jueves, 30 de julio de 2009

Memoria sonora de Londres

Fin del trayecto. Regreso a casa después de una semana maravillosa en Londres, donde he ejercido como buen visitante primerizo, recorriendo la ciudad hasta la extenuación. He paseado por las calles, plazas y parques marcados en todos los itinerarios, he pisado los museos más importantes y he probado bocado en restaurantes de todas las nacionalidades, aun a riesgo de castigar mi maltrecho estómago. Como todo turista aplicado, he fotografiado cada monumento que me ha llamado la atención, llámese puente, catedral, palacio o guardia real. Sin ánimo de parecer odioso, puedo decir que todo ha sido magnífico: el cielo ha estado nublado (como mandan los cánones londinenses), el termómetro no ha sobrepasado los 22º ningún día y nadie me ha tosido encima, con lo cual el fantasma de la swine flu desapareció pronto. El mayor riesgo, quizás, haya estado en el tráfico, del que no me he acostumbrado hasta el final, como viajero cateto que soy.
Tengo guardada ya en mi mente una imagen imposible de Londres, que abarca estos siete días vividos deprisa. Un escenario mental que no podrá estar recogido en ningún archivo de ordenador, por más que me empeñe en digitalizar fotografías. Es una especie de recuerdo entrañable, anticipado, que me hará dibujar una sonrisa y reinventar los momentos compartidos siempre que se mencionen. Es algo más que un destello en la memoria: un eco que resuena con diferentes melodías. Melodías que surgen de un sitar mugriento en uno de tantos subterráneos, o que brotan de la garganta quemada por el alcohol de una drag-queen. Inolvidable ese "manolo" cantando el 'Hello, goodbye' de los Beatles en un pub de Charing Cross, coreado por un grupo de hooligans. Como también fue inolvidable el musical de Queen. Cada tarde regresaba al hotel, después de una buena sesión turística, y no tenía más remedio que toparme de frente con una figura dorada de Freddy Mercury. Está en Tottenham Court Road, sobre la puerta de acceso al Dominion Theatre, apenas a un minuto del lugar donde me alojaba, y me amenazaba con gastar las pocas libras que iban quedando en el bolsillo. Cada día la misma escena: cansados, parados en el semáforo delante del cartel publicitario y la silueta kitsch de Mercury. El miércoles no tuvimos más opción que claudicar y comprar las entradas para el show.
Me senté con recelo en la butaca, esperando lo peor. Los musicales no son de mi gusto, creo haberlo dicho ya. Y para mayor desasosiego, tengo a Queen y, sobre todo, a Freddy Mercury en una especie de altar musical, del que pocos "santos sonoros" lo desbancan. No sabía por dónde iba a salir aquello, no tenía ninguna referencia sobre el espectáculo y tampoco estaba dispuesto a pagar cuatro libras por el programa. Así que temía lo peor cuando se levantó el telón. Sobre un escenario extraño y "futurista", unos personajes decían que la música y la creatividad estaban amenazadas... El guión era lo de menos. Más aún cuando mi escaso nivel de inglés me obligaba a intuir los diálogos. Pero no las canciones, que se sucedieron una tras otra, bien engarzadas, con unos actores-intérpretes que me dejaron fascinados durante tres horas de espectáculo. ¿De dónde habían salido esos tipos? Por un momento dudé si aquello era un playback y los músicos de los laterales, un holograma.
Después he sabido que el musical al que asistí, 'We will rock you', creado por Ben Elton, es un éxito en Londres desde 2002. Lleva nada menos que siete años en cartel y con una demanda de entradas impresionante cada día. Lo pude comprobar a diario mientras cruzaba hacia el hotel. Colas que se repiten incluso dos veces los sábados, en sesión doble. Y que se han exportado a otros países, entre ellos España, donde el Teatro Calderón de Madrid sigue acumulando notables recaudaciones. Está claro que en estos escenarios no se escucha la voz de Freddy Mercury, ni se vibra con la misma intensidad que en un concierto. En cambio, el musical propone un espectáculo diferente, visual y sonoro, del que me imagino estaría orgulloso el propio Mercury. Brian May y Roger Taylor guardaban temores al inicio, y ahora, por declaraciones que pueden leerse, no caben en sí mismos de tanto gozo. Se entiende que la fiebre del musical les reporta grandes dividendos. Mientras no mengüe la calidad de los directos, como es este caso, no hay nada que reprochar.
Cuando salí del Dominion Theatre, miré hacia arriba a la figura de Mercury y esbozé la sonrisa que algunos tendrán que soportar cuando hable de mi primera visita a Londres. El espectáculo no me había decepcionado. Todo lo contrario. Tuve la sensación de estar viendo un nuevo icono de Londres. Un objeto que se parece ya a un monumento, una especie de Tower Bridge o de Big Ben a la escala pop del consumo, pero que se retiene en la memoria con tanto o más cariño que cualquier postal clásica.

3 comentarios:

  1. ME Alegro de tu viaje. Espero que me cuentes más cosas.

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  2. Sabía que te lo ibas a pasar de cine en Londres. A mí me gustaría visitarlo algún día. ¡Enhorabuena! A ver si nos enseñas algunas postales de esas obligatorias para que nos entre el gusanillo.

    Un abrazo,

    Álvaro.

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  3. Gracias, chavalines. Si pensáis ir a Londres, contad conmigo, que me apunto otra vez.

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