sábado, 19 de septiembre de 2009

Rock and gol

Septiembre es un mes de reencuentros. Es el mes de la vuelta al cole, el del retorno al trabajo y el del inicio de las competiciones de fútbol, cuyos efectos balsámicos se han probado más potentes que el Prozac. A muchas personas (miles, cientos de miles…), la expectativa de un buen partido de fútbol les arregla el día. Por frustrante que les parezca a sociólogos y moralistas, ésa es la realidad. Y no creo que haya nada malo en ello. El fútbol tiene también su dosis de estética, libera pasiones y provoca catarsis colectivas que dejarían en ridículas manifestaciones las vividas por los antiguos espectadores de las tragedias griegas. Como la música, el fútbol, o el deporte en general, puede servir como lenitivo y válvula de escape para los males que se enquistan. Desinhibe y es saludable. El Último de la Fila tenía una canción titulada “El que canta su mal espanta” (abría el maravilloso Astronomía razonable), que bien podría aplicarse a los gritos de los aficionados desde las gradas.
Rock y fútbol tienen bastantes cosas en común, aparte de los citados efectos liberadores. Ambos son espectáculos de masas, que arrastran idolatría y un volumen de negocio incalculable. Las estrellas de la música y el fútbol aparecen en portadas de revistas, protagonizan anuncios y comparten amistades. Incluso intercambian sus papeles sobre el escenario y el terreno de juego, en una relación curiosa (y promiscua) que quizás les sirva para escribir un anecdotario, rellenar una charla aburrida en el bar o publicar una entrada de blog, también aburrida, como ésta.
Hace unos días, ‘Fiebre Maldini’ (el mejor programa que se emite actualmente en televisión, y no exagero) recordaba uno de esos casos extraños de músicos locos por el fútbol, el de Elton John y el Watford. De oídas, ya conocía la historia, pero me sorprendió ver en imágenes la dimensión que alcanzó el proyecto. Para los que no lo conozcan, el Watford es un club inglés de tercera o cuarta categoría, que, en la década de los ochenta, gracias al impulso dado por su presidente Elton John, subió hasta la Premier y llegó a plantar cara a los históricos. De hecho, las imágenes que recuperaron en el programa fueron las de un partido de Liga que el Watford ganó sorprendentemente al Manchester Utd. (por 1-2) en el mismísimo Old Trafford, con Luther Blisset como estrella (este jugador ficharía después por el Milán). Pero ahí no quedaba la cosa: el equipo de Elton John alcanzó incluso el subcampeonato y obtuvo plaza para la Copa de la UEFA. Un equipo que podríamos equiparar con mi querido C.D. Alcalá, con unas infraestructuras ridículas, logró colarse en Europa. Y todo por obra y gracia de Elton John, cuya afición al fútbol era lejana, pues su padre fue jugador profesional en Inglaterra.
Posiblemente, en Inglaterra, España y Argentina, por citar tres países con gran tradición futbolera, haya muchos más casos de músicos metidos a directivos de clubes. Sin embargo, lo que más ha abundado han sido los artistas que probaron suerte con el balón, antes o después incluso de ser reconocidos como músicos. En España, por ejemplo, contamos con el ya memorable caso de Julio Iglesias, que perteneció como guardameta al Juvenil B del Real Madrid, intentando hacerle sombra al gran Miguel Ángel. Por supuesto, no lo consiguió y terminó interpretando temas de infausto recuerdo, como 'Gwendolyne', en imitación bronceada y latina de Sinatra. No sé que hubiera sido mejor…
Un caso parecido al de Julio Iglesias fue el de Rod Stewart, quien en la adolescencia llegó a probarse en el Barça, aunque sin suerte. Mal ojo tuvieron los técnicos entonces: no hubiese estado mal ver al joven Stewart llenando de botellas de whisky la Massía. Sin embargo, su aventura futbolística no se quedó ahí, ya que tiempo después llegó a convertirse en jugador profesional en las filas del Bredfort. Tras su retirada de los estadios, siguió los pasos de Elton John y apoyó económicamente a varios clubes británicos, además de continuar siendo el seguidor número uno de la selección de su país, Escocia.
Otros ejemplos curiosos son los de Gaz Wheland, ex batería del grupo Happy Mondays, que recaló en el Manchester City; David Essex, que perteneció al Colchester Utd.; o Steve Harris, de Iron Maiden, que militó en el Halifax Town (¿alguien me puede decir cómo viste ese equipo?). Estos datos, por supuesto, los he pillado de Internet. No tenía la menor idea del pasado “pelotero” de estos tipos. Ahora bien, al que sí recuerdo y vi jugar fue a Mick Hucknall, el líder de los Simply Red, que fichó por el Manchester Utd. en los años noventa, más bien por una cuestión comercial que por sus dotes balompédicas. Si no me falla la memoria, Hucknall disputó como centrocampista algunos minutos en la Liga de Campeones, frente al Real Madrid, en aquel magnífico partido en el que Redondo le regaló un gol a Raúl, después de un taconazo antológico desde la banda. Creo que la afición estaba tan decaída en ese partido, por el recital del Madrid, que Alex Ferguson decidió alegrarlos con la entrada en el campo del melenas pelirrojo.
Dicen que ciertos músicos ponen tanta pasión en el fútbol que algunos han llegado a suspender un concierto debido a la decepción causada por su equipo. Eso cuentan de Mick Jagger, forofo del Manchester, que anuló un directo de la banda tras ver perder la final de la Champions de este año frente al Barcelona. Rumores aparte, de lo que no existió duda fue del fanatismo por el fútbol de Bob Marley, que aprovechaba cada momento fuera del estudio o de las giras para echar un partido con los amigos. Precisamente, uno de esos bolos fue el que le provocó la muerte, después de tener una lesión mal curada en el pie (al parecer, sólo quería utilizar remedios naturales para tratarse la herida infectada).
En el bando contrario, el de los futbolistas, también hay casos insólitos de intercambio profesional. Los hubo que se lo tomaron medio en serio, como Ruud Gullit, que tenía (y creo que sigue teniendo) su propia banda de reggae. Sin embargo, lo que abundan en este sentido son los “cameos”, es decir, la aportación desinteresada (y catastrófica) de algún jugador a algún amigo cantante para reflotar un disco. En Inglaterra abundaron estos casos. Kevin Keagan grabó en 1979 la canción ‘Hands over heels in love’, y más tarde, en los ochenta, le imitaron el excéntrico Paul Gascoigne, con ‘Fog on the tyne’, y el portero del Arsenal Peter Shilton, con ‘Side by side’.
Los argentinos también se han ofrecido mucho a estas historias. El Mono Burgos, que cantó bajo los palos del Real Mallorca y el Atlético de Madrid, parece tener más éxito ahora como rockero. En Youtube anda suelto un vídeo del Mono con Carlos Tarque que es para olvidar (a pesar de que admiro a Tarque). Y cómo no, el grande y endiosado Diego Armando Maradona ha hecho sus gorgoritos en varias ocasiones con amigos como Andrés Calamaro o Joaquín Sabina. Con este último, llegó a animarse en un concierto en el Rex de Buenos Aires. Aunque, sin duda, su más infame colaboración tuvo lugar a finales de los ochenta, cuando participó en un disco de Pimpinela.
De futbolistas españoles, ahora sólo me viene al recuerdo el disco de Los Amigos del Arte (con jugadores del Sevilla y el Betis, como Nimo y Gordillo), las canciones bochornosas de los jugadores de la Selección antes de los campeonatos internacionales (busquen la surrealista colaboración de Juanfran con Rosa de Operación Triunfo) y la aventura de Álvaro Benito en Pignoise. Álvaro, por si no lo recuerdan, fue un jugador del Real Madrid, que ascendió al primer equipo a la par que Guti y que tuvo algunas oportunidades con Capello. Una grave lesión le apartó del fútbol para siempre, y hace unos años sorprendió con su cresta "pijipunki" y un grupo odioso que suena en la sintonía de 'Los hombres de Paco' y en Los 40 Principales.
De las canciones que suenan en los estadios (‘Go West’, de Pet Shop Boys; ‘Those were the days’, de Mary Hopkins; o el imprescindible ‘We are the champions’, de Queen) versionadas y coreadas por los aficionados, mejor será que no hable porque entonces no acabo…

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