Tengo sobre la mesa En el camino, la novela de Jack Kerouac, recién leída y subrayada, en su última edición de Anagrama. Una obra que, por cierto, tenía siempre en la recámara, recomendada por amigos, pero pisada siempre por otros libros que surgían de reprente y desviaban la atención. Pues bien, ya está leída y cumplido el propósito, dejándome un sabor agridulce, quizás por las expectativas despertadas. Es lo que ocurre generalmente cuando se espera con demasiada ilusión algo, ya sea un libro, una noticia o un partido de fútbol; al final, acaban por debajo del listón que nos habíamos marcado. De todas formas, uno trata siempre de encontrar algo positivo en los libros y salvarlos de la hoguera. Nos lo enseñó Don Quijote y nos lo recordó hace poco Manuel Rivas con Los libros arden mal.
Por lo escrito hasta ahora, puede parecer que En el camino me ha decepcionado totalmente. Nada de eso. A pesar de los años que han pasado desde su primera edición, en 1957, la novela sigue transmitiendo vitalidad. Su narración es rápida, los diálogos son auténticos por su naturalidad y el argumento mantiene frescura. Prinicipalmente, porque tiene como protagonistas a jóvenes. Y por muchas décadas que pasen, incluso siglos, las cuestiones que se plantean a esas edades son siempre las mismas. La búsqueda de uno mismo, la búsqueda de los otros, la rebeldía ante el orden impuesto, la aventura... En fin, no me voy a extender en este asunto.
Por lo escrito hasta ahora, puede parecer que En el camino me ha decepcionado totalmente. Nada de eso. A pesar de los años que han pasado desde su primera edición, en 1957, la novela sigue transmitiendo vitalidad. Su narración es rápida, los diálogos son auténticos por su naturalidad y el argumento mantiene frescura. Prinicipalmente, porque tiene como protagonistas a jóvenes. Y por muchas décadas que pasen, incluso siglos, las cuestiones que se plantean a esas edades son siempre las mismas. La búsqueda de uno mismo, la búsqueda de los otros, la rebeldía ante el orden impuesto, la aventura... En fin, no me voy a extender en este asunto.
El motivo por el que traigo En el camino a este blog es otro: la música. Cuando se lee este libro se tiene la sensación de estar captando ideas, pero también sonidos. Hay novelas que tienen una música interior, que se oye como eco de las palabras escritas. Son libros con una banda sonora fácil de distinguir, tan musicales como cualquier disco. Eso le ocurre a esta novela, y le ocurre también a Rayuela (de la que siempre hablo, por una cosa o por otra, con mi gran Abeja) y a tantas otras novelas. Según escribió hace poco Ray Loriga ("Regreso al camino original", en El País, 21-III-2009), Kerouac adoraba "la elegancia de sus héroes del bebop: Charlie Parker, Coltrane, Gillespie, Max Roach..." Al parecer, el autor de En el camino era un "exquisito" de la música, no podía separarse de sus discos más admirados y, seguramente, los tendría de fondo en el momento de escribir sus historias.
No extraña entonces que esta novela desprenda música. Pero una música muy concreta: el bebop de la Costa Oeste de Estados Unidos. En muchas situaciones de la novela, aparecen bares donde suena el bebop, el "hermanastro" del jazz, mucho más rítmico y furioso que el melódico swing. Los personajes echan monedas a las máquinas de discos para bailar, ligar y discutir. Sobre todo Sal, el narrador-protagonista, que abandona la invernal Nueva York para emprender la aventura hacia el Pacífico, hacia el cálido Oeste, a través de la famosa Ruta 66. Sal tiene ganas de divertirse y enamorarse en Denver, en Los Ángeles... Y lo hace con el bebop.
Más que el contenido de la novela, sorprende su narración, su estructura rítmica, agitada como el bebop. Lo dice Loriga: "Sus muchos logros son por lo tanto formales. El reto que Kerouac se propuso consistía en trasladar algo del ritmo y la estructura musical del bebop a la novela; así, tema, melodía, beat y ese espacio abierto para la improvisación sobre las notas del tema central encontrarían su paralelo en esta saga, épica e íntima a la vez, acerca de América, la amistad y el movimiento". Porque En el camino está escrito sobre una idea básica, que se modifica e improvisa a medida que va avanzando, como pasa en el jazz y el bebop. De hecho, Kerouac utilizó un gran rollo de papel para hacer su primer manuscrito, una gran tira que utilizaban los arquitectos en sus proyectos y que enrolló a su máquina de escribir. Aunque después ese manuscrito original (un rollo de más de 36 metros de largo..., subastado por una millonada en 2001), no fue el definitivo, porque se añadieron, quitaron y corrigieron fragmentos.
La edición que acabo de leer, por suerte, está basada en ese manuscrito original, con lo cual he podido pillar la novela en un estado más puro. De todas formas, se tenga la edición que se tenga, el sentido y la música son los mismos. Si Francis Ford Coppola se decide alguna vez a hacer esa maravillosa road movie que es En el camino, tendrá fácil la banda sonora. Digo lo de Coppola porque él compró los derechos para llevar la historia al cine, y todavía no lo ha hecho. No sé muy bien por qué. Puede que esté buscándose aún "en el camino", como lo hacen todavía muchos lectores. Lectores que aún les queda una ruta por descubrir y que esperan encontrar a la gente que "está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ¡ahhh!"
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