Cada año ocurre lo mismo. Al menos aquí, en el Sur, donde postergamos el verano no hasta San Miguel, sino incluso hasta octubre y noviembre. Con manga corta por estas fechas y con la dicha de soportar inviernos templados, encaramos un periodo prenavideño cada vez más anticipado. Ya se sabe: el consumo es lo primero. Y quien no compre a tiempo, puede sentirse frustrado. Así pues, con gotas de sudor en la frente y abanicos en las manos, vemos cómo los grandes almacenes colocan ya sus luminosas estrellas de Oriente y sus árboles plastificados, para que al cliente le sobrevenga el gusanillo del regalo, que, al parecer, es la única manera de expresar el cariño a los seres queridos.
No vamos a descubrir nada si decimos que uno de los "ragalos estrella" de la Navidad suele ser, junto a perfumes y playstations, el disco de turno. Esta época resulta crucial para las discográficas, puesto que buena parte de las ventas se acumulan a fin de año (está feo eso de regalar un álbum del top manta en Navidad, o un cd regrabable, bajado con mimo desde Internet). Por eso, los sellos ultiman sus productos, sobre todo los recopilatorios, que suponen la máxima garantía de éxito, y algunas novedades fuertes. Con "novedades fuertes" me refiero a discos de artistas consagrados, del tipo de Joaquín Sabina, que presentará su nuevo trabajo en noviembre, o Bob Dylan, que regresará a las tiendas muy pronto con un álbum, para algunos, sorprendente. Se trata de un disco de villancicos, titulado Christmas in the heart, en el que aparecerán versiones singulares de temas archirrepetidos en el cine navideño-cursi-familiar yanqui: 'Winter wonderland', 'Little drummer boy' o 'Must be Santa'.
Decía lo de "sorprendente", porque todavía hay mucha gente que no se ha enterado de la profunda devoción cristiana de mr. Robert Allen Zimmerman, nombre auténtico y judío de Bob Dylan, cuya familia, por lo que él mismo ha escrito en sus Crónicas, procedía de Turquía, de la etnia kirguís. Sus orígenes, por tanto, son judíos y también su primer aprendizaje. Hasta que muy joven se rebeló contra el Jánuca y se echó a la carretera para buscar nuevos caminos, y buscarse a sí mismo. La crisis religiosa, las dudas "metafísicas", por llamarlo de alguna manera, están presentes en casi todos los discos de Dylan, prácticamente desde sus comienzos. Pero no sería hasta finales de los años setenta cuando esa incertidumbre se aplacó. Al parecer, tras publicarse Street legal, en 1978, uno de sus discos más completos y más complejos (al menos, para mí), el cantautor recibió duras críticas que mermaron su ánimo. Digamos que Dylan bajó un escalón en la cima de popularidad, en la que ya estaba instalado desde hacía años. Las nuevas tendencias musicales y la competencia de otros grupos eclipsaron en cierto modo su carrera. Fue en ese momento cuando, según relatan sus biógrafos, el músico abrazó el cristianismo y resolvió muchos de sus problemas espirituales.
La prueba más palpable de esa "resurrección" de Dylan está en el disco Slow train coming, del que ya oímos el magnífico 'Precious Angel' en 'La huella sonora', a petición de Manolo Olías. En ese álbum, Dylan sorprendió con unos temas cargados de referencias explícitas al Evangelio de San Mateo o al Libro de las Revelaciones, acompañados, además, de coros gospel. El trabajo suponía una transformación del artista, que iba más allá de lo puramente religioso. Guiado por Jerry Wexler (productor de Ray Charles y Aretha Franklin), Bob Dylan decidió dar un vuelco a su música e incorporó la guitarra de Mark Knopfler en las nueve composiciones de Slow train coming. Todo un lujo que descubrió el propio Dylan, al ver al todavía desconocido líder de Dire Straits en un concierto.
A ese primer "disco cristiano", le siguieron otros muchos con continuas referencias a la Biblia. El más profundo en ese sentido fue Saved, de 1980, que tuvo una acogida menor y el rechazo definitivo de muchos seguidores, que pensaban que esa fe del artista no era más que una paranoia pasajera. Como hito insoslayable de ese Dylan devoto, habría que mencionar su actuación ante el Papa Juan Pablo II en 1997, durante la celebración de un Congreso Eucarístico en Bolonia. Precedente ya más que mitificado y que se recordará en los próximos días, cuando aparezca el último trabajo "cristiano" de Dylan, esa antología de villancicos, que amenaza con sonar en la megafonía de los grandes almacenes mientras apuramos nuestras compras, y cuyas ganancias obtenidas en Estados Unidos serán destinadas a una ONG. A pesar del fastidio que origina oír a Dylan cantándole a Santa, le queda a uno el buen sabor de boca de ese propósito benéfico. Al menos, el señor Zimmerman es de los que predica y da trigo. ¿O no?
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