Si han abierto hoy el periódico o han visto algún informativo en televisión, seguramente se hayan topado con un titular parecido a éste: "España y Portugal celebran su 25º aniversario de la firma del Tratado de adhesión a la Comunidad Económica Europea". Es decir, a la actual Unión Europea, pues aquello de la CEE suena ya tan extraño y rancio como lo del Benelux, que conformaban Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Y como estamos en la época del "revival", de la nostalgia y la milonga del "Cuéntame cómo pasó", pues ambos gobiernos, el español y el portugués, se han afanado en organizar unos fastos diplomáticos para recordar aquel evento. No niego que la rúbrica de Felipe González y Mario Soares en 1985 tuviera su relevancia económica e histórica –acababa con el "aislamiento secular"–, pero parece algo impostada esta conmemoración, tal y como discurren las cosas ahora. En una entrevista concedida a Expresso, Soares ha criticado la "mediocridad" de los dirigentes europeos actuales y "la falta de liderazgo" de la UE ante la crisis financiera y los distintos conflictos internacionales. No le falta razón. El socialista luso, como otros muchos, pensaba que de aquel sueño europeo perviviría algo más que una moneda común, una bandera con estrellas y unas mal pagadas becas Erasmus.
Probablemente, lo más positivo de esta celebración sea el nuevo acercamiento que se ha propiciado entre España y Portugal, y el deseo de que se firmen otros pactos para unir a los dos países. Proyectos como los del tren de alta velocidad entre Madrid y Lisboa, o la apuesta del portugués como segundo idioma en los institutos de secundaria andaluces, son ilusionantes y efectivos ejemplos de integración de dos pueblos que, a mi juicio, deberían ir siempre de la mano. En esto comparto plenamente la opinión de mi admirado Víctor Márquez, quien ha defendido desde hace décadas una política común ibérica. Una Federación o República, que aunara culturas hermanas. Como andevaleño y andaluz, Víctor Márquez dice sentirse más identificado con un vecino del Algarve o del Alentejo que con un señor del Pirineo oscense. Y lo mismo podrán decir extremeños, salmantinos o gallegos. Hay lazos familiares e intereses laborales que justificarían esa propuesta de Federación, sin que se considere una locura. Unidos seguramente nos enriqueceríamos más, dicho sea en todos los sentidos, y no sólo en el monetario.
Pues bien, a raíz de estos festejos por el ingreso en la Unión Europea, alguien ha tenido la feliz idea de organizar un concierto que integre las músicas españolas y portuguesas. En este caso, los intérpretes elegidos han sido Miguel Poveda y Mariza, la cantante de fado más popular en todo el mundo, una vez fallecida la gran Amalia Rodrigues. Con el acompañamiento de la Orquesta Nacional de España, los dos artistas actuarán en Madrid para hermanar flamenco y fado, dos géneros musicales propiciados por el "hado", por el destino curvo que deparan la vida, el amor y la muerte. De Poveda tengo la suerte de haber disfrutado de varios de sus directos, mientras que de Mariza conservo únicamente un disco que compré en un viaje a Lisboa, allá por el barrio de Alfama. Su título es Fado curvo (2003) y suena tan trémolo, tan emocionado, que no puedo más que recomendarlo para no viciar su contenido. Al unir las voces de Poveda y Mariza en un concierto, probablemente se confabulen también los versos de Alberti y Pessoa, de Gil de Biedma y Florbela Espanca. Con lo cual, el homenaje no estará formado sólo por coplas, sino por la poesía de ambos países. Gracias a Mariza y Poveda se hará música la utópica Federación Ibérica.
Probablemente, lo más positivo de esta celebración sea el nuevo acercamiento que se ha propiciado entre España y Portugal, y el deseo de que se firmen otros pactos para unir a los dos países. Proyectos como los del tren de alta velocidad entre Madrid y Lisboa, o la apuesta del portugués como segundo idioma en los institutos de secundaria andaluces, son ilusionantes y efectivos ejemplos de integración de dos pueblos que, a mi juicio, deberían ir siempre de la mano. En esto comparto plenamente la opinión de mi admirado Víctor Márquez, quien ha defendido desde hace décadas una política común ibérica. Una Federación o República, que aunara culturas hermanas. Como andevaleño y andaluz, Víctor Márquez dice sentirse más identificado con un vecino del Algarve o del Alentejo que con un señor del Pirineo oscense. Y lo mismo podrán decir extremeños, salmantinos o gallegos. Hay lazos familiares e intereses laborales que justificarían esa propuesta de Federación, sin que se considere una locura. Unidos seguramente nos enriqueceríamos más, dicho sea en todos los sentidos, y no sólo en el monetario.
Pues bien, a raíz de estos festejos por el ingreso en la Unión Europea, alguien ha tenido la feliz idea de organizar un concierto que integre las músicas españolas y portuguesas. En este caso, los intérpretes elegidos han sido Miguel Poveda y Mariza, la cantante de fado más popular en todo el mundo, una vez fallecida la gran Amalia Rodrigues. Con el acompañamiento de la Orquesta Nacional de España, los dos artistas actuarán en Madrid para hermanar flamenco y fado, dos géneros musicales propiciados por el "hado", por el destino curvo que deparan la vida, el amor y la muerte. De Poveda tengo la suerte de haber disfrutado de varios de sus directos, mientras que de Mariza conservo únicamente un disco que compré en un viaje a Lisboa, allá por el barrio de Alfama. Su título es Fado curvo (2003) y suena tan trémolo, tan emocionado, que no puedo más que recomendarlo para no viciar su contenido. Al unir las voces de Poveda y Mariza en un concierto, probablemente se confabulen también los versos de Alberti y Pessoa, de Gil de Biedma y Florbela Espanca. Con lo cual, el homenaje no estará formado sólo por coplas, sino por la poesía de ambos países. Gracias a Mariza y Poveda se hará música la utópica Federación Ibérica.
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