jueves, 7 de octubre de 2010

Por fin, Mario

Algunos, que no muchos, se preguntarán por qué una entrada como ésta en un blog de música. Y la explicación sobra: no he podido contener la alegría de saber, hace unos horas, que a Mario Vargas Llosa le han concedido el Premio Nobel de Literatura. Casi he acabado por tomarlo como un éxito personal, después de varios años de lectura y admiración de sus novelas y sus artículos periodísticos. A pesar de que no tengo una opinión demasiado positiva sobre los premios, y menos del Nobel, donde se enredan tantos intereses políticos y empresariales, pienso que por fin se hace justicia con este galardón. Demasiado ha tardado. Demasiados autores han desfilado, año tras año, por la pasarela de la Academia Sueca brindando su pergamino, respaldados por grandes casas editoriales y con trayectorias más bien discretas. Por odiosa que sea la comparación, me resultaba incomprensible cómo un escritor como Vargas Llosa no había sido reconocido con el Nobel, y sí lo había merecido un novelista como el sudafricano J. M. Coetzee, del que leí tres novelas en 2003 sin hallar un mínimo atisbo de tan elevados elogios como le tributaban determinados críticos. Quizás, fuera que su firma estaba ya en la nómima de la todopoderosa Random House Mondadori, la compañía que copa el mercado del libro a nivel internacional. O quizás, tocaba premiar a algún representante africano (por supuesto, blanco), contrario al apartheid.

Ocurre que cuando una historia emociona y hace reflexionar más allá de lo que acontece en el día a día, el lector termina por sentirse identificado con el escritor. Lo toma prácticamente por un amigo, y a sus personajes (Zavalita, el zambo Ambrosio, Ricardo Arana, El Jaguar, Teresa..), como hermanos. Me imagino que ésa ha sido la sensación que han tenido muchas personas al conocer hoy la noticia de Vargas Llosa y su Nobel. Al menos, ésa ha sido mi experiencia. Hace unos tres años, cuando el escritor peruano presentaba Travesuras de la niña mala, tuve la ocasión de conocerle y hacerle varias preguntas en un programa de televisión, al que acudí invitado por un amigo. Cosa que no agradeceré lo suficiente, puesto que me dio la oportunidad de charlar con Vargas Llosa una vez acabada la grabación, sin apenas testigos delante. Aunque no fueron más que unos minutos, en los que abordé (o, más bien, asalté) al novelista, mientras lo desmaquillaban, pude comprobar de cerca su amabilidad. Con lo cual, vi cumplido el tópico aquel que dice que los artistas más sobresalientes son, precisamente, los más próximos.

En aquel momento, no tuve otra idea en mi cabeza que preguntarle por Julio Cortázar. Le señalé que había visto en uno de los personajes de Travesuras de la niña mala algún retazo del escritor argentino y, a renglón seguido, le confesé que no había leído una historia tan llena de pasión como Rayuela. Y que, probablemente, por más imprudente que fuera, nunca volvería a leer nada igual a Rayuela, algo que me emocionara tanto. La reacción de Vargas Llosa no pudo ser más complaciente. Me preguntó con qué edad la había leído y me comentó que aquella novela era una aventura para los jóvenes, que marcó a toda su generación. Aun así, pensaba que eran incluso mejores sus cuentos. Me refirió alguna vivencia que compartió con Cortázar en París y, con una sonrisa nostálgica, me contó cómo éste y su primera mujer, la gallega Aurora Bernáldez, fueron capaces de dejar una posición estable, de gran beneficio económico, como traductores en la Unesco, para dedicarse exclusivamente a leer y escribir. Una pasión por la literatura, según Vargas Llosa, que sólo había reconocido en Cortázar y en Octavio Paz.

Pequeños detalles como éste, por nimios que parezcan, acaban por unir más a un escritor y a un lector. Ahora que el novelista es reconocido a nivel mundial y que tiene la vitola de ser Premio Nobel, estas vivencias le parecen a uno cuanto menos una hazaña. Algo que rememorar con cariño. Probablemente, lo más provechoso de un galardón como éste sea que muchas personas que no habían leído nada de él se acerquen a sus historias. Y los que ya habíamos leído algo suyo (que no todo), volvamos a su escritura tan magnífica. Por eso, me alegro de que el Nobel haya ido a parar a las manos de Vargas Llosa, pues, a buen seguro, me hará revivir conversaciones en la Catedral; y merodear los secretos del Leoncio Prado; y viajar por Lima, París, Londres, Tokio y Madrid persiguiendo a la "niña mala", a esa Carmen chilenita que se sugiere y que nunca se deja atrapar.

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