lunes, 22 de junio de 2009

'El perseguidor', música y tiempo

Hay libros que gusta dejarlos reposar. Una vez leídos, tenemos la sensación de haber desubierto algo importante, una especie de tesoro que debemos conservar intacto. Vamos madurando las palabras durante unos días, como frutas jugosas que ganarán en sabor con el paso del tiempo. Las mantenemos cercanas, para no olvidarlas –difícil sería olvidarlas– y mostrarlas otra vez a nuestros ojos, y degustarlas otra vez y otra vez, porque nunca sacian. Y compartirlas con los amigos, porque no hay nada mejor en la literatura que regalar los buenos momentos. Como ocurre también con la música. No hay nada mejor que compartir para ver en los otros sus reacciones, que sientan, al menos, una satisfacción semejante a la tuya.
Por eso escribo esta entrada. Hace un par de semanas, leí por primera vez El perseguidor, uno de tantos cuentos que me quedaban por descubrir de Julio Cortázar. Lo disfruté tanto que lo dejé sobre la mesilla de noche, para revolver sus páginas de nuevo. Lo maduré, como escribí más arriba. Lo dejé reposar, mientras leía otras cosas, que, por cierto, iban muy en la línea de los gustos de Cortázar –una antología de Los mejores cuentos policiales, seleccionados por Bioy Casares y Borges, entre los que se encuentran clásicos de Poe, Chesterton, Conan Doyle, London, Stevenson, etcétera–. Al igual que ocurre con los sabores extraordinarios, que permanecen en el paladar durante largo tiempo, me pasó con El perseguidor. Y por eso he querido compartirlo: sugerirlo si aún no lo han leído, y recomendarlo, otra vez, para que vuelvan a hacerlo.
El perseguidor es de esos cuentos que merecen releerse por muchas razones: por su pulso narrativo, por su sinceridad –alejada de toda pomposidad literaria–, por su música... Y, cómo no, por el mero placer de transportarse a la literatura, abandonar por unos momentos la anodina realidad y rodearse de personajes fantásticos. En este relato se contemplan dos planos de lo "real" claramente identificados en sus personajes: por una parte, Bruno, el crítico musical; y por otra, Johnny Carter, el saxofonista de jazz, esquizofrénico y dionisíaco, que atrae hacia su órbita todo lo que le rodea. Carter convierte en "mágico" cada elemento que toca. No sólo las notas musicales, sino también las relaciones personales, los diálogos. Es un músico con escasa formación cultural, pero con una intuición creativa excepcional, con una capacidad indescriptible para subyugar a amantes, amigos y demás compañeros. Mientras que Bruno dibuja la figura apolínea de este cuadro, la cara ordenada y lógica. Es el ancla de Carter con lo cotidiano, con la vida –de hecho, es su biógrafo–, con lo necesario. Y es el interlocutor de un artista apesadumbrado por la música y el tiempo: "Esto lo estoy tocando mañana... Esto del tiempo es una cosa muy complicada, me agarra por todos los lados. Me empiezo a dar cuenta poco a poco de que el tiempo no es como una bolsa que se rellena. Quiero decir que aunque cambie el relleno, en la bolsa no cabe más que una cantidad y se acabó... Lo mejor es cuando te das cuenta de que puedes meter una tienda entera... como yo meto la música en el tiempo cuando estoy tocando... Todo es elástico, chico. Las cosas que parecen duras tienen una elasticidad... una elasticidad retardada".
Para Johnny Carter el tiempo no es suficiente, quizás porque se ha anticipado a él. Por eso su frase: "Esto lo estoy tocando mañana". Como un atributo de los genios, Cortázar parece describir la sensación mágica de un músico que comprime sus notas en el tiempo. Las hace infinitas en aquello que es limitado. Una sensación temporal que el escritor argentino descubrió en el metro de París, según relató en varias entrevistas. En los subterráneos de la ciudad, Cortázar creía entrar en una dimensión apartada del tiempo, que no funcionaba según sus leyes forzosas. Y esa sensación la traslada al músico, que, en un corto trayecto, de estación a estación, ha sido capaz de revivir largos momentos de su pasado. Carter-Cortázar recuerda en el metro pasajes completos de su vida, imposibles de aglutinar en apenas diez minutos y hacerlos presente. Como después consigue con su saxo, el instrumento que le roban por su ensimismamiento y que le permite viajar más rápido que los medios de transporte creados por el hombre.
Ésa podría ser una lectura de El perseguidor, relacionada con la música y el tiempo. Otras interpretaciones, como la de Andrés González Riquelme ("La máquina musical de El perseguidor de Julio Cortazar"), nos conducen al vínculo entre literatura y jazz, al estudio de los ritmos musicales en cada uno de los fragmentos, al aspecto biográfico de Carter, inspirado en el músico Charlie Parker, tan admirado por Cortázar... Y así, hasta un sinfín de lecturas. El perseguidor, publicado en 1967, mantiene su genialidad precisamente en ese aspecto. La gran cantidad de sugerencias que le provoca al lector lo convierte en un libro maravilloso, que no se agota, que se hace infinito a pesar del tiempo.

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