domingo, 6 de diciembre de 2009

Quique González: una crónica imposible

Una gripe me dejó anoche enclaustrado, cumpliendo en casa, con leche caliente y cama, la penitencia de perderme el concierto de Quique González en la Sala Q. Concierto que esperaba con ilusión, después del buen sabor de boca que me deparó el anterior, celebrado en la misma sala sevillana el 14 de noviembre de 2008, y en el que sí pude estar de cuerpo presente y en saludables condiciones. Vengo escuchando a Quique González desde hace al menos ocho años, cuando publicó Salitre 48, y todo directo suyo supone para mí un acontecimiento importante.
Una crónica imposible del concierto de anoche me lleva a intuir los acordes de "La lluvia debajo del brazo" o "Nadie podrá con nosotros", temas que se incluyen en su último álbum, Daiquiri Blues. A imaginar los instantes íntimos y cercanos, logrados con temas como "Aunque tú no lo sepas"; y a desperezar la nostalgia con el rock de "Miss camiseta mojada" o "Te lo dije". Pero eso no sería más que una crónica ficticia, la ilusión de quien no tiene más remedio que inventar a falta de datos comprobables.
De lo único que puedo estar seguro es de que el concierto de ayer fue diferente a los del resto de la gira. Quique González no repite nunca un espectáculo, a pesar de que el listado de temas pueda ser el mismo. No hace productos industriales, prefabricados. No se sirve de luces ni pantallas gigantes para deslumbrar al personal. Es, como ha dicho algún que otro crítico, un músico honesto y arriesgado, que rompió su contrato con una gran casa discográfica para trabajar con independencia. Es de los que hablan sobre el escenario, sin necesidad de lloriquear por la piratería y otros males.
Hace tiempo le leí en una entrevista que no estaba dispuesto a entrar en el juego de la industria discográfica, que utiliza ahora a sus artistas para reclamar por las pérdidas y el mal que supone Internet. Durante muchos años, esas empresas se mantuvieron al margen de las condiciones en las que trabajaban los músicos, mirando para otro lado cuando se hablaba del exiguo porcentaje que les correspondía a los creadores. Ahora, en época de vacas flacas y agotado el negocio, les exigen que den la cara por ellos. Algo que gente como Quique González, un trabajador nato de la música (y no una estrella de revista y televisión), no está dispuesto a hacer.
Está claro que la piratería empobrece el mercado musical. Pero es probable que ese mercado no fuera el más justo. Por mucho top manta que exista, o mucha descarga ilegal, la creatividad de los verdaderos autores no va a mermar. Quizás, la manida crisis sirva para poner a unos y a otros en el lugar que les corresponde, para hacer una limpieza necesaria. Muchos de los que protestan, sin asomo de humildad, no saben lo que es componer; y muchos otros hasta se avergonzarían de tocar para un auditorio de menos de 500 personas. Seguro que a más de uno le aparecería una sonrisa boba al oír el nombre de una sala sevillana llamada Q, y otros pondrían cara de interrogación ante el nombre de un tal Quique González. Verles escribir versos como los suyos también sería una crónica imposible.

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