Con la explosión masiva de los medios audiovisuales en las últimas décadas, han sido muchos los sectores de la información especializada que han sucumbido en sus proyectos. Entre ellos se encuentra la prensa musical, generalmente semanarios o mensuales dedicados al rock o al pop, y con menos asiduidad, a la música clásica. Es evidente que la televisión, la radio e Internet eclipsan todo ese material informativo y desplazan irremediablemente a las revistas que hasta hace varios lustros ocupaban un lugar privilegiado en los quioscos. Las páginas de aquella prensa musical tenían el atractivo, cómo no, de la actualidad, de lo puramente periodístico, pues solían presentar las noticias de grupos y cantantes, las agendas de conciertos, las novedades discográficas más destacadas o las críticas respectivas a esos álbumes; pero también ostentaban un “gancho” o un interés que radicaba en lo literario. Este último factor era el imán que acercaba, en muchos casos, a un público variado, no exclusivamente joven, a sus páginas.
No hay más que recordar el ejemplo de la revista Rolling Stones, nacida en Estados Unidos en 1967, que contó desde su lanzamiento con una importante nómina de periodistas especializados en los ámbitos del rock, el pop o el jazz, e interesados, igualmente, por la literatura. Algunos autores seleccionados por Tom Wolfe en su antología del Nuevo periodismo norteamericano figuraron en la mancheta de este magacín, antes -o después, incluso- de alcanzar la fama como periodistas o novelistas reputados. Hablar de la música popular a finales de los sesenta o a lo largo de los setenta no era una cosa banal -en realidad, nunca lo ha sido- o de menor entidad. El rock era -y sigue siendo- una manifestación cultural de primer orden que no había que desdeñar, pues iba de la mano de una sociedad cambiante. Una sociedad que, en su base juvenil, estaba alentando una transformación en lo ideológico y en las pautas de comportamiento, que se interesaba por los asuntos políticos y que se manifestaba, con mayor o menor repercusión, en los temas más diversos, ya fueran el pacifismo, el ecologismo o la libertad sexual.
Rolling Stones y el "nuevo periodismo". El caso de Rolling Stones es utilizado como el paradigma de esa prensa musical que trascendía la especialización y se inmiscuía en un discurso global, en terrenos informativos supuestamente ajenos. Lo hacía, generalmente, de forma desenfadada, proyectando una visión crítica de la música y su circunstancia -aunque esa crítica fuera, por lo común, superficial e intuida-. Un recorrido por las hemerotecas nos transportaría, por ejemplo, hasta artículos opuestos a la guerra de Vietnam, entrevistas desinhibidas donde los artistas aprueban el consumo de drogas y promueven su legalización, o reportajes en los que la música permanece como un simple hecho anecdótico, dentro de un contexto más interesante. Desde el prisma de los géneros periodísticos, fueron precisamente los reportajes los que merecían una mayor atención para el lector. Algunos de ellos, haciendo un alarde literario, estaban cargados de giros lingüísticos expresivos, de metáforas, onomatopeyas o puntos suspensivos. Sus contenidos, a veces, proponían auténticas aventuras, narradas con más ficción que realidad. El periodista podía adentrarse en la intimidad del camerino y transcribir literalmente los diálogos de los músicos, o bien podía contar en primera persona la odisea de una gira, recreando una especie de road movie, que, más tarde, ha inspirado a más de un cineasta (véase, si no, Casi famosos, de Cameron Crowe).
La irrupción en España. Ese tipo de prensa musical hizo estragos en el entorno anglosajón a partir de la década de los sesenta, coincidiendo con el boom del rock y el desembarco de los grupos británicos en Estados Unidos: Beatles, Rolling, The Who… La España de entonces, anquilosada en la dictadura, comenzó una cierta apertura formal e irremediable en algunos aspectos culturales. Quisiera o no el franquismo, el rock and roll se introdujo por los resquicios sociales abiertos, entre una juventud ávida, como la de cualquier otro país, por descubrir nuevas formas de expresión. Junto al rock, llegaron nuevos modelos en la comunicación, que se manifestaron en la radio, la televisión y la prensa. Esta última absorbió los patrones periodístico-literarios ya mencionados, al estilo de la revista Rolling Stones, aunque con algunas excepciones. Nacieron nuevas publicaciones especializadas, algunas tan gratificantes como Disco Express, fundada en Pamplona en 1968, con una arriesgada propuesta dirigida al underground; mientras que otras se modificaron, dando cabida a un mayor número de trabajos relacionados con la música. Uno de los casos más significativos fue el de la revista Triunfo, que ya poseía una trayectoria consolidada en el panorama periodístico español. El semanario que dirigió José Ángel Ezcurra se fundó en 1946 como revista especializada en el cine y los espectáculos. Fue, precisamente, a mediados de los sesenta, coincidiendo con la eclosión de los temas musicales en España, cuando la publicación giró a los contenidos generales, ampliando su arco de atención. La censura obligaba a Triunfo a centrarse en asuntos políticos internacionales y en otras cuestiones sociales que antes no estaban en su punto de mira. Entre esas cuestiones se hallaba la música en su más amplia acepción. De hecho, firmas de prestigio como la de Luis de Pablo se ocuparon temporalmente de la música clásica, mientras que especialistas en flamenco, como es el caso de Moreno Galván o Félix Grande, consiguieron dignificar este arte y tratarlo desde una perspectiva teórica que iba más allá de la espontaneidad y del escaso respeto que se practicaba en ciertos tablaos.
El análisis de Diego A. Manrique. Triunfo fue una revista ejemplar en muchos sentidos, ya abordados en diversos estudios universitarios. Sin duda, su línea editorial, crítica y “posibilista” -como la calificó Vázquez Montalbán-, merece especial atención por otras cuestiones que van más allá de la música. Pero no por esto debe olvidarse su aportación a esta prensa. Sobre todo, a partir de los setenta, el rock comenzó a difundirse gracias a firmas como la de Diego A. Manrique, que supo aunar lo noticioso con lecturas sosegadas de la música popular. Sirva como ejemplo su primer trabajo, publicado en esta revista el 5 de junio de 1977, que llevó por titulo “Jesucristo marca registrada”. A lo largo de cuatro páginas, Manrique trataba el estreno del musical Jesucristo superestar desde un punto de vista que superaba lo puramente artístico, es decir, desde una óptica cultural y económica que analizaba el espectáculo como un fenómeno de masas inédito, el de presentar a Jesús como un producto más para el consumo.
Apogeo y caída. Aunque de forma tardía con respecto a otros países, Triunfo encauzó la información musical por nuevos derroteros. España no vivió la eclosión de las revistas de música hasta los años ochenta, de forma paralela al desarrollo de nuevos programas de radio y televisión. Con mayor o menor fortuna, comenzaron a dar sus primeros pasos Popular 1, Ruta 66 o Rockdelux, que tuvieron que enfrentarse, en un mercado cada vez más menguado, con otras publicaciones internacionales, como Kerrang!, Metal Hammer o la sempiterna Rolling Stones, que pervive, a pesar de todo, pero con un enfoque bien diferente al de sus inicios. Los dominicales de los diarios o Internet han terminado por aniquilar las fuerzas de muchas de esas revistas, sin financiación suficiente para continuar el camino. Existen páginas digitales, como la de Indyrock -puesta en marcha por Ideal de Granada-, que justifican la situación, con una documentación y una inmediatez a las que resulta difícil plantar cara. Dicho de otro modo: los elevados costes de la tradicional prensa musical impiden una competencia real con Internet; un medio que, de forma gratuita, puede ofrecer otros servicios, además de la información, a través de descargas, vídeos, etc.
Pero, quizás, el problema de estas revistas musicales no sea únicamente externo. No hay que achacar únicamente a factores ajenos el mal que les aqueja de forma interna. Probablemente, muchas de esas publicaciones no hayan sabido adaptarse a los cambios, como tampoco lo han hecho otros semanarios desaparecidos -ya sean de política, economía o literatura-. Probablemente, muchas de ellas hayan tendido a la información más superficial y acrítica. Probablemente, muchas hayan acatado con demasiada sumisión las directrices de la industria discográfica. Probablemente, muchas hayan sido una mera plataforma de grupos o sellos comerciales. Lo cual explica que el modelo en papel no era tan magnífico como se pintaba, y existen mayores parcelas de “libertad” en Internet. La “Red” no hace más que abrir las posibilidades del usuario, individualizarlas y dirigirlas a sus propios deseos. Algo que se puede aplicar también a la radio y a los programas musicales, que se sienten amenazados igualmente y sin capacidad para reaccionar. No en vano, cada navegante puede organizar sus propias sesiones musicales, sin tener que esperar las propuestas de una determinada emisora.
Asistimos, por tanto, a un nuevo esquema de la comunicación en todas las direcciones. En la música, todos estos cambios que promueve Internet tienen, quizás, mayor incidencia. En mi opinión, poco se puede hacer para recuperar ese tipo de prensa musical, que tanto innovó y tanto aportó, como se ha visto en el caso de Triunfo. Aunque es posible que quede mucho camino por recorrer en esos nuevos medios. El reportaje y el análisis pausado de lo que se cuece en la esfera de la música serían, quizás, buenas opciones para retomar aquellas revistas, que hoy no son más que vestigios nostálgicos de un tiempo pasado.
No hay más que recordar el ejemplo de la revista Rolling Stones, nacida en Estados Unidos en 1967, que contó desde su lanzamiento con una importante nómina de periodistas especializados en los ámbitos del rock, el pop o el jazz, e interesados, igualmente, por la literatura. Algunos autores seleccionados por Tom Wolfe en su antología del Nuevo periodismo norteamericano figuraron en la mancheta de este magacín, antes -o después, incluso- de alcanzar la fama como periodistas o novelistas reputados. Hablar de la música popular a finales de los sesenta o a lo largo de los setenta no era una cosa banal -en realidad, nunca lo ha sido- o de menor entidad. El rock era -y sigue siendo- una manifestación cultural de primer orden que no había que desdeñar, pues iba de la mano de una sociedad cambiante. Una sociedad que, en su base juvenil, estaba alentando una transformación en lo ideológico y en las pautas de comportamiento, que se interesaba por los asuntos políticos y que se manifestaba, con mayor o menor repercusión, en los temas más diversos, ya fueran el pacifismo, el ecologismo o la libertad sexual.
Rolling Stones y el "nuevo periodismo". El caso de Rolling Stones es utilizado como el paradigma de esa prensa musical que trascendía la especialización y se inmiscuía en un discurso global, en terrenos informativos supuestamente ajenos. Lo hacía, generalmente, de forma desenfadada, proyectando una visión crítica de la música y su circunstancia -aunque esa crítica fuera, por lo común, superficial e intuida-. Un recorrido por las hemerotecas nos transportaría, por ejemplo, hasta artículos opuestos a la guerra de Vietnam, entrevistas desinhibidas donde los artistas aprueban el consumo de drogas y promueven su legalización, o reportajes en los que la música permanece como un simple hecho anecdótico, dentro de un contexto más interesante. Desde el prisma de los géneros periodísticos, fueron precisamente los reportajes los que merecían una mayor atención para el lector. Algunos de ellos, haciendo un alarde literario, estaban cargados de giros lingüísticos expresivos, de metáforas, onomatopeyas o puntos suspensivos. Sus contenidos, a veces, proponían auténticas aventuras, narradas con más ficción que realidad. El periodista podía adentrarse en la intimidad del camerino y transcribir literalmente los diálogos de los músicos, o bien podía contar en primera persona la odisea de una gira, recreando una especie de road movie, que, más tarde, ha inspirado a más de un cineasta (véase, si no, Casi famosos, de Cameron Crowe).
La irrupción en España. Ese tipo de prensa musical hizo estragos en el entorno anglosajón a partir de la década de los sesenta, coincidiendo con el boom del rock y el desembarco de los grupos británicos en Estados Unidos: Beatles, Rolling, The Who… La España de entonces, anquilosada en la dictadura, comenzó una cierta apertura formal e irremediable en algunos aspectos culturales. Quisiera o no el franquismo, el rock and roll se introdujo por los resquicios sociales abiertos, entre una juventud ávida, como la de cualquier otro país, por descubrir nuevas formas de expresión. Junto al rock, llegaron nuevos modelos en la comunicación, que se manifestaron en la radio, la televisión y la prensa. Esta última absorbió los patrones periodístico-literarios ya mencionados, al estilo de la revista Rolling Stones, aunque con algunas excepciones. Nacieron nuevas publicaciones especializadas, algunas tan gratificantes como Disco Express, fundada en Pamplona en 1968, con una arriesgada propuesta dirigida al underground; mientras que otras se modificaron, dando cabida a un mayor número de trabajos relacionados con la música. Uno de los casos más significativos fue el de la revista Triunfo, que ya poseía una trayectoria consolidada en el panorama periodístico español. El semanario que dirigió José Ángel Ezcurra se fundó en 1946 como revista especializada en el cine y los espectáculos. Fue, precisamente, a mediados de los sesenta, coincidiendo con la eclosión de los temas musicales en España, cuando la publicación giró a los contenidos generales, ampliando su arco de atención. La censura obligaba a Triunfo a centrarse en asuntos políticos internacionales y en otras cuestiones sociales que antes no estaban en su punto de mira. Entre esas cuestiones se hallaba la música en su más amplia acepción. De hecho, firmas de prestigio como la de Luis de Pablo se ocuparon temporalmente de la música clásica, mientras que especialistas en flamenco, como es el caso de Moreno Galván o Félix Grande, consiguieron dignificar este arte y tratarlo desde una perspectiva teórica que iba más allá de la espontaneidad y del escaso respeto que se practicaba en ciertos tablaos.
El análisis de Diego A. Manrique. Triunfo fue una revista ejemplar en muchos sentidos, ya abordados en diversos estudios universitarios. Sin duda, su línea editorial, crítica y “posibilista” -como la calificó Vázquez Montalbán-, merece especial atención por otras cuestiones que van más allá de la música. Pero no por esto debe olvidarse su aportación a esta prensa. Sobre todo, a partir de los setenta, el rock comenzó a difundirse gracias a firmas como la de Diego A. Manrique, que supo aunar lo noticioso con lecturas sosegadas de la música popular. Sirva como ejemplo su primer trabajo, publicado en esta revista el 5 de junio de 1977, que llevó por titulo “Jesucristo marca registrada”. A lo largo de cuatro páginas, Manrique trataba el estreno del musical Jesucristo superestar desde un punto de vista que superaba lo puramente artístico, es decir, desde una óptica cultural y económica que analizaba el espectáculo como un fenómeno de masas inédito, el de presentar a Jesús como un producto más para el consumo.
Apogeo y caída. Aunque de forma tardía con respecto a otros países, Triunfo encauzó la información musical por nuevos derroteros. España no vivió la eclosión de las revistas de música hasta los años ochenta, de forma paralela al desarrollo de nuevos programas de radio y televisión. Con mayor o menor fortuna, comenzaron a dar sus primeros pasos Popular 1, Ruta 66 o Rockdelux, que tuvieron que enfrentarse, en un mercado cada vez más menguado, con otras publicaciones internacionales, como Kerrang!, Metal Hammer o la sempiterna Rolling Stones, que pervive, a pesar de todo, pero con un enfoque bien diferente al de sus inicios. Los dominicales de los diarios o Internet han terminado por aniquilar las fuerzas de muchas de esas revistas, sin financiación suficiente para continuar el camino. Existen páginas digitales, como la de Indyrock -puesta en marcha por Ideal de Granada-, que justifican la situación, con una documentación y una inmediatez a las que resulta difícil plantar cara. Dicho de otro modo: los elevados costes de la tradicional prensa musical impiden una competencia real con Internet; un medio que, de forma gratuita, puede ofrecer otros servicios, además de la información, a través de descargas, vídeos, etc.
Pero, quizás, el problema de estas revistas musicales no sea únicamente externo. No hay que achacar únicamente a factores ajenos el mal que les aqueja de forma interna. Probablemente, muchas de esas publicaciones no hayan sabido adaptarse a los cambios, como tampoco lo han hecho otros semanarios desaparecidos -ya sean de política, economía o literatura-. Probablemente, muchas de ellas hayan tendido a la información más superficial y acrítica. Probablemente, muchas hayan acatado con demasiada sumisión las directrices de la industria discográfica. Probablemente, muchas hayan sido una mera plataforma de grupos o sellos comerciales. Lo cual explica que el modelo en papel no era tan magnífico como se pintaba, y existen mayores parcelas de “libertad” en Internet. La “Red” no hace más que abrir las posibilidades del usuario, individualizarlas y dirigirlas a sus propios deseos. Algo que se puede aplicar también a la radio y a los programas musicales, que se sienten amenazados igualmente y sin capacidad para reaccionar. No en vano, cada navegante puede organizar sus propias sesiones musicales, sin tener que esperar las propuestas de una determinada emisora.
Asistimos, por tanto, a un nuevo esquema de la comunicación en todas las direcciones. En la música, todos estos cambios que promueve Internet tienen, quizás, mayor incidencia. En mi opinión, poco se puede hacer para recuperar ese tipo de prensa musical, que tanto innovó y tanto aportó, como se ha visto en el caso de Triunfo. Aunque es posible que quede mucho camino por recorrer en esos nuevos medios. El reportaje y el análisis pausado de lo que se cuece en la esfera de la música serían, quizás, buenas opciones para retomar aquellas revistas, que hoy no son más que vestigios nostálgicos de un tiempo pasado.
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