lunes, 2 de agosto de 2010

La Ópera de Viena

Desde el Ring, parece una caja enterrada, un edificio no demasiado alto, coqueto y elitista. La Ópera de Viena tiene la apariencia aristocrática que te hace renegar de este tipo de monumentos en una fugaz visita turística, para buscar otros más exóticos a la vista y a la cámara fotográfica. Sin embargo, una vez traspasado el umbral de su puerta, reticente aún, el teatro comienza a resultarte acogedor, cálido. Por poco familiarizado que se esté con los espectáculos que allí se representan, la Ópera vienesa empieza a imantar a sus visitantes y a hacerles perder la noción del tiempo por sus pasillos alfombrados, por salones de mármoles y estucos, hasta llegar a su centro de representación, al patio de butacas, que viene a ser una pulpa de fruta almibarada. Desde ahí, desde el corazón del edificio, a una distancia equidistante del escenario, la falsa cúpula y el palco de honor, la mirada toma matices distintos. Aquella caja enterrada se asemeja ya a un templo majestuoso, en el que sólo esperas que se atenúen las luces y suene la música.
Cuando se inauguró la Ópera Estatal de Viena, en 1868, sus dos arquitectos principales, Siccardsburg y Van der Nüll, ya estaban muertos. Fueron tan duras las críticas que recibieron del público en general y, en concreto, del rey Francisco José, que no pudieron soportarlo: el primero se suicidó y al segundo le sobrevino un infarto. Era tal el complejo adquirido, sobre todo por la odiosa comparación con la Ópera Garnier de París, que nada parecía en ella digno de elogio. Le faltaba una escalinata mayor, que le diera altura física e imperial. Y eso era un error imperdonable para aquellas fechas, en las que Viena, capital austro-húngara, intentaba sostener su primacía política frente a la emergencia industrial de los vecinos ingleses y franceses. La Ópera de Viena estaba llamada a ser el referente del Ring, el anillo o ronda que circunda el casco antiguo de la ciudad, en sustitución de la muralla medieval. Y acabó siendo, a ojos de sus coetáneos, una construcción más, casi un teatro vulgar.

Ni siquiera la obra que se representó para su estreno, el Don Giovanni de Mozart, ayudó a atenuar la decepción. El Imperio austro-húngaro atravesaba entonces su otoño y sólo tenía argumentos para levantar una ciudad historicista, que mirase al pasado. De ahí su colección de arquitectura romántica, neorrenacentista y neogótica. A pesar de todo, la Ópera de Viena continuó en su sitio y superó todas las calamidades posibles. La ocupación nazi y las bombas de los aliados, que confundieron su cubierta verde con la de una estación de tren, destrozaron en 1945 la mayor parte de su estructura. Sólo se mantuvieron la fachada, el vestíbulo, los frescos de Schwind y el Salón de Té. Decorados y miles de trajes quedaron calcinados. Aun así, los vieneses de la posguerra decidieron volver a levantar su edificio en el Ring, esta vez sin complejos. En 1955, la Staatsoper volvió a estar en uso con la representación de Fidelio, la única ópera compuesta por Beethoven.

Un año más tarde, Herbert von Karajan se convirtió en el director de la Ópera que más éxito le dio a la institución, sólo después de Gustav Mahler. Por su inmenso escenario comenzaron a desfilar cantantes invitados, que rompieron con el modelo permanente de contratación, y se hizo más habitual la presencia de músicos procedentes de la Filarmónica de Viena, esos mismos músicos que nos deleitan cada 1 de enero con el Concierto de Año Nuevo en el Musikverein, la Sociedad de Amigos de la Música, que se abre apenas unos metros más allá de la Ópera. En ésta, pervive ahora un foco melancólico que atrae tanto a turistas como a aficionados al bel canto, dispuestos a pagar el precio que sea oportuno por escuchar las mejores voces de la lírica mundial. Todo sea por no quedarse fuera de su pulpa almibarada, con la impresión, cierta o equivocada, que sólo puede sostenerse desde el Ring.

3 comentarios:

  1. venga, más cositas de música clásica de tus visitas. HAY QUE DARLE NIVEL A ESTE BLOG

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  2. ¿no estuviste en la FILARMÓNICA DE VIENA?

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  3. Yo soy más de 'Michaeles Jacksons' y 'Queenes' que de óperas. Así que creo que me voy a prodigar poco en música clásica en este blog. Aun así, me he prometido a mí mismo poner una hucha y ahorrar para ir a una ópera del Maestranza de la próxima temporada.
    El edificio de la Orquesta Filarmónica de Viena no existe como tal. La sede es la Sociedad de Amigos de la Música, el Musikverein al que me refiero en la entrada. Está a pocos metros de la Ópera y sólo vi el exterior.

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