Lo bueno del verano son las tardes anchas como veredas, en las que encuentras todo o casi todo: el sueño, la siesta, el bricolaje, el estudio, la ducha medianera, la carrera con el sol horizontal, la cerveza en la frontera con la noche y, por supuesto, la música y la lectura, que se disfrutan más si el ambiente está húmedo. Dónde va a parar esta escena burguesa de aire acondicionado a aquella otra prehistórica del ventilador a pilas, renqueante, cabeceando con las aspas achicharradas y dispersando el viento sofocante. No hay color, ni calor. Ahora, con este clima de oficina, un disco suena a buen disco. Lo mismo que una novela parece una buena novela. La insoportable levedad del ser es más soportable con Fujitsus, y hasta te parece menos pedante Kundera si se lee por segunda vez. "Einmal ist keinmal", me recuerda antes de fotografiar Praga. "Una vez es nada". Te lo apuntas en la agenda de la memoria y te empeñas en creer que lleva razón, que lo que ha ocurrido ya no tiene repetición y que, por mucho que lo intentes, no volverás a bañarte en las mismas aguas, ni siquiera en el mismo río. Hasta suena distinta Nina Simone. Cuando creías que esa canción ya la habías escuchado veinte veces, quizás treinta, caes en la cuenta de que no había tenido precedente. Ésta es la primera vez. Y mañana volverá a ser igual. Igual de diferente.
martes, 29 de junio de 2010
miércoles, 23 de junio de 2010
'This is it', éste es el profesional
Sin pretenderlo, casi por casualidad, me he topado en la televisión con This is it, la película que recoge los últimos ensayos de Michael Jackson, previos a la gira que debía iniciar el 8 de julio de 2009. No he podido evitarlo y, a pesar de haberme perdido los primeros minutos, me he clavado en el sillón hasta el final del filme, documental, making off o como se quiera llamar a este cúmulo de imágenes y música. Al terminar la sesión, la primera sensación que he tenido ha sido de lamento, de recuerdo a un artista que justo hoy hace un año que murió. En This is it aparece un Michael Jackson poco atractivo para los morbosos, para las revistas sensacionalistas y para aquellos que han escuchado de él un par de canciones. Y precisamente en ese factor radica su prodigio: en la elusión de todo elemento externo a la música, para radiografiar, paso a paso, a uno de los intérpretes más geniales que se han visto sobre un escenario en los últimos años. El sabor que deja esta película es el de un profesional excelente, humilde, cuidadoso y perfeccionista en cada detalle de su espectáculo.
Sorprende ver, después de tanto rumor y noticia malintencionada, al cantante en buena forma: débil en apariencia, flaco hasta los huesos, pero activo e irradiando una energía contagiante. Son hermosos los gestos y las palabras que les dedica a su cuerpo de baile, los mimos que hace a sus músicos y los ánimos que le dirige a su guitarrista principal, la joven y rubísima Orianthi Panagaris, para que ésta se luzca en los solos y llegue lo más alto posible en las notas finales del 'Black or white'. Michael Jackson, a diferencia de lo que podría esperarse, no se exhibe en este reportaje. Parece, más bien, espiado por las cámaras, seguido con sigilo en las pruebas de sonido y en las coreografías. Y probablemente, por eso mismo, por esa intimidad de los ensayos, se muestra en toda su esencia, sin alardes de estrella del pop, ni poses de cara a la galería. Sin querer forzar, canta emocionado 'I just can´t stop loving you' a plena voz, con el respaldo de la vocalista Judith Hill. Una vez termina el tema, pide, entre risas, que no le fuercen. "Esto es sólo un calentamiento", dice. Cuando lo que realmente acabas de ver es un directo alucinante, que más quisiera tener más de un intérprete en su momento de máxima plenitud.
This is it me ha devuelto una imagen emocionante del Michael Jackson artista, después de tanta costra y tanta carroña acumulada sobre su figura. Es el retrato del profesional que no prevalecerá, pero que, a buen seguro, guardarán muchos seguidores de su música.
miércoles, 16 de junio de 2010
"Voz del pueblo, voz del cielo", por Fernando Quiñones
Uno, que se pasa el vivir entre el verso y la prosa, que respira el flamenco y que lo ha investigado un poco, que aun –dicen– hasta puede sugerir algunos cantes arduos, no ha sido capaz de urdir para ellos una letrilla medio usadera y, todo parece indicarlo, ya no lo va a ser nunca. He aquí las expresiones y los giros, sí; ésta es la medida; éstos, los temas. Pero, después, misteriosamente, el intérprete no se halla cómodo con las palabras concertadas que incluso le gustaron antes de empezar a cantarlas. Inútil eludir el culteranismo, buscar el tic popular o la encantadora incorrección literal: el “cantaor”, que es quien manda, no logra a la postre integrar los versos nuevos con las músicas viejas. Creo que se trata de un fenómeno mucho más español que hispanoamericano; yéndonos sólo a la Argentina, creo que Dávalos o bien Borges o Sábato, puros hombres de letras, pueden atinar, como muchos otros, con la voz del pueblo y que el pueblo incluso puede llegar a cantarlos, cosa que entre nosotros, españoles, es una verdadera excepción. Contra una idea tan extendida como errónea, Federico García Lorca no lo consiguió; Manuel Machado lo rozó apenas...
“Voz del pueblo, voz del cielo”, asienta el sanluqueño cante de “mirabrás”: pero, en todo caso, de un cielo bien pegado a la tierra, bien distante también de los dilatados anaqueles de libros y de la máquina de escribir: trasminando un antiguo olor inocente a leche y a sangre, a terrón campesino y a salitre de barca. Ya he pensado muchas veces que, para lograr buenas letras de cante, hay que saber no escribir. Uno puede acercarse a ellas y eso es todo; sólo nos quedan, luego, el consuelo y el gozo de algo que nada tiene ya que ver: la especulación. El valor y el calor de los descubrimientos en los que ni repara quien canta. El adjetivo insustituible:
Acuérdate cuando entonces
bajabas descalza a abrirme
y ahora no me conoces.
(“Acuérdate... descalza a abrirme”, ¡qué emanación de entraña, de horas íntimas, voladas ya como se vuela todo!). O la emotividad de una reiteración verbal, tartamudeante, eficaz, absurda, espléndida y claro que casi imposible de aceptar por separado de su accidentada y patética melodía, la de la “siguiriya” gitana:
Hijo de mi alma,
de mi corazón,
como “te acuestas te acuestas llorando”
me acostaba yo.
¿Quién daría con ese hallazgo, sino el instinto y la pasión fundidos con una ignorancia en gracia que únicamente desconoce la gramática? ¿Y qué Unamuno o Pirandello anónimos entregó en tan breves términos este monólogo, que trasparenta al tiempo todo un pasado de amor y todo un futuro de soledad?
¿Qué quieres que tenga?
Que me han dicho que tu cuerpo
se lo va a llevar la tierra.
O esta graciosa y magistral elipsis:
Te lo dije que pasaba:
casita del jabonero,
el que no se cae, resbala.
No, no podríamos. No podríamos tramar la siguiente y descabellada asociación que surge de golpe en la garganta del cantaor, empujada por cándidos e inconcebibles etimologías y conceptos:
“Ca” vez que mientan a Francia
me acuerdo de tu presencia,
porque entre Francia y Francisca
no es grande la diferencia.
O bien:
“Sentaíto” en la escalera,
esperando el porvenir
pero el porvenir no llega.
Pulidas y siempre relucientes, como las piedras que el mar retira y devuelve, las letras del cantor del pueblo, que nada sabe, lo saben todo. Arjona salteño o Kalinka rusa, Old man Mose de Nueva Orleans o Llorona de Méjico, Percanta porteña, Amparo andaluza o Madame Doré de París o Venecia, están, por suerte, más allá y más acá de la literatura.
(Diario de Cádiz, 10 de marzo de 1967)
“Voz del pueblo, voz del cielo”, asienta el sanluqueño cante de “mirabrás”: pero, en todo caso, de un cielo bien pegado a la tierra, bien distante también de los dilatados anaqueles de libros y de la máquina de escribir: trasminando un antiguo olor inocente a leche y a sangre, a terrón campesino y a salitre de barca. Ya he pensado muchas veces que, para lograr buenas letras de cante, hay que saber no escribir. Uno puede acercarse a ellas y eso es todo; sólo nos quedan, luego, el consuelo y el gozo de algo que nada tiene ya que ver: la especulación. El valor y el calor de los descubrimientos en los que ni repara quien canta. El adjetivo insustituible:
Acuérdate cuando entonces
bajabas descalza a abrirme
y ahora no me conoces.
(“Acuérdate... descalza a abrirme”, ¡qué emanación de entraña, de horas íntimas, voladas ya como se vuela todo!). O la emotividad de una reiteración verbal, tartamudeante, eficaz, absurda, espléndida y claro que casi imposible de aceptar por separado de su accidentada y patética melodía, la de la “siguiriya” gitana:
Hijo de mi alma,
de mi corazón,
como “te acuestas te acuestas llorando”
me acostaba yo.
¿Quién daría con ese hallazgo, sino el instinto y la pasión fundidos con una ignorancia en gracia que únicamente desconoce la gramática? ¿Y qué Unamuno o Pirandello anónimos entregó en tan breves términos este monólogo, que trasparenta al tiempo todo un pasado de amor y todo un futuro de soledad?
¿Qué quieres que tenga?
Que me han dicho que tu cuerpo
se lo va a llevar la tierra.
O esta graciosa y magistral elipsis:
Te lo dije que pasaba:
casita del jabonero,
el que no se cae, resbala.
No, no podríamos. No podríamos tramar la siguiente y descabellada asociación que surge de golpe en la garganta del cantaor, empujada por cándidos e inconcebibles etimologías y conceptos:
“Ca” vez que mientan a Francia
me acuerdo de tu presencia,
porque entre Francia y Francisca
no es grande la diferencia.
O bien:
“Sentaíto” en la escalera,
esperando el porvenir
pero el porvenir no llega.
Pulidas y siempre relucientes, como las piedras que el mar retira y devuelve, las letras del cantor del pueblo, que nada sabe, lo saben todo. Arjona salteño o Kalinka rusa, Old man Mose de Nueva Orleans o Llorona de Méjico, Percanta porteña, Amparo andaluza o Madame Doré de París o Venecia, están, por suerte, más allá y más acá de la literatura.
(Diario de Cádiz, 10 de marzo de 1967)
sábado, 12 de junio de 2010
Poveda y Mariza: Federación Musical Ibérica
Si han abierto hoy el periódico o han visto algún informativo en televisión, seguramente se hayan topado con un titular parecido a éste: "España y Portugal celebran su 25º aniversario de la firma del Tratado de adhesión a la Comunidad Económica Europea". Es decir, a la actual Unión Europea, pues aquello de la CEE suena ya tan extraño y rancio como lo del Benelux, que conformaban Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Y como estamos en la época del "revival", de la nostalgia y la milonga del "Cuéntame cómo pasó", pues ambos gobiernos, el español y el portugués, se han afanado en organizar unos fastos diplomáticos para recordar aquel evento. No niego que la rúbrica de Felipe González y Mario Soares en 1985 tuviera su relevancia económica e histórica –acababa con el "aislamiento secular"–, pero parece algo impostada esta conmemoración, tal y como discurren las cosas ahora. En una entrevista concedida a Expresso, Soares ha criticado la "mediocridad" de los dirigentes europeos actuales y "la falta de liderazgo" de la UE ante la crisis financiera y los distintos conflictos internacionales. No le falta razón. El socialista luso, como otros muchos, pensaba que de aquel sueño europeo perviviría algo más que una moneda común, una bandera con estrellas y unas mal pagadas becas Erasmus.
Probablemente, lo más positivo de esta celebración sea el nuevo acercamiento que se ha propiciado entre España y Portugal, y el deseo de que se firmen otros pactos para unir a los dos países. Proyectos como los del tren de alta velocidad entre Madrid y Lisboa, o la apuesta del portugués como segundo idioma en los institutos de secundaria andaluces, son ilusionantes y efectivos ejemplos de integración de dos pueblos que, a mi juicio, deberían ir siempre de la mano. En esto comparto plenamente la opinión de mi admirado Víctor Márquez, quien ha defendido desde hace décadas una política común ibérica. Una Federación o República, que aunara culturas hermanas. Como andevaleño y andaluz, Víctor Márquez dice sentirse más identificado con un vecino del Algarve o del Alentejo que con un señor del Pirineo oscense. Y lo mismo podrán decir extremeños, salmantinos o gallegos. Hay lazos familiares e intereses laborales que justificarían esa propuesta de Federación, sin que se considere una locura. Unidos seguramente nos enriqueceríamos más, dicho sea en todos los sentidos, y no sólo en el monetario.
Pues bien, a raíz de estos festejos por el ingreso en la Unión Europea, alguien ha tenido la feliz idea de organizar un concierto que integre las músicas españolas y portuguesas. En este caso, los intérpretes elegidos han sido Miguel Poveda y Mariza, la cantante de fado más popular en todo el mundo, una vez fallecida la gran Amalia Rodrigues. Con el acompañamiento de la Orquesta Nacional de España, los dos artistas actuarán en Madrid para hermanar flamenco y fado, dos géneros musicales propiciados por el "hado", por el destino curvo que deparan la vida, el amor y la muerte. De Poveda tengo la suerte de haber disfrutado de varios de sus directos, mientras que de Mariza conservo únicamente un disco que compré en un viaje a Lisboa, allá por el barrio de Alfama. Su título es Fado curvo (2003) y suena tan trémolo, tan emocionado, que no puedo más que recomendarlo para no viciar su contenido. Al unir las voces de Poveda y Mariza en un concierto, probablemente se confabulen también los versos de Alberti y Pessoa, de Gil de Biedma y Florbela Espanca. Con lo cual, el homenaje no estará formado sólo por coplas, sino por la poesía de ambos países. Gracias a Mariza y Poveda se hará música la utópica Federación Ibérica.
Probablemente, lo más positivo de esta celebración sea el nuevo acercamiento que se ha propiciado entre España y Portugal, y el deseo de que se firmen otros pactos para unir a los dos países. Proyectos como los del tren de alta velocidad entre Madrid y Lisboa, o la apuesta del portugués como segundo idioma en los institutos de secundaria andaluces, son ilusionantes y efectivos ejemplos de integración de dos pueblos que, a mi juicio, deberían ir siempre de la mano. En esto comparto plenamente la opinión de mi admirado Víctor Márquez, quien ha defendido desde hace décadas una política común ibérica. Una Federación o República, que aunara culturas hermanas. Como andevaleño y andaluz, Víctor Márquez dice sentirse más identificado con un vecino del Algarve o del Alentejo que con un señor del Pirineo oscense. Y lo mismo podrán decir extremeños, salmantinos o gallegos. Hay lazos familiares e intereses laborales que justificarían esa propuesta de Federación, sin que se considere una locura. Unidos seguramente nos enriqueceríamos más, dicho sea en todos los sentidos, y no sólo en el monetario.
Pues bien, a raíz de estos festejos por el ingreso en la Unión Europea, alguien ha tenido la feliz idea de organizar un concierto que integre las músicas españolas y portuguesas. En este caso, los intérpretes elegidos han sido Miguel Poveda y Mariza, la cantante de fado más popular en todo el mundo, una vez fallecida la gran Amalia Rodrigues. Con el acompañamiento de la Orquesta Nacional de España, los dos artistas actuarán en Madrid para hermanar flamenco y fado, dos géneros musicales propiciados por el "hado", por el destino curvo que deparan la vida, el amor y la muerte. De Poveda tengo la suerte de haber disfrutado de varios de sus directos, mientras que de Mariza conservo únicamente un disco que compré en un viaje a Lisboa, allá por el barrio de Alfama. Su título es Fado curvo (2003) y suena tan trémolo, tan emocionado, que no puedo más que recomendarlo para no viciar su contenido. Al unir las voces de Poveda y Mariza en un concierto, probablemente se confabulen también los versos de Alberti y Pessoa, de Gil de Biedma y Florbela Espanca. Con lo cual, el homenaje no estará formado sólo por coplas, sino por la poesía de ambos países. Gracias a Mariza y Poveda se hará música la utópica Federación Ibérica.
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