sábado, 22 de mayo de 2010

Franco Battiato o el arte de emocionar

De la infancia tengo un vago recuerdo, forzosamente idealizado, que emerge siempre que escucho alguna canción de los ochenta. En la sala de estar de la casa de mis abuelos había un viejo tocadiscos, en torno al cual nos reuníamos hermanos y primos para escuchar discos y bailar. Entre risas, se iban sucediendo canciones de los Jackson Five, Village People, Boney M, La Unión, Mecano, Miguel Bosé, Los Pecos, Camilo Sesto... Cada uno elegía la suya. Recuerdo como si fuera ayer a mi hermana dándole vueltas y vueltas a los singles de Iván –'Sin amor' y 'Fotonovela'– y Pedro Marín –'Que no' y 'Aire'–, entonces los chicos guapos de las revistas y los que más seguidoras acumulaban en España. Por lo general, yo tenía que resignarme a escuchar lo que los demás pusieran, no fuera a romper la aguja o algún vinilo, pues casi no alcanzaba la altura del tocadiscos.

Entre esas canciones, que fueron prácticamente mis nanas de infancia –o, al menos, las que han permanecido más vivas en el recuerdo–, aparecen dos de Franco Battiato, 'Voglio vederti danzare' y 'Cerco un centro di gravità permanente', que alguien del grupo familiar ponía a girar con un mínimo de gusto musical. Si la memoria no me engaña demasiado, recuerdo que esas canciones sonaban con sus letras originales, en italiano, a pesar de que las versiones en castellano ya circulaban por España con bastante éxito. Era la época pop de Battiato, el periodo de El arca de Noé y Nómadas, los años en que Martes y Trece lo parodiaban en el programa de Nochevieja y vendía en Italia casi tanto como el Thriller de Michael Jackson. Fue tanta la popularidad de Franco Battiato que llegó a participar en Eurovisión en 1984 con una canción preciosa titulada 'I treni di Tozeur', interpretada junto a Alice. Lógicamente, no ganaron. Quedaron en quinto lugar, justo detrás de Nino Bravo.

Después, Franco Battiato cayó en un olvido necesario, sanador, y su lugar como representante de la música popular italiana lo ocupó un joven gangoso llamado Eros Ramazotti, que también cantó en castellano y llenó estadios en España. Battiato, no obstante, continuó publicando discos, quizás mejores que los anteriores. Dejó sus bailes extraños, inspirados en las danzas de George Gourdjieff, y emprendió una trayectoria como cantautor místico, que no satisfizo demasiado a las casas discográficas. De hecho, sus siguientes álbumes están repletos de referencias a la doctrina del Cuarto Camino, a la unificación de las religiones, a la paz y al amor. En una vuelta de tuerca, el cantante se desdobló en director de cine, en poeta y en productor de ópera. Vocaciones artísticas que combinó con la pintura, bajo el seudónimo de Süphan Barzani.

Ahora, casi treinta años después de aquellos éxitos del "italo-progressive pop", el nombre de Franco Battiato aflora de nuevo en los diarios españoles, tras exhibir una colección de pinturas en Lodi. Esta vez, el artista se presenta con su nombre real, sin esconderse bajo ningún apodo turco o armenio. Al parecer, según leo en una información que publica El Mundo ("Franco Battiato o el arte de innovar"), el intérprete ha perdido el temor a mostrarse como pintor y desea dar a conocer una faceta desconocida, cuyos trazos corren paralelos a sus melodías y sus hermosos versos. Su apellido siciliano emerge de nuevo, y con él los recuerdos y las ansias por recuperar esas canciones que me devuelven a la infancia. A ese "tiempo sin tiempo del niño", feliz, inocente y completo.

1 comentario:

  1. Gracias por este comentario,me encanta ver como la musica y el legado de Franco Battiato no esta' olvidado como algunos nos hacen creer.
    Saludos!
    Elisa

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