domingo, 27 de septiembre de 2009

Maldita historia

Desde hace una semana, justo después de ver en el cine Malditos bastardos, guardaba en la recámara una entrada sobre su banda sonora. Como ha ocurrido con anteriores películas de Quentin Tarantino, la música se convierte en un elemento indispensable en sus historias, bien por respaldar la acción, bien por chocar irónicamente con el argumento. Esto último es lo que ocurre en Malditos bastardos, una película que, por si no lo saben (lo dudo), trata sobre un grupo de guerrilleros judíos que pone en jaque a las tropas nazis desplegadas en Francia. Para "ambientar" sonoramente el filme, el director norteamericano ha seleccionado una serie de composiciones que se topan frontalmente con una trama desarrollada en la II Guerra Mundial. El tracklist de Malditos bastardos cuenta con temas incluidos en películas de culto del cine policiaco y del western. Abundan las creaciones de Ennio Morricone y algún destello sorprendente, como el de incluir 'Cat people (Putting out the fire)', de David Bowie, en los instantes previos al desenlace. Puede parecer horripilante esta decisión, desde el prejuicio y sin haber visto la película, pero animo a todo el que lo desee a que lo compruebe por sí mismo y juzgue el efecto de esta banda sonora. El choque o la paradoja estética, por llamarlo de alguna manera, está asegurado. Como dice Carlos Boyero, Tarantino es por sí solo un género cinematográfico. Quizás, diría yo, la persona más adecuada para atreverse a este tipo de cosas, sin que nada desentone, sin que chirríe la voz del gran Bowie en medio de una tragicomedia sobre la pesadilla nazi.
Dotes artísticas aparte, gusten más o menos sus películas, hay que reconocer a Tarantino un estilo particular, irremediablemente provocador. Un estilo singular que labra, entre otros elementos, con la música, con unos flashes sonoros, tipo vídeo-clip pop, que se han mantenido con éxito en la retina de los espectadores a lo largo de los años. El baile de Travolta con Uma Thurman en Pulp Fiction al son de 'You never can tell', de Chuck Berry; o la perorata de Marsellus Wallace, al comienzo de esta misma película, sobre el telón genial del 'Let´s stay together', de Al Green, constituyen ya hitos del cine reciente, imitados hasta la saciedad. Malditos bastardos, en este sentido, va a la zaga de obras como la citada Pulp Fiction, Reservoir Dogs, Jackie Brown o Kill Bill, aunque se reserva sus momentos estelares con la banda sonora como protagonista. En realidad, Tarantino no hace más que crear una distancia con la historia que presenta. Al incluir en plena Guerra Mundial unas composiciones atribuibles a unos forajidos de Río Grande, está obligando a ver esa acción con otros ojos. Cambia la visión tradicional del cine sobre un tema bastante trillado.
Durante la presentación de la película en el Festival de San Sebastián, el director ha insistido precisamente en esa opinión. Su objetivo era el de transformar la Historia, escrita con mayúsculas; aún a riesgo de recibir críticas y condenas por todas partes. Literalmente, Tarantino inventa la Historia, la II Guerra Mundial, en Malditos bastardos. No recrea unos hechos, ni parte de unos datos contrastados. Sólo se sirve de un marco histórico, muy difuso, para vengar el pasado. Utiliza el cine para matar con fiereza a Hitler y redimir a muchas personas sedientas de sangre nazi. Como él mismo ha reconocido en una entrevista, muchos jóvenes alemanes se sentirán gratificados al ver esa matanza y verán cumplido un sueño.
Pero no se trata más que de eso, de un sueño irrealizable. La Historia está ahí, imposible de modificar, a pesar de las inagotables interpretaciones y revisiones. Ni la música ni la ficción que imprime Tarantino van a restituir la muerte de millones de personas, ni la barbarie del holocausto. Como recompensa, quizás obtenga unas cuantiosas cifras de taquilla y el agradecimiento de algunos jóvenes ilusos que todavía no sepan discernir entre la realidad y el deseo, entre la Historia y la ficción. Es inexcusable el recuerdo de ese pasado, pero no bajo este tipo de "lecciones" cinematográficas, si es que puede calificarse como tal el final de Malditos bastardos.
Para recordar, para no olvidar nunca y aprender sobre lo ocurrido en la II Guerra Mundial, mejor les recomiendo un documental que emitieron ayer en 'La noche temática'. El trabajo, que pueden rescatar por la página web de RTVE, se titula "De una guerra a otra: campos de resistencia" y enfoca las historias de verdaderos guerrilleros, no como los que comanda Brad Pitt en Malditos bastardos. A través de entrevistas, el documental va narrando las penurias que tuvieron que vivir miles de republicanos españoles exiliados en Francia, quienes después de la Guerra Civil, sobrevivieron a la barbarie de los campos de concentración nazi y ayudaron a liberar París. Tras ver y oír las historias de estas personas, su dolor y sus lágrimas, poco espacio queda para la maldita historia de Tarantino. No me imagino a esos héroes de carne y hueso sintiéndose gratificados con la película. Ni mucho menos reparando en su música.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Rock and gol

Septiembre es un mes de reencuentros. Es el mes de la vuelta al cole, el del retorno al trabajo y el del inicio de las competiciones de fútbol, cuyos efectos balsámicos se han probado más potentes que el Prozac. A muchas personas (miles, cientos de miles…), la expectativa de un buen partido de fútbol les arregla el día. Por frustrante que les parezca a sociólogos y moralistas, ésa es la realidad. Y no creo que haya nada malo en ello. El fútbol tiene también su dosis de estética, libera pasiones y provoca catarsis colectivas que dejarían en ridículas manifestaciones las vividas por los antiguos espectadores de las tragedias griegas. Como la música, el fútbol, o el deporte en general, puede servir como lenitivo y válvula de escape para los males que se enquistan. Desinhibe y es saludable. El Último de la Fila tenía una canción titulada “El que canta su mal espanta” (abría el maravilloso Astronomía razonable), que bien podría aplicarse a los gritos de los aficionados desde las gradas.
Rock y fútbol tienen bastantes cosas en común, aparte de los citados efectos liberadores. Ambos son espectáculos de masas, que arrastran idolatría y un volumen de negocio incalculable. Las estrellas de la música y el fútbol aparecen en portadas de revistas, protagonizan anuncios y comparten amistades. Incluso intercambian sus papeles sobre el escenario y el terreno de juego, en una relación curiosa (y promiscua) que quizás les sirva para escribir un anecdotario, rellenar una charla aburrida en el bar o publicar una entrada de blog, también aburrida, como ésta.
Hace unos días, ‘Fiebre Maldini’ (el mejor programa que se emite actualmente en televisión, y no exagero) recordaba uno de esos casos extraños de músicos locos por el fútbol, el de Elton John y el Watford. De oídas, ya conocía la historia, pero me sorprendió ver en imágenes la dimensión que alcanzó el proyecto. Para los que no lo conozcan, el Watford es un club inglés de tercera o cuarta categoría, que, en la década de los ochenta, gracias al impulso dado por su presidente Elton John, subió hasta la Premier y llegó a plantar cara a los históricos. De hecho, las imágenes que recuperaron en el programa fueron las de un partido de Liga que el Watford ganó sorprendentemente al Manchester Utd. (por 1-2) en el mismísimo Old Trafford, con Luther Blisset como estrella (este jugador ficharía después por el Milán). Pero ahí no quedaba la cosa: el equipo de Elton John alcanzó incluso el subcampeonato y obtuvo plaza para la Copa de la UEFA. Un equipo que podríamos equiparar con mi querido C.D. Alcalá, con unas infraestructuras ridículas, logró colarse en Europa. Y todo por obra y gracia de Elton John, cuya afición al fútbol era lejana, pues su padre fue jugador profesional en Inglaterra.
Posiblemente, en Inglaterra, España y Argentina, por citar tres países con gran tradición futbolera, haya muchos más casos de músicos metidos a directivos de clubes. Sin embargo, lo que más ha abundado han sido los artistas que probaron suerte con el balón, antes o después incluso de ser reconocidos como músicos. En España, por ejemplo, contamos con el ya memorable caso de Julio Iglesias, que perteneció como guardameta al Juvenil B del Real Madrid, intentando hacerle sombra al gran Miguel Ángel. Por supuesto, no lo consiguió y terminó interpretando temas de infausto recuerdo, como 'Gwendolyne', en imitación bronceada y latina de Sinatra. No sé que hubiera sido mejor…
Un caso parecido al de Julio Iglesias fue el de Rod Stewart, quien en la adolescencia llegó a probarse en el Barça, aunque sin suerte. Mal ojo tuvieron los técnicos entonces: no hubiese estado mal ver al joven Stewart llenando de botellas de whisky la Massía. Sin embargo, su aventura futbolística no se quedó ahí, ya que tiempo después llegó a convertirse en jugador profesional en las filas del Bredfort. Tras su retirada de los estadios, siguió los pasos de Elton John y apoyó económicamente a varios clubes británicos, además de continuar siendo el seguidor número uno de la selección de su país, Escocia.
Otros ejemplos curiosos son los de Gaz Wheland, ex batería del grupo Happy Mondays, que recaló en el Manchester City; David Essex, que perteneció al Colchester Utd.; o Steve Harris, de Iron Maiden, que militó en el Halifax Town (¿alguien me puede decir cómo viste ese equipo?). Estos datos, por supuesto, los he pillado de Internet. No tenía la menor idea del pasado “pelotero” de estos tipos. Ahora bien, al que sí recuerdo y vi jugar fue a Mick Hucknall, el líder de los Simply Red, que fichó por el Manchester Utd. en los años noventa, más bien por una cuestión comercial que por sus dotes balompédicas. Si no me falla la memoria, Hucknall disputó como centrocampista algunos minutos en la Liga de Campeones, frente al Real Madrid, en aquel magnífico partido en el que Redondo le regaló un gol a Raúl, después de un taconazo antológico desde la banda. Creo que la afición estaba tan decaída en ese partido, por el recital del Madrid, que Alex Ferguson decidió alegrarlos con la entrada en el campo del melenas pelirrojo.
Dicen que ciertos músicos ponen tanta pasión en el fútbol que algunos han llegado a suspender un concierto debido a la decepción causada por su equipo. Eso cuentan de Mick Jagger, forofo del Manchester, que anuló un directo de la banda tras ver perder la final de la Champions de este año frente al Barcelona. Rumores aparte, de lo que no existió duda fue del fanatismo por el fútbol de Bob Marley, que aprovechaba cada momento fuera del estudio o de las giras para echar un partido con los amigos. Precisamente, uno de esos bolos fue el que le provocó la muerte, después de tener una lesión mal curada en el pie (al parecer, sólo quería utilizar remedios naturales para tratarse la herida infectada).
En el bando contrario, el de los futbolistas, también hay casos insólitos de intercambio profesional. Los hubo que se lo tomaron medio en serio, como Ruud Gullit, que tenía (y creo que sigue teniendo) su propia banda de reggae. Sin embargo, lo que abundan en este sentido son los “cameos”, es decir, la aportación desinteresada (y catastrófica) de algún jugador a algún amigo cantante para reflotar un disco. En Inglaterra abundaron estos casos. Kevin Keagan grabó en 1979 la canción ‘Hands over heels in love’, y más tarde, en los ochenta, le imitaron el excéntrico Paul Gascoigne, con ‘Fog on the tyne’, y el portero del Arsenal Peter Shilton, con ‘Side by side’.
Los argentinos también se han ofrecido mucho a estas historias. El Mono Burgos, que cantó bajo los palos del Real Mallorca y el Atlético de Madrid, parece tener más éxito ahora como rockero. En Youtube anda suelto un vídeo del Mono con Carlos Tarque que es para olvidar (a pesar de que admiro a Tarque). Y cómo no, el grande y endiosado Diego Armando Maradona ha hecho sus gorgoritos en varias ocasiones con amigos como Andrés Calamaro o Joaquín Sabina. Con este último, llegó a animarse en un concierto en el Rex de Buenos Aires. Aunque, sin duda, su más infame colaboración tuvo lugar a finales de los ochenta, cuando participó en un disco de Pimpinela.
De futbolistas españoles, ahora sólo me viene al recuerdo el disco de Los Amigos del Arte (con jugadores del Sevilla y el Betis, como Nimo y Gordillo), las canciones bochornosas de los jugadores de la Selección antes de los campeonatos internacionales (busquen la surrealista colaboración de Juanfran con Rosa de Operación Triunfo) y la aventura de Álvaro Benito en Pignoise. Álvaro, por si no lo recuerdan, fue un jugador del Real Madrid, que ascendió al primer equipo a la par que Guti y que tuvo algunas oportunidades con Capello. Una grave lesión le apartó del fútbol para siempre, y hace unos años sorprendió con su cresta "pijipunki" y un grupo odioso que suena en la sintonía de 'Los hombres de Paco' y en Los 40 Principales.
De las canciones que suenan en los estadios (‘Go West’, de Pet Shop Boys; ‘Those were the days’, de Mary Hopkins; o el imprescindible ‘We are the champions’, de Queen) versionadas y coreadas por los aficionados, mejor será que no hable porque entonces no acabo…

domingo, 13 de septiembre de 2009

La cuestionada gira de Depeche Mode

Repaso noticias y comentarios sobre Depeche Mode en Internet, sobre su gira "Tour of the Universe", y no encuentro más que confusión. En este asunto, como en tantos otros que circulan por la Red, la información brilla por su ausencia y es sustituida por miles de opiniones vertidas por seguidores y detractores del grupo. No existen datos claros y fiables que expliquen por qué la banda británica ha cancelado nada menos que 14 conciertos desde que inició la gira en Luxemburgo el 6 de marzo de 2009. Hasta la fecha, los argumentos aportados por Depeche Mode se han extendido a través de su página web y han reincidido siempre en el mal estado de salud de Dave Gahan. Poco más. Incluso se han generalizado diversas versiones sobre su enfermedad (al comienzo, se habló de una gastroenteritis; después, de un tumor de vejiga). Ante tal carencia de información y la escasa aportación de los representantes del grupo, o de sus propios componentes, el público tiende a sospechar y a decretar que algo "huele mal" en este "Tour of the Universe". Algunos se han atrevido a catalogarla como la "gira de la vergüenza"; otros, como el "fin de un ciclo".
Resulta arriesgado opinar cuando no se tienen datos al alcance. Más que arriesgado, es una temeridad lanzar juicios sobre una persona o un tema cualquiera cuando apenas se conocen unos datos. Sin embargo, esto no es más que una práctica habitual en los medios de comunicación y en la vida cotidiana que nadie va a solucionar, por más que lamentemos y despreciemos esa actitud. Todos hemos contribuido alguna vez a expandir un bulo, un prejuicio o una opinión negativa, sin tener la más mínima idea de lo que hablamos. Lo que sí resulta "legítimo", en cambio, es la duda ante la falta de información. O mejor, la sospecha ante la cerrazón y la negativa a aportar información..., dependiendo de los casos, claro está.
En el asunto de Depeche Mode, es esta última postura la que domina. El público, que pagó su entrada para alguno de sus conciertos cancelados, tiene derecho a saber cuáles han sido los motivos y a sospechar si éstos no han sido lo suficientemente justificados. Puede parecer antiestético el término, pero el espectador se convierte en un "cliente" de un espectáculo por el que ha pagado y, a pesar de que el dinero se haya devuelto, no se siente totalmente recompensado si las razones esgrimidas para la cancelación son débiles.
Tras la anulación de los conciertos programados en Oporto y Sevilla en el mes de julio, muchas personas vieron cómo la gira continuaba con total normalidad, sin que el grupo hiciera el mínimo esfuerzo para restituir los directos en esas ciudades. Lo mismo ha ocurrido en Atenas, Estambul, Bucarest, Sofía, Belgrado, Varsovia, Riga, Vilna, Landgraf, Leipzig, San Francisco y San Diego. De todos ellos, sólo el de Leipzig acabó celebrándose al día siguiente. Hay dudas de que Dave Gahan estuviera aquejado por alguna enfermedad en esas citas. Existen sospechas de que un buen número de esos conciertos no iba a resultarle rentable al grupo y a todo su entorno, una maquinaria empresarial gigante. "Huele mal", para algunos seguidores, el hecho de que muchas de esas ciudades pertenezcan a países del Este de Europa, donde se atraviesa por una profunda crisis económica y, por tanto, no iba a asistir un procentaje rentable de espectadores. Incluso, algunos críticos musicales cuestionan la estabilidad del grupo, después de haber publicado un disco monótono (ésta sí es una opinión propia), respaldado por unas insuficientes ventas comerciales.
Algunos comentaristas hilan fino al decir que la gira europea era desorbitada, con un número de fechas excesivo para un grupo que había perdido el pulso de los directos y los viajes continuos. Los hay que se enorgullecen de conocerlos personalmente y pregonan el malestar de los músicos por esta gira y especulan que querían estar a la altura para las grandes citas, principalmente para los conciertos de Estados Unidos. Otros, más comedidos, se plantean que ésta es una buena oportunidad para que la banda se replantee su trayectoria y deje de forzar una propuesta musical agotada desde hace muchos años (desde el Songs of faith and devotion, diría yo). Pero, más allá de todos estos comentarios, lo cierto es que no hay nada claro. Para contarrestar esas críticas, algunos fanáticos defienden que Depeche Mode estuvo en Bilbao y en Valladolid con aforos presumiblemente más bajos que los que iba a encontrar en Sevilla y dieron la talla. Al parecer, Dave Gahan estaba en buena forma, casi rejuvenecido, según cuentan muchos asistentes.
El malestar de los espectadores que iban a presenciar el concierto de Sevilla ha aumentado todavía más al conocerse que el grupo ha programado un segundo concierto en Madrid para noviembre de 2009, además de los dos que ya tenía contratado en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Quizás sea la escasa o nula "reputación" que tiene Sevilla como organizadora de este tipo de eventos, habrán pensado los escépticos. Aunque sin ir más allá en el asunto. Todo ha quedado sin una respuesta concreta, sin que abunde la información. Y mientras tanto, se acumulan las dudas, las sospechas y los comentarios hostiles en torno al grupo, que resta credibilidad y ensombrece su imagen pública, a pesar de la defensa a ultranza de sus seguidores más fieles.