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Dotes artísticas aparte, gusten más o menos sus películas, hay que reconocer a Tarantino un estilo particular, irremediablemente provocador. Un estilo singular que labra, entre otros elementos, con la música, con unos flashes sonoros, tipo vídeo-clip pop, que se han mantenido con éxito en la retina de los espectadores a lo largo de los años. El baile de Travolta con Uma Thurman en Pulp Fiction al son de 'You never can tell', de Chuck Berry; o la perorata de Marsellus Wallace, al comienzo de esta misma película, sobre el telón genial del 'Let´s stay together', de Al Green, constituyen ya hitos del cine reciente, imitados hasta la saciedad. Malditos bastardos, en este sentido, va a la zaga de obras como la citada Pulp Fiction, Reservoir Dogs, Jackie Brown o Kill Bill, aunque se reserva sus momentos estelares con la banda sonora como protagonista. En realidad, Tarantino no hace más que crear una distancia con la historia que presenta. Al incluir en plena Guerra Mundial unas composiciones atribuibles a unos forajidos de Río Grande, está obligando a ver esa acción con otros ojos. Cambia la visión tradicional del cine sobre un tema bastante trillado.
Durante la presentación de la película en el Festival de San Sebastián, el director ha insistido precisamente en esa opinión. Su objetivo era el de transformar la Historia, escrita con mayúsculas; aún a riesgo de recibir críticas y condenas por todas partes. Literalmente, Tarantino inventa la Historia, la II Guerra Mundial, en Malditos bastardos. No recrea unos hechos, ni parte de unos datos contrastados. Sólo se sirve de un marco histórico, muy difuso, para vengar el pasado. Utiliza el cine para matar con fiereza a Hitler y redimir a muchas personas sedientas de sangre nazi. Como él mismo ha reconocido en una entrevista, muchos jóvenes alemanes se sentirán gratificados al ver esa matanza y verán cumplido un sueño.
Pero no se trata más que de eso, de un sueño irrealizable. La Historia está ahí, imposible de modificar, a pesar de las inagotables interpretaciones y revisiones. Ni la música ni la ficción que imprime Tarantino van a restituir la muerte de millones de personas, ni la barbarie del holocausto. Como recompensa, quizás obtenga unas cuantiosas cifras de taquilla y el agradecimiento de algunos jóvenes ilusos que todavía no sepan discernir entre la realidad y el deseo, entre la Historia y la ficción. Es inexcusable el recuerdo de ese pasado, pero no bajo este tipo de "lecciones" cinematográficas, si es que puede calificarse como tal el final de Malditos bastardos.
Para recordar, para no olvidar nunca y aprender sobre lo ocurrido en la II Guerra Mundial, mejor les recomiendo un documental que emitieron ayer en 'La noche temática'. El trabajo, que pueden rescatar por la página web de RTVE, se titula "De una guerra a otra: campos de resistencia" y enfoca las historias de verdaderos guerrilleros, no como los que comanda Brad Pitt en Malditos bastardos. A través de entrevistas, el documental va narrando las penurias que tuvieron que vivir miles de republicanos españoles exiliados en Francia, quienes después de la Guerra Civil, sobrevivieron a la barbarie de los campos de concentración nazi y ayudaron a liberar París. Tras ver y oír las historias de estas personas, su dolor y sus lágrimas, poco espacio queda para la maldita historia de Tarantino. No me imagino a esos héroes de carne y hueso sintiéndose gratificados con la película. Ni mucho menos reparando en su música.
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