lunes, 22 de agosto de 2011

Y se hizo la voz

Patricia Kraus clavó su huella en el escenario del Cicus el pasado viernes, en Sevilla.
Como de costumbre llegamos tarde al concierto al no haber contado con el tiempo de más que se tarda en encontrar la callejuela. Íbamos a ciegas, ni habíamos mirado el cartel del 21 Grados esa noche. Al encuentro. Una vez dimos con el lugar el guarda advierte: no queda sitio, si eso tirad para el final.
 
“Patricia Kraus”, leemos en el cartel una vez dentro. ¿Por qué será que nos suena? Nos colocamos de pie, al fondo, y en el escenario un piano de cola y una mujer en éxtasis cantando un solo de guitarra en el registro agudo. La gente estalla en aplausos sin que aún haya acabado el tema y es cuando V y yo nos miramos cómplices y es un pacto no verbal para dejarnos ir con la música.
 
Es imposible construir un relato lineal tras el concierto. Todos recordarán la masa música-público efervescente, buscar en el techo estrellado del patio cuando Moon River, el dúo que dejó que nos marcásemos con ella en Parole, el diafragma incansable con cada nota tenida, Como un animal, los solos de guitarra cuando ella era todos los instrumentos, un lírico evidente tras el soul, la tesitura estirándose, la conexión piano-voz, I’d rather go blind –llegados a este punto quién no, y un final valiente a capela- a pelo- cantando por Janis Joplin. Y la gente no aguanta más y se sale de la silla por segunda vez. El concierto acaba y queda la vuelta a casa, si acaso una cerveza que nos traiga a la tierra. V va caminando a 60 la negra, tarareando la última; hablamos de cualquier cosa, de la vuelta al conservatorio en septiembre; porque es pronto para traducir en palabras aún. Y nos miramos otra vez, nos acordamos del pacto y, ahora sí, la risa nerviosa, preguntarnos cómo es que ocurren estas cosas.

sábado, 15 de enero de 2011

"Los tiempos de oscuridad", por Javier de la Cueva

Cuentan los rumores que en uno de los consejos de ministros del gobierno de Felipe González, el entonces ministro de Sanidad, Ernest Lluch, expuso que había encontrado la solución para ahorrar en gastos sanitarios: se comenzarían a recetar medicamentos genéricos, algo entonces poco conocido. El entonces ministro de Defensa Narcís Serra le espetó: "Ernest, ¿qué has hecho? ¡Que los americanos no quieren vendernos los F18!". Los genéricos tardaron años en ser corrientes en España, pero muy pronto tuvimos los deseados aviones militares. Desconozco la certeza de la anécdota, pero sirve para introducir lo que Hannah Arendt denominó "los tiempos de oscuridad". Según esta autora, si la función del ámbito público es la de iluminar un espacio en el que las personas pueden mostrar quiénes son y qué pueden hacer, los tiempos oscuros llegan cuando la iluminación se extingue víctima de una brecha de credibilidad, de un gobierno invisible y de un discurso que no revela la verdad. Max Weber nos mostró cómo históricamente a cada sistema de producción le correspondía un sistema político representativo. Por ello, tiene su lógica que nos preguntemos cuál es la representación que corresponde a esta nueva etapa histórica en la que los ciudadanos disponemos de una tecnología con la que podemos aspirar a controlar al poder con la misma tecnología con que el poder nos controla. Ese control ciudadano habría de derivar, idealmente, en articular los contrapesos al poder ejecutivo que ya no realizan los otros poderes tradicionales legislativo y judicial.

Además, hay un gobierno invisible del que el anterior poder ejerce de mera cadena de transmisión. Ya sospechábamos su existencia pero Wikileaks, la versión tecnológica del tradicional quintacolumnismo, ha demostrado y concretado los actos y las personas mediante las cuales el Gobierno español se ha plegado a los intereses de Estados Unidos. Sería muy interesante que el Gobierno nos contara si, en el caso de la ley Sinde, se trata de talgos, energía eléctrica o repsoles de turno en lugar de aviones F18. Se nos habla de descargas y persecución de las webs de enlaces, pero las declaraciones públicas del lobby autotitulado Coalición de Creadores ya ha amenazado con la persecución de los usuarios en el caso de que esta ley no se promulgue. Se nos habla de la necesidad de la ley Sinde para atajar la sangría de las descargas, pero un mero documento de Google Docs en el que se escriban unos hiperlinks ya constituye una web de enlaces que los ciudadanos se están enviando por correo electrónico. Aunque la ley Sinde haya sido vendida como una solución, es absolutamente ineficaz. Solo se habla de piratería y de descargas, esto es, de los intereses económicos de un sector, cuando las descargas son el menor de los problemas de esta sociedad. Los grandes perjudicados en un cambio de modelo económico, los autores de 65 años, no aparecen por ninguna parte. ¿Cuántos son?¿De qué viven? Nuestros mayores no figuran en los discursos y cuando lo hacen es para ser usados.

Lo que está en juego es el modelo de sociedad que queremos construir: la definición y positivización de los derechos fundamentales de cuarta generación, el uso de la tecnología para el desarrollo de herramientas de control de poder (open government, open data), el uso de las redes para promover una circulación de las élites en la que se busque una igualdad de oportunidades con independencia del lugar socioeconómico de nacimiento. Y la Ciencia. Cómo hacer Ciencia (open access) en tiempo de redes. Esto sí que es riqueza. Discúlpenme que, cuando pienso en nuestros mayores desprotegidos, nuestros derechos humanos, nuestro sistema político, la igualdad social y la riqueza que genera la Ciencia, lo de las descargas me parezca menos relevante de lo que me cuentan.

* Artículo publicado en El País (15/01/2011).

** Javier de la Cueva es abogado, experto en las relaciones entre derecho y tecnología.

lunes, 20 de diciembre de 2010

"Cómo hacer la lista perfecta", por Diego A. Manrique

Estos días son ¡humillantes! Medios y opinadores ofrecen sus rutilantes selecciones de lo mejor del año. Pero un servidor se siente in-ca-paz. Culpa propia, desde luego, por vivir en medio del caos y por seguir esos impulsos promiscuos que llevan a escuchar indiscriminadamente música pretérita y contemporánea, marginalidades y llenapistas. Uno envidia la existencia ordenada de los colegas, su visión de aguilucho para escudriñar lo publicado en los 12 meses previos, su aplomo para entronizar discos que todavía no han sedimentado.

Debe haber truco, me digo. Cierto: analizando esos resúmenes, se advierte cierto método, se evidencia su lógica interna, se adivinan razones íntimas. Ahora, pongámoslo en práctica, confeccionando una lista con 10 discos. Estas serían las claves para acertar en cada puesto y marcar territorio:

- 1º La primera en la frente. El crítico es un gallo y cacarea cuando quiere, aunque desafine. Así que es bueno poner en la cumbre de la clasificación algo insólito, que incomode a los compañeros ("¿cómo no se me ocurrió?") y deje a los lectores desconcertados: ¿realmente existe un grupo llamado And You Will Know Us By The Trail Of Dead? Sí, existe pero ojo con sobrestimar el nivel general de inglés: mejor algo inteligible, como Beach House.

- 2º El verdadero triunfador. Los chicos listos saben nadar y guardar la ropa. Se unen aquí al consenso, suma del zumbido mediático y el votando-con-el-bolsillo del público enterado. Atención: el segundo lugar evita el bochorno de que parezca que acabas de descubrir a grupos -Arcade Fire, Vampire Weekend- que ya triunfaron en años anteriores.

- 3º El solista ambicioso. En España se valora más a los grupos y tiene su punto apostar por un cantante. El elegido debe alejarse del modelo cantautoril. Urge inclinarse por los que usan arreglos atípicos: Sufjan Stevens, Sam Amidon, Joanna Newsom.

- 4º El drama personal. Las historias de aguante son imbatibles: proporcionan el calorcillo de una solidaridad difusa. Le funcionó al Johnny Cash crepuscular y en 2010 tuvimos la reaparición de Edwyn Collins, superador de un ataque que le quitó movilidad y capacidad de hablar (¡pero no de cantar!).

- 5º El veterano indestructible. Conviene mostrar que el escriba no tiene prejuicios edadistas. Aquí se acomoda a un histórico, preferiblemente huraño: si no ha caído disco de Tom Waits o Bob Dylan, se puede recurrir a Neil Young, Paul Weller, Nick Cave o The Fall.

- 6º El noble experimento. Algún trabajo más apetitoso sobre el papel que en su materialización final. Como el Scratch my back, temas ajenos deshuesados por Peter Gabriel, o I'm new here, el intento de sacar jugo al pobre Gil Scott-Heron.

- 7º Negro sobre negro. A estas alturas, nunca faltaba el rapero intimidante. Nadie se enteraba de lo que parloteaba pero, amigo, ¡sus construcciones sonoras! Dado que el hip-hop lleva una temporada de ensimismamiento, mejor optar por una freak tipo Janelle Monáe, algún adusto disco africano, o -¡perfecto!- la B. S. O. de Tremé.

- 8 Exijo mi medalla. Deliciosamente fraudulento: destacar un disco de jazz europeo o vanguardia dura. Supone atribuirse conocimiento de campos esotéricos; vas de farol pero nadie se atreverá a rechistar.

- 9º El producto nacional. Eternamente enfurruñado con la industria, el especialista aplaude a los guerrilleros que regalan su música en Internet. Puede optar entre, por ejemplo, el humor generacional de Los Directivos o las visiones de Pony Bravo.

- 10º El detalle populista. El plumilla pretende aquí demostrar que, aunque lo contradiga el resto del top ten, también pertenece a la raza humana. Lo hace proclamando una sospechosa pasión por algún superventas o ritmo popular. No vale el reggaetón -lo reivindican pinchadiscos foráneos de alto caché- ni tampoco Lady Gaga o Beyoncé: no sacaron disco en 2010. Siempre queda... Shakira. ¿Una boutade? En Estados Unidos, donde no entienden sus letras (¡ni siquiera las cantadas en inglés!), es tratada como una artista seria. Puede que sí pero en el género burlesque.

lunes, 13 de diciembre de 2010

De ruidos y leyendas

Desde hace semanas tenía la intención de escribir aquí algún texto referido a John Lennon. Ahora que se cumplen treinta años de su asesinato, uno pensaba que podía contribuir a iluminar un poco más su figura con unas palabras de homenaje. Pero visto el cúmulo de artículos que han rondado por la prensa en los últimos días, los reportajes en televisión y las biografías dedicadas (nuevas y reeditadas), deseché la idea por abrumadora indigestión. De manera que preferí guardar silencio y volver a escuchar sus discos. Hay artistas a los que se ha venerado tanto que la repetición de sus nombres sólo añade ruido y leyenda. Y en el caso de Lennon, esa exaltación ya está más que cumplida.
El próximo 19 de diciembre hará diez años de la muerte de Carlos Cano, al que con suerte, pese a los muchos elogios que se leerán, nunca adoraremos como a una leyenda 'beatle'. Por fortuna, Carlos Cano no proyectará jamás ese impertinente ruido de la fama, de la estrella inalcanzable, mitificada, que concede entrevistas frívolas y firma autógrafos condescendientes. Al menos, así lo imagina uno. A pesar de no haberlo conocido, de Carlos Cano guardo montones de referencias e historias narradas por amigos comunes. Recuerdo de él anécdotas y conversaciones que nunca presencié, mantengo vivos gestos suyos que nunca observé, e incluso todavía oigo su risa y temo su silencio y su enfado y su mala follá granaína. Todo sin haberlo conocido. O mejor dicho, habiéndolo conocido por el relato de otras personas en las que sembró una amistad inquebrantable.

Hace seis o siete años me propusieron hacer un estudio sobre los temas de Carlos Cano y acabé abandonándolo. A medida que fui empapándome de su biografía, de su compromiso con Andalucía y con los más desfavorecidos, comprendí que era imposible analizar con método alguno a una persona tan llena de pasión. Entendí que sus canciones estaban hechas para sentirlas y no para diseccionarlas con un bisturí. Desde entonces, pude disfrutar mejor sus letras y sus melodías, esos discos que guardo como oro en paño: "A duras penas", "Cuaderno de coplas", "A través del olvido", "Mestizo", "El color de la vida"...

Esos álbumes y un himno de Andalucía que le oí cantar en un estadio de fútbol son los únicos recuerdos verdaderos que conservo de Carlos Cano. El resto es literatura, es decir, relatos contados por otras personas que admiraron al artista no como leyenda o estrella lejana, sino como a un amigo irrepetible.

jueves, 7 de octubre de 2010

Por fin, Mario

Algunos, que no muchos, se preguntarán por qué una entrada como ésta en un blog de música. Y la explicación sobra: no he podido contener la alegría de saber, hace unos horas, que a Mario Vargas Llosa le han concedido el Premio Nobel de Literatura. Casi he acabado por tomarlo como un éxito personal, después de varios años de lectura y admiración de sus novelas y sus artículos periodísticos. A pesar de que no tengo una opinión demasiado positiva sobre los premios, y menos del Nobel, donde se enredan tantos intereses políticos y empresariales, pienso que por fin se hace justicia con este galardón. Demasiado ha tardado. Demasiados autores han desfilado, año tras año, por la pasarela de la Academia Sueca brindando su pergamino, respaldados por grandes casas editoriales y con trayectorias más bien discretas. Por odiosa que sea la comparación, me resultaba incomprensible cómo un escritor como Vargas Llosa no había sido reconocido con el Nobel, y sí lo había merecido un novelista como el sudafricano J. M. Coetzee, del que leí tres novelas en 2003 sin hallar un mínimo atisbo de tan elevados elogios como le tributaban determinados críticos. Quizás, fuera que su firma estaba ya en la nómima de la todopoderosa Random House Mondadori, la compañía que copa el mercado del libro a nivel internacional. O quizás, tocaba premiar a algún representante africano (por supuesto, blanco), contrario al apartheid.

Ocurre que cuando una historia emociona y hace reflexionar más allá de lo que acontece en el día a día, el lector termina por sentirse identificado con el escritor. Lo toma prácticamente por un amigo, y a sus personajes (Zavalita, el zambo Ambrosio, Ricardo Arana, El Jaguar, Teresa..), como hermanos. Me imagino que ésa ha sido la sensación que han tenido muchas personas al conocer hoy la noticia de Vargas Llosa y su Nobel. Al menos, ésa ha sido mi experiencia. Hace unos tres años, cuando el escritor peruano presentaba Travesuras de la niña mala, tuve la ocasión de conocerle y hacerle varias preguntas en un programa de televisión, al que acudí invitado por un amigo. Cosa que no agradeceré lo suficiente, puesto que me dio la oportunidad de charlar con Vargas Llosa una vez acabada la grabación, sin apenas testigos delante. Aunque no fueron más que unos minutos, en los que abordé (o, más bien, asalté) al novelista, mientras lo desmaquillaban, pude comprobar de cerca su amabilidad. Con lo cual, vi cumplido el tópico aquel que dice que los artistas más sobresalientes son, precisamente, los más próximos.

En aquel momento, no tuve otra idea en mi cabeza que preguntarle por Julio Cortázar. Le señalé que había visto en uno de los personajes de Travesuras de la niña mala algún retazo del escritor argentino y, a renglón seguido, le confesé que no había leído una historia tan llena de pasión como Rayuela. Y que, probablemente, por más imprudente que fuera, nunca volvería a leer nada igual a Rayuela, algo que me emocionara tanto. La reacción de Vargas Llosa no pudo ser más complaciente. Me preguntó con qué edad la había leído y me comentó que aquella novela era una aventura para los jóvenes, que marcó a toda su generación. Aun así, pensaba que eran incluso mejores sus cuentos. Me refirió alguna vivencia que compartió con Cortázar en París y, con una sonrisa nostálgica, me contó cómo éste y su primera mujer, la gallega Aurora Bernáldez, fueron capaces de dejar una posición estable, de gran beneficio económico, como traductores en la Unesco, para dedicarse exclusivamente a leer y escribir. Una pasión por la literatura, según Vargas Llosa, que sólo había reconocido en Cortázar y en Octavio Paz.

Pequeños detalles como éste, por nimios que parezcan, acaban por unir más a un escritor y a un lector. Ahora que el novelista es reconocido a nivel mundial y que tiene la vitola de ser Premio Nobel, estas vivencias le parecen a uno cuanto menos una hazaña. Algo que rememorar con cariño. Probablemente, lo más provechoso de un galardón como éste sea que muchas personas que no habían leído nada de él se acerquen a sus historias. Y los que ya habíamos leído algo suyo (que no todo), volvamos a su escritura tan magnífica. Por eso, me alegro de que el Nobel haya ido a parar a las manos de Vargas Llosa, pues, a buen seguro, me hará revivir conversaciones en la Catedral; y merodear los secretos del Leoncio Prado; y viajar por Lima, París, Londres, Tokio y Madrid persiguiendo a la "niña mala", a esa Carmen chilenita que se sugiere y que nunca se deja atrapar.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Ego te absolvo, Antonio Salieri

Creo haber visto unas tres veces el Amadeus de Milos Forman, la película que retrata la vida de Mozart y de su supuesto antagonista, el compositor italiano Antonio Salieri. En cada ocasión, ya sea doblada al castellano, en edición extendida (con algunas secuencias que desechó el director), o bien en la versión original (la opción más recomendable), he tenido la oportunidad de descubrir matices que no había captado antes. Por ejemplo, la metáfora de un Mozart volcado literalmente en su trabajo, sobre una mesa de billar y lanzando las bolas al azar, a cada flanco, con cada nota que se dibujaba en su mente y en la partitura. El detalle de una ópera bufa que divierte al genio de Salzburgo y a su hijo pequeño, a pesar de que esa pieza ridiculizaba su Don Giovanni. O la ambientación sórdida de su muerte, en una mañana de niebla y lluviosa, con el fondo del Réquiem... Son imágenes y sonidos que se aprecian con mayor nitidez una vez que se repasa de nuevo la cinta, sin que ésta llegue a cansarte. Pues por más que se reconozcan las secuencias, siempre habrá en este Amadeus algún resorte oculto que termine sorprendiendo y fascinando.

Entre todas esas imágenes, idealizadas ya en la memoria, surge la de Antonio Salieri, ese músico desgraciado que narra la historia y que es verdaderamente el protagonista de la película, por encima del propio Mozart. Salieri es, en la monumental interpretación del actor Abraham Murray, el prototipo del perdedor, del hombre que anhela un éxito no correspondido, que sueña con la melodía perfecta y que, por más que lo intenta, nunca alcanza la gloria. Es el reflejo de la ambición convertida en perversión, puesto que recurre a los métodos más deplorables para acabar con Mozart. Intenta chantajear a su mujer y convertirla en su amante a cambio de unas partituras, prueba a espiar el trabajo del artista con una criada que se inmiscuye en las tareas del hogar y, por último, conduce a Mozart a la muerte con el fin de apropiarse de su última obra. Pero nada consigue. Salieri sabe que pasará a la posteridad como un ser anónimo, como un nombre más que se cita de pasada en algún libro de historia de la música, o quizás ni siquiera eso.

Y aun así, a pesar de su maldad, la figura de Antonio Salieri, o mejor dicho su representación ficticia en el cine, acaba por resultarnos entrañable. Despierta un sentimiento de piedad y de condescendencia por su inevitable desgracia. Salieri es el paradigma del mediocre, del infeliz que anhela con tanta fuerza el don artístico de su rival que termina por volverse loco. Es tal el amor y el odio que siente por Mozart que se imagina sepultado en vida cuando éste fallece. No sabe vivir sin él, sin su referencia, e intenta el suicidio. Finalmente, su obsesión le lleva a un manicomio de Viena, donde recibe la visita de un joven sacerdote, que, para su mayor desgracia, acaba confundiendo sus piezas con las de Mozart.

Al menos, al final de la película, hay un momento para la redención de Salieri. En el diálogo último con el sacerdote, el músico italiano se confiesa como el santo patrón de los mediocres, y en su salida por los pasillos del psiquiátrico grita a los locos: "¡Yo os absuelvo, mediocres del mundo!". Para Salieri, la música representa la culminación artística del ser humano y es, a sus ojos, un regalo concedido por Dios. Por ello, su rebeldía no se dirige tanto hacia Mozart, sino hacia Jesucristo, cuyo crucifijo acaba lanzando a la hoguera. Su concepción del arte tiene un fundamento divino, influido más por la fe o la inspiración que por el trabajo. En cambio, el camino de Mozart hacia la belleza es el de la constancia, el de la composición y el estudio pertinaz, agotador, que le lleva incluso a apartarse de todo, hasta de su familia, para conseguir sus objetivos. Razón por la cual uno haya sido ignorado en los manuales de música, y el otro sea venerado.

Por más que Amadeus sea una ficción, que en poco se corresponde con lo sucedido en la realidad (pues apenas se trataron Mozart y Salieri), no deja de ser bella su parábola. E, incluso, por más que nos resulte perversa la actitud de Salieri, no deja de ser cercana su postura. El odio, el rencor o la envidia son objetos de nuestro equipaje cotidiano. De ahí que su mediocridad, cuando se trata de un fin tan elevado como es la perfección artística, nos parezca entrañable. Genios como Mozart han existido pocos, a pesar de que algunos se sueñen como tales. Por eso, creo que va siendo hora de tratar con piedad a estos malaventurados mediocres. Yo también te absuelvo, Antonio Salieri.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Karlovy Vary: el agua es la musa

Por difícil que parezca, todavía existen lugares donde el ruido cotidiano lo provoca el rumor del agua, su caída libre y espontánea por manantiales y fuentes. Tan sólo por ese motivo, estos espacios merecen conservarse como un tesoro. Ocurre así en la ciudad de Karlovy Vary, que pude visitar este verano, en una breve escapada desde Praga, y que se custodia ejemplarmente a pesar de las miles de visitas que recibe cada año. Como ocurre también en ciertos rincones de la Alhambra de Granada, por los que no merodean los turistas, ni llega el eco de los claxones de los coches, Karlovy también mantiene intacta su apariencia natural y silenciosa. La presencia del agua, o más bien del rumor del agua, es casi inagotable en este punto y se combina con la arquitectura de forma prodigiosa. En Karlovy es posible encontrar tanto un imponente templo barroco como una sorprendente iglesia ortodoxa, de cúpulas azules y brillantes mosaicos. Pero, sobre todo, los edificios que dominan son los hoteles y los hospitales de estilo decimonónico –entre neoclásicos y modernistas–, puesto que Karlovy ha sido –y continúa siendo– una de las ciudades balneario más destacadas de Centroeuropa.

La arteria principal de Karlovy Vary no es, por tanto, una gran avenida plagada de coches, sino un río –llamado Teplá– al que se le atribuyen propiedades curativas. Las aguas termales del Teplá ya fueron descubiertas por el idolatrado rey Carlos, factótum en el siglo XIV del futuro Estado checo y al que se venera casi como a un santo. Desde entonces, este lugar enclavado en la región de Bohemia, y al que se accede una vez que se traspasa una parte de los Sudetes, tiene como razón de ser la de alojar a personas que buscan el descanso y la curación de sus enfermedades reumáticas, estomacales, cardiacas, respiratorias... Y así un largo etcétera, pues, como nos comentaron, en las aguas de Karlovy se cree con una fe propia de monasterio. De hecho, aún hoy miles de extranjeros mantienen la costumbre de pasar alguna temporada en una residencia de Karlovy, hacer dieta sana y pasear con un jarrito entre sus manos, del que van sorbiendo el agua que toman de las fuentes públicas, reguladas con distintas temperaturas. También los checos, como herencia de la etapa soviética, realizan estancias en Karlovy por prescripción médica y cubiertas por el seguro. Pero éstos son minoría frente a la población foránea, que remolonea entre jardines y columnatas, y, a veces, entre los escaparates de las tiendas de joyas de Bohemia, con una oblea en la mano, o bien con bolsas repletas de cremas y otros mejunges que por allí venden como propios, aunque muchos de ellos estén fabricados a bajo costo en Eslovaquia.

La atracción que ejercen el agua de Karlovy y sus bosques no surgió, por tanto, hace un par de años. Numerosos escritores, como Goethe, Schiller o Pushkin, buscaron en esta ciudad su particular 'locus amoenus', el lugar arcádico de reposo y reflexión que motivara la escritura de sus obras. También el rey Pedro 'El Grande' pasó temporadas junto al Teplá. E, incluso, Carlos Marx fue un habitual de Karlovy, como se deja ver en un monumento que le tienen dedicado. Con lo cual, se demuestra que hasta al adalid del comunismo le tentaba el lujo de los balnearios y los palacios. Pero, sobre todo, al repasar las inscripciones que figuran en las puertas de los hoteles, se observa que la mayor parte de los personajes ilustres que se hospedaban en Karlovy eran músicos. Y no cualesquiera. Mozart, Beethoven, Dvorak, Smetana, Chopin o Strauss residieron estacionalmente en esta ciudad, con la excusa probable de alejar algún mal, a pesar de que nada aquejara a sus organismos. Más que los balnearios y el brillo de los palacios, lo que perseguían estos artistas era la insporación escondida tras las cortinas de agua. Pues por poco que se atienda a su rumor, a la melodía que fluye por riachuelos, manantiales y fuentes, se adivinan notas cristalinas, que son como los latidos del corazón de la tierra. En Karlovy, el agua es la musa.