En la tierra de Joaquín el de la Paula, el cantaor por excelencia de la soleá, y justo en el entorno donde éste vivió, el barrio antiguo del Castillo de Alcalá de Guadaíra, la voz de Miguel Poveda sonó limpia y deslumbrante, en honor a una tradición flamenca que milagrosamente sigue vive en aquel arrabal. Arrabal que durante siglos fue el eje vital de un pueblo y del que ahora apenas se contempla su cara negativa, como foco de problemas sociales; o su parte superficial, como un lugar idóneo para obtener futuros rendimientos turísticos. Muy cerca de aquellas casas-cuevas, que pretenden desnaturalizar al modo del Sacromonte granadino, aquellos hogares que cobijaron a la familia de los Gordos y que resguardaron el hambre de tantos gitanos -la "jambre negra", que escribió Manolo Jaro-, tuvo lugar una nueva edición del Festival Joaquín el de la Paula. Un certamen que cumple ya 31 años y que, paso a paso, se va fraguando como un encuentro cada vez más sólido, con reclamos tan atractivos como los de Poveda.
Un festival que contó con la apertura de Antonio Solís, un cantaor local, ganador del Concurso de la Soleá de este año. Cantaor añejo, con un chorro de voz potente, que ahora, a sus cuarenta años, empieza a fluir, después de fajarse en peñas y en el ambiente familiar. Solís es de esos cantaores humildes, con un respeto enorme a los grandes, que pierde todo el nervio al primer toque de guitarra y que se asentará y destacará sólo si vence ese reparo inicial de los que verdaderamente conocen el arte, como les ocurre también a aquellos escritores ocultos que lanzan sus textos al fuego por timidez. La voz del alcalareño puso el prólogo a una noche que rayó a gran altura con el malagueño Cancanilla, cantaor criado en Los Canasteros, al calor de Caracol; la Argentina, que puso de manifiesto por qué es una artista de "moda" (y lo seguirá siendo); y Luis el Zambo, el pescaero de Jerez que tiene el don de sobresalir sin sobresalir, de dominar todos los palos con una maestría que ha legado a uno de sus mejores discípulos, Miguel Poveda, quien le rindió homenaje en torno a las tres de la madrugada del pasado sábado.
Un festival que contó con la apertura de Antonio Solís, un cantaor local, ganador del Concurso de la Soleá de este año. Cantaor añejo, con un chorro de voz potente, que ahora, a sus cuarenta años, empieza a fluir, después de fajarse en peñas y en el ambiente familiar. Solís es de esos cantaores humildes, con un respeto enorme a los grandes, que pierde todo el nervio al primer toque de guitarra y que se asentará y destacará sólo si vence ese reparo inicial de los que verdaderamente conocen el arte, como les ocurre también a aquellos escritores ocultos que lanzan sus textos al fuego por timidez. La voz del alcalareño puso el prólogo a una noche que rayó a gran altura con el malagueño Cancanilla, cantaor criado en Los Canasteros, al calor de Caracol; la Argentina, que puso de manifiesto por qué es una artista de "moda" (y lo seguirá siendo); y Luis el Zambo, el pescaero de Jerez que tiene el don de sobresalir sin sobresalir, de dominar todos los palos con una maestría que ha legado a uno de sus mejores discípulos, Miguel Poveda, quien le rindió homenaje en torno a las tres de la madrugada del pasado sábado.
Por cierto, en cuanto al horario habría que plantear un cambio para ediciones siguientes. No es de recibo comenzar media hora más tarde de lo previsto, tal y como se había programado, algo que puede entrar dentro de "lo normal"; pero tampoco extender demasiado la cita, nada menos que hasta rozar las cinco de la madrugada, que es cuando finalizó el baile de Juan de Juan. Existen muchas alternativas a estas horas, como, por ejemplo, limitar la duración de los espectáculos o, simplemente, empezar antes el festival, más si cabe un día como el sábado y con un temperatura agradable. No se entiende muy bien esta decisión, ni la de prolongar en demasía el intermedio; factores que provocaron un continuo ir y venir de la gente por los pasillos. Gente que, en muchos casos, venía de fuera de Alcalá y que tenía por delante, a altas horas de la madrugada, varios kilómetros hasta regresar a sus casas.
A pesar de este horario intempestivo y de algunos fallos del sonido, el reclamo de Poveda hizo notable la presencia de espectadores casi hasta el final. El cantaor catalán fue el "gancho" elegido para esta edición del festival y, sin duda, no defraudó. Poveda tiró de su repertorio habitual, con alegrías, soleás, siguiriyas, bulerías..., que remató con sus "cuplés flamencos", como él llama a ese popurri de coplas jondas, en las que ha podido recrearse en su último trabajo, Coplas del querer. Poveda fue, como se ha dicho, el "gancho" para atraer a un público más numeroso y joven, que, pudiendo "entender" más o menos de flamenco, siente una emoción inusitada por algo que parecía reducido a otros círculos. Este "charnego" orgulloso de serlo, que se crió oyendo la música de Pink Floyd y la de Bambino, que siente admiración por Santiago Auserón y Mairena, ha conseguido rejuvenecer el flamenco y acercarlo, sin estridencias, a otros ámbitos de los que se creía apartado. Tiene tal soltura, tanta potencia y tanto dominio para modular su voz, que ha terminado por convencer a los más incrédulos. Aunque esto último bien poco le importe. Poveda no canta para demostrar nada a nadie, ni mucho menos para callar las bocas del purismo y la ortodoxia, cuyos argumentos suenan como ecos rancios y sin mucho sentido. Como artista, sus únicos objetivos son los de "crear" y hacer disfrutar al público, tal y como hizo el pasado sábado en Alcalá, en la tierra de Joaquín el de la Paula.
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