Obama. Ya ven: rizando el rizo. Esta chica tiene todo el viento a favor, hasta el de la política. Como, presumiblemente, lo tuvo todo a su favor Norah Jones por ser hija de Ravi Shankar, y ahora nadie discute la categoría de esa artista que conquistó ocho Grammys con su primer disco. No es arriesgado pronosticarlo: el ojito derecho de papa Joel va a sonar mucho en un futuro muy cercano. Y por derecho propio.

lunes, 25 de mayo de 2009

'La huella sonora' ya está en antena

Con más o menos fallos, con más o menos aciertos, 'La huella sonora', el programa por el que pusimos en marcha este blog, ya está en antena. Nuestra loada y amada Radio Guadaíra (107.7 FM) nos ha reservado un hueco en su programación... aunque todavía no sé en qué franja horaria. Supongo que será en un espacio de máxima audiencia, en torno a las cuatro o las cinco de la madrugada, esa hora en la que todos los gatos son pardos y en la que todo el mundo permanece en vela esperando música de calidad.
Porque, eso sí, música de la buena se dio. Gracias a ese maestro, guía y gurú sonoro llamado Abeja, se pudieron escuchar clásicos de los sesenta, setenta y ochenta. Éste fue el tracklist, como diría algún pollo:
- Billy Joel: 'Moving out'.
- Cat Stevens: 'Lady D'Arbanville'.
- James Taylor: 'Your smiling face'.
- The Commodores: 'Superman'.
- Bruce Springsteen: 'The E Street shuffle'.
- Mary Wells: 'My guy'.
- Jimi Hendrix: 'Hey Joe'.
- Eric Clapton: 'I shoot the sheriff'.
- Elvis Presley: 'I just can´t help believing'.
- Gary Moore: 'Walking by myself'.
- Lionel Richie: 'Dancing on the ceiling'.
- Santana: 'Black magic woman'.
- Dire Straits: 'Tunnel of love'.
- Pink Floyd: 'Shine on you crazy diamond'.

Yo creo que no está mal para empezar...

sábado, 9 de mayo de 2009

'Shine a light': Scorsese al servicio de los Stones.

Hace un par de noches pude disfrutar de una buena sesión de música y cine que no voy a dejar de recomendar. Canal Plus estrenó Shine a light, el documental dirigido por Martin Scorsese en torno a un par de conciertos de los Rolling Stones. Tan sólo con la unión de esos dos nombres –Scorsese y Stones– había argumentos más que suficientes para sentarse delante del televisor. La cosa prometía, y no decepcionó. Al menos a mí no me decepcionó, y eso que no soy un incondicional de los Rolling, ni Scorsese es santo de mi devoción; al menos el último Scorsese, que ha rodado pifias mayúsculas y caras como Casino, Gangs of New York o El aviador -salvemos Infiltrados-. Shine a light es una película-concierto, donde los protagonistas son únicamente los Rolling, y no el director como cabía suponer. Scorsese demuestra que conoce a la perfección a la banda, escanea cada movimiento, cada guiño de los músicos, en dos horas de cinta. Dos horas que se te hacen cortas.
Shine a light fue filmada durante la gira de A Bigger Band (2006), en dos directos de los Rolling en el Beacon Theater de Nueva York, un escenario más reducido e íntimo que los que suele frecuentar el grupo. Escenario, además, de ópera, que viene a ilustrarnos de alguna manera lo “clásicos” que son Jagger, Richards y compañía. El ambiente, por tanto, es el idóneo, y la calidad del sonido, inmejorable -ahora echa uno de menos no haberla visto en el cine-. Los Rolling están a la altura y a la realización no se le escapa un detalle. Por el escenario circulan, además, varios invitados, entre ellos Christina Aguilera -cómo le gusta a Jagger el roce- y Buddy Guy, que sostiene un punteo genial con Keith Richards en ‘Champagne and Reefers’.
El montaje de Shine a light es prácticamente el de un vídeo-clip, con la excepción de estar intercalado por imágenes de archivo. En éstas aparece un Mick Jagger joven, en los años sesenta, entrevistado cuando apenas llevaba cinco años con los Rolling. En uno de los cortes, el periodista le pregunta sobre el futuro de la banda y Jagger le responde que se veía apenas un año más junto a ellos. Y lo dice con total naturalidad, sin asomo de presunción. Cuarenta años después y con más de veinte discos publicados, el grupo sigue tan fresco, con tanta o más vitalidad que muchos de los adolescentes que surgen, que versionan sus temas y que se apagan en un par de chispazos. Estoy seguro de que Shine a light se recordará cuando pase un tiempo, como un monumento tallado por Scorsese al servicio de los Stones. Como las efigies antiguas, servirá para rendir homenaje a unos genios. Pero, sobre todo, servirá para demostrar que, a veces, en casos insólitos, el tiempo se detiene y la música sigue sonando.

martes, 5 de mayo de 2009

Wilco, al rescate de Territorios

El Festival Territorios de Sevilla va a celebrar a finales de mayo su duodécima edición, con el objetivo de acercar, una vez más, músicas procedentes de “otras culturas”, no demasiado frecuentes en las salas de la ciudad y, mucho menos, en grandes espacios. Después de varios años de desorden organizativo y poca estabilidad económica, el certamen se mantendrá en pie con una programación especial dedicada a África –no sólo centrada en su música, sino también en el cine– y un cartel muy desigual, que no responde a la temática elegida. Entre los propósitos de Territorios está el de apostar por la “música de los pueblos”, un concepto tan abierto como vago, ya que puestos a seleccionar grupos, caben todos en el mismo saco.
Es la manía de los festivales con financiación municipal. Surgen con la idea de agrupar tendencias, géneros o “culturas”, y finalmente no saben ni ellos mismos qué están ofreciendo. De todas formas, poco importaría esto si los grupos invitados fueran de calidad. En Territorios hay demasiado relleno. Algo que es positivo, por una parte, puesto que se le dan oportunidades a grupos pequeños, pero que, en definitiva, bajan el listón en exceso. Sólo hay que comprobarlo en cada una de las citas: varios grupos abren con sus actuaciones desde la tarde, mientras la gente se va haciendo un sitio o va echando un rato con una cerveza en la mano. Hay que decirlo claro: nadie le echa ni puñetera cuenta a los que están sobre el escenario. Todo el mundo espera el concierto del grupo que cierra la noche, y cuando uno se quiere dar cuenta ha esperado varias horas, engordando la tripa y el precio de la entrada.
Generalmente, y salvo contadas excepciones, se da gato por liebre. Uno que es masoquista lo ha visto desde que empezó el festival en 1998. Ediciones que se dedicaron a la música celta, a la música mediterránea –¿alguien puede explicarme la relación de la música balcánica con la francesa?–, a Brasil, Cuba… acaban desorientando al personal y desesperando con la intervención de los mismos –véase Ojos de Brujo y Orishas, que son ya unos “clásicos” del mangazo–. Si algo bueno tuvieron las primeras citas, fue el despliegue de música gratis –y en ocasiones de calidad– por espacios públicos de la ciudad. Recuerdo, por ejemplo, un concierto de Mastretta en la plaza de San Andrés, y otras en el Salvador… Ahora eso apenas ocurre, ya que los escenarios –CAAC, Fundación Tres Culturas…– requieren cuota.
Menos mal que en esta edición alguien ha tenido la feliz idea de contratar a Wilco, que irá al rescate de un Territorios cada vez más devaluado y que, si nadie lo remedia, desaparecerá. No es que lo desee… Parece más bien una realidad.
Sobre Wilco escribiré próximamente. Mientras tanto hago una llamada colectiva para asistir al concierto. La cita es para el 29 de mayo. Allí me encontrarán.