Il Guardiano del Faro es el seudónimo de un músico milanés nacido Federico Monti Arduini. Diplomado en piano en el Conservatorio Giuseppe Verdi, comenzó su carrera musical como compositor y productor de la casa discográfica Bluebell, empresa que destacó en el mercado italiano por su combinación de temas pop y baladas románticas, muy al uso en los años sesenta. Sólo con echar un vistazo rápido al catálogo de la Bluebell puede uno imaginarse el perfil empalagoso de los cantantes: Rocco Granata, Joe Damiano, Carmen Villani, Tony Dallara... Aunque había excepciones, como la de Mina, la gran Mina Mazzini, injustamente olvidada en España (acaso recordada por 'Parole, parole' y poco más), para la que Federico Monti compuso 'Ma ci pensi'.
Tras su paso por Bluebell, Federico Monti dio el gran salto de su carrera en 1972, cuando se convirtió en director de Dischi Ricordi, otra discográfica similar a la anterior, pero con mayor proyección internacional. Este sello se encargó de distribuir en Italia los discos de Island Records, la casa de origen jaimacano que lanzó la carrera de Cat Stevens, Bob Marley o U2. Posiblemente, este periodo, más abierto y en contacto con la música anglosajona, conduciría a Monti a otros terrenos en la composición. Fue entonces cuando adoptó el seudónimo de Il Guardiano del Faro, nombre bajo el que se ocultaba un artista con una doble sensiblidad tanto para la música clásica como para las últimas creaciones del rock y el pop. El resultado de esta doble inquietud se hizo patente en sus primeras grabaciones, en unos temas interpretados con moog y arreglos orquestales. Entre todos ellos, el más famoso fue 'Amore grande, amore libero' (1975), que hace apenas dos semanas me ha descubierto el gran Abeja, abriendo en mí un nuevo capítulo de megalomanía.
'Amore grande, amore libero', aunque pueda identificarse con el género romántico de los setenta, tiene un aire etéreo y nostálgico que sirve para acompañar cualquier instante. Cada uno que lo interprete y aplique a su gusto. En mi caso, cuando lo escuché por primera vez, lo asocié al nombre del autor, a la noche, al mar, al monólogo del farero que habla consigo mismo en las alturas y se reconcilia con su soledad como única y eterna compañera. Irremediablemente, me vinieron a la memoria unos versos de Cernuda, que bien podrían leerse con la música de Federico Monti de fondo...
"Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma.
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.
Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos,
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todos ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.
acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres.
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
pues ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre, su deseo,
la airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día;
Por ti, mi soledad, los busqué un día;
En ti, mi soledad, los amo ahora".
(Luis Cernuda, Invocaciones, 1934-1935)
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