Han pasado más de seis meses desde que inicié este blog intermitente y todavía no he tenido un mínimo detalle con el autor que ha inspirado su título. Me culpo de ello. Tenía una especie de resquemor por no haber rendido aún un pequeño homenaje a Juan Perro y a uno de esos discos que conservo y escucho repetidamente con especial cariño, La huella sonora. Tenía, por otra parte, el temor ingenuo de que por extraños caminos legales me llegara una demanda por utilizar ese título en esta página digital, cuyo nombre coincide no sólo con el álbum publicado en 1997, sino también con el de su oficina de producción artística. Hasta el momento la querella no se ha formulado... y espero que no se haga. Sirva como atenuante, en un hipotético juicio contra el señor Perro, mi admiración y seguimiento lejano, la compra de todos sus discos y el precio de varias entradas de conciertos.
La huella sonora me pareció un título adecuado para esta especie de revista musical, en el que se recordaran a músicos que habían dejado un rastro indeleble en nuestra memoria. Aquí se han mencionado ya unos cuantos, y son bastantes los que quedan. Suficientes como para mantener activo este blog, al menos, seis meses más. Entre esos músicos, se encuentra Juan Perro, seudónimo utilizado por Santiago Auserón, que aparece y desaparece como la Santísima Trinidad, con tres identidades y nombres diferentes a lo largo de su carrera, ya sea bajo la advocación antigua de su grupo (Radio Futura), su apellido real (Auserón) o su seudónimo callejero y trovador (Juan Perro). Seudónimo que, como él mismo reconoce, tiene influjo literario: el rastro metafísico de los perros músicos de Kafka, o bien el legado picaresco y cervantino de Cipión y Berganza. Perros que tienen, en definitiva, la mágica costumbre de reflexionar y criticar todo aquello que los rodea; que son mendigos de un mundo supuestamente racional, dominado por los hombres, y cuyo cometido diario es el de sobrevivir y encontrar cobijo para pasar la noche.
En Juan Perro o, mejor dicho, en sus canciones, se encuentra literatura a raudales. La había ya en Radio Futura, a pesar de que se etiquete equivocadamente como un grupo de la movida madrileña y como los abanderados del rock postfranquista. Es decir, como los hijos despreocupados que apenas tuvieron que soportar las estrecheces de la dictadura y que poco podían lamentar en sus temas, al modo que lo hacían los cantautores tan en boga en aquellos años. ¿Y qué si fue así? Existe en este país una tendencia a catalogar o, más bien, a despreciar no sólo a artistas, sino a generaciones enteras, que hiere sin sentido. Sólo bajo el amparo del prejuicio.
Por eso, resultó chocante que uno de los componentes de Radio Futura, "el grupo de la movida", se lanzara a componer en solitario a finales de los años noventa. Resultó extraño y doloroso verle triunfar con discos cargados de sonidos originales, con una instrumentación más amplia y con unos versos geniales. Así, poco a poco, desde que publicara Raíces al viento en 1995, Juan Perro ha tenido que trabajar duro para hallar reconocimiento, aunque esto le preocupe bien poco. Con un sello propio y apartado de las presiones de las casas discográficas, que obligan a editar discos obstinadamente, como si de productos en serie se trataran, Auserón ha conseguido un espacio de libertad creativa esencial para todo artista. Vive apartado del bullicio de Madrid, en una casa rural, que le permite (me imagino) afinar y probar melodías con total tranquilidad. Y se "exilia" esporádicamente en diferentes ciudades (sobre todo, en La Habana) para rastrear sonidos antiguos (son, ritmos africanos, rock, jazz, soul...), que luego incorpora en sus álbumes con coherencia, sin chirridos culturales.
Al escribir sobre Juan Perro, me imagino recomendando un buen restaurante, con un menú variado y suculento. Un buen restaurante, alumbrado por sus Cantares de vela, apto para todos los bolsillos, también para el de Mr. Hambre; aunque difícil de encontrar entre tanto local de comida basura, entre tantas canciones rápidas, canciones del verano, que no han muerto (como dicen en los medios), sino que se repiten a lo largo de los doce meses. Un buen restaurante, popular y a la vez refinado, que se distingue por dejar un buen sabor en el paladar sonoro.