martes, 29 de diciembre de 2009

Fuera llueve un mundo frío... ¿no es maravilloso?

Via, via, vieni via di qui,
niente più ti lega a questi luoghi,
neanche questi fiori azzurri...
via, via, neanche questo tempo grigio
pieno di musiche e di uomini che ti sono piaciuti...

It's wonderful, it's wonderful, it's wonderful,
good luck my babe,
it's wonderful, it's wonderful, it's wonderful,
I dream of you...
chips, chips, du-du-du-du-du

Via, via, vieni via con me,
entra in questo amore buio,
non perderti per niente al mondo...
via, via, non perderti per niente al mondo
lo spettacolo d'arte varia
di uno innamorato di te...

It's wonderful, it's wonderful, it's wonderful...
Via, via, vieni via con me,
entra in questo amore buio, pieno di uomini...
via, entra e fatti un bagno caldo,
c'è un accappatoio azzurro,
fuori piove un mondo freddo...
It's wonderful, it's wonderful, it's wonderful...

(Paolo Conte, "Via con me")

jueves, 10 de diciembre de 2009

Ectoplasmas de los ochenta

Se anuncia una gira conjunta para recordar la música española de los ochenta. Horror. Entre los componentes de expedición tan original, aparecen Manolo Tena, Inhumanos, La Trampa, El Norte, La Guardia, Amistades Peligrosas (lo que queda de aquella enemistad), Siniestro Total... Siniestro, siniestro. Más que un espectáculo, esto parece la sinopsis de una película de terror. Pero del cine de terror español pre-Rec, con toda su caspa y su serie b.
No sé. Quizás estos personajes no se den cuentan de que una gira como ésta les perjudica más de lo que les beneficia. Se harán unos cuantos bolos, sacarán el disco de los conciertos y... ¿después? Después a regresar al anonimato, al tedio diario, a ver del "40 al 1" (no sé si lo pondrán todavía) o el remedo de Rockopop, mientras esperan una llamada milagrosa de una discográfica y vuelvan a regrabar sus "éxitos". O a hacer cola en la SGAE, deseando que los de "Cuéntame como pasó" se acuerden de ellos cuando superen el golpe de Tejero y el niño de la serie se compre un disco de la movida.
Cansa esto de la movida. Parece que no hubo otra cosa en el panorama musical en toda una década. No hay canción de esa época que se escuche sin que te haga sonrojar, como sintiendo vergüenza ajena. Bueno, me equivoco, hay excepciones. Gracias a los hermanos Auserón, tuvimos a Radio Futura y la 'Estatua del jardín botánico', que para mí es la mejor canción de los ochenta (por lo que he leído, también opinan lo mismo gente como Sabina, Bunbury, Miguel Ríos o Almudena Grandes). Radio Futura se mantiene sin complejos de ningún tipo. Cada uno por separado, claro. Actualizándose, renovando su música, buscando nuevos caminos. No como éstos que se reúnen ahora para recordar historias verdes de la mili.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Quique González: una crónica imposible

Una gripe me dejó anoche enclaustrado, cumpliendo en casa, con leche caliente y cama, la penitencia de perderme el concierto de Quique González en la Sala Q. Concierto que esperaba con ilusión, después del buen sabor de boca que me deparó el anterior, celebrado en la misma sala sevillana el 14 de noviembre de 2008, y en el que sí pude estar de cuerpo presente y en saludables condiciones. Vengo escuchando a Quique González desde hace al menos ocho años, cuando publicó Salitre 48, y todo directo suyo supone para mí un acontecimiento importante.
Una crónica imposible del concierto de anoche me lleva a intuir los acordes de "La lluvia debajo del brazo" o "Nadie podrá con nosotros", temas que se incluyen en su último álbum, Daiquiri Blues. A imaginar los instantes íntimos y cercanos, logrados con temas como "Aunque tú no lo sepas"; y a desperezar la nostalgia con el rock de "Miss camiseta mojada" o "Te lo dije". Pero eso no sería más que una crónica ficticia, la ilusión de quien no tiene más remedio que inventar a falta de datos comprobables.
De lo único que puedo estar seguro es de que el concierto de ayer fue diferente a los del resto de la gira. Quique González no repite nunca un espectáculo, a pesar de que el listado de temas pueda ser el mismo. No hace productos industriales, prefabricados. No se sirve de luces ni pantallas gigantes para deslumbrar al personal. Es, como ha dicho algún que otro crítico, un músico honesto y arriesgado, que rompió su contrato con una gran casa discográfica para trabajar con independencia. Es de los que hablan sobre el escenario, sin necesidad de lloriquear por la piratería y otros males.
Hace tiempo le leí en una entrevista que no estaba dispuesto a entrar en el juego de la industria discográfica, que utiliza ahora a sus artistas para reclamar por las pérdidas y el mal que supone Internet. Durante muchos años, esas empresas se mantuvieron al margen de las condiciones en las que trabajaban los músicos, mirando para otro lado cuando se hablaba del exiguo porcentaje que les correspondía a los creadores. Ahora, en época de vacas flacas y agotado el negocio, les exigen que den la cara por ellos. Algo que gente como Quique González, un trabajador nato de la música (y no una estrella de revista y televisión), no está dispuesto a hacer.
Está claro que la piratería empobrece el mercado musical. Pero es probable que ese mercado no fuera el más justo. Por mucho top manta que exista, o mucha descarga ilegal, la creatividad de los verdaderos autores no va a mermar. Quizás, la manida crisis sirva para poner a unos y a otros en el lugar que les corresponde, para hacer una limpieza necesaria. Muchos de los que protestan, sin asomo de humildad, no saben lo que es componer; y muchos otros hasta se avergonzarían de tocar para un auditorio de menos de 500 personas. Seguro que a más de uno le aparecería una sonrisa boba al oír el nombre de una sala sevillana llamada Q, y otros pondrían cara de interrogación ante el nombre de un tal Quique González. Verles escribir versos como los suyos también sería una crónica imposible.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El baile fraudulento de Cristina Hoyos

Hace casi dos años, un amigo, al que conozco bien desde la infancia, presentó una solicitud para que le fuera concedida una beca de la Consejería de Innovación y Tecnología, organismo dependiente de la Junta de Andalucía. Las ayudas iban destinadas (agárrense con el nombre) a desarrollar proyectos en "Áreas de conocimiento deficitarias por necesidades docentes" en las universidades andaluzas. Con ellas, con las becas, la Administración reconocía el estado deficiente de la investigación en más de 150 departementos universitarios. Departamentos que comprendían, por poner un par de ejemplos, desde la Facultad de Psicología hasta la Facultad de Física Aplicada, en centros de Sevilla, Cádiz, Granada o Almería. Es decir, las becas intentaban respaldar la formación predoctoral en las nueve universidades públicas de Andalucía, con unas retribuciones prácticamente similares a las que establece, para estos casos, el Ministerio de Educación.
Evidentemente, esos incentivos, aunque eran de agradecer, resultaban limitados en número. Apenas eran concedidas una o dos becas por cada área deficitaria; lo que convertía el acceso a ellas en una carrera complicada, tanto por la alta competitividad de los solicitantes como por el lento proceso administrativo que ocasionó. Las resoluciones definitivas de las becas, según me informó mi colega, no se hiceron efectivas hasta trece meses después de que se formulara la convocatoria, con lo cual generaba el dasaliento de los doctorandos que necesitaban ese respaldo económico. Curioso fue, además, que tratándose de la Consejería de Innovación se alegaran frecuentes "fallos tecnológicos" para excusar la lentitud del proceso.
Finalmente, pasado todo ese tiempo, mi amigo comprobó que su nombre no aparecía en las listas de adjudicatarios. Quedó en reserva, a la espera eterna y nunca cumplida de que se abrieran nuevos plazos o, quizás, nuevas oportunidades. Poco después, la empresa para la que trabajaba, en unas condiciones ínfimas, cerró y quedó en el paro. Y aún sigue desempleado, intentando sacar su proyecto investigador adelante, sin ningún tipo de ayuda, y teniendo que asumir por sí solo viajes, material bibliográfico y cualquier tipo de gasto que imponen estos estudios (bastante costosos, por cierto). Como también lo tienen que asumir otros miles de estudiantes, que como él necesitarían ampliar sus estudios en universidades extranjeras, o bien necesitarían un respaldo económico para solventar una tesis doctoral que, a diferencia de lo que piensa mucha gente, no se trata de un simple trabajo de secundaria o de rellenar varias decenas de folios con ideas inútiles.
Lo doloroso de todo este asunto es que la Junta, o la Consejería antedicha, reconoce el déficit de la investigación universitaria (a la que suele recurrir en mítines y discursos políticos como baluarte de futuro y de progreso), pero limita los incentivos a los estudiantes, asignándoles con cuentagotas unas becas que se observan como un preciado líquido en medio del desierto. En cambio, esa Consejería de Innovación no tuvo reparos, en abril de 2006, para convertirse en fuente abundante y caudalosa que dio de beber a un proyecto desproporcionado, como fue el de la bailaora Cristina Hoyos y su Museo del Baile Flamenco en Sevilla. ¿Realmente era necesario ese centro y ese despilfarro económico? La pregunta es retórica.
La señora Hoyos obtuvo 537.000 euros de la Consejería de Innovación y Tecnología para desarrollar una iniciativa museística, al parecer, ejemplar; aunque de escaso alcance en Sevilla y en Andalucía, pues no ha tenido apenas repercusión pública desde su inauguración. Tanto es así que las visitas al Museo del Baile Flamenco no respondieron a las expectativas (algo tendría que ver el precio de la entrada, que ascendía a 10 euros) y la empresa se encontró con problemas financieros, a pesar de las desmesuradas ayudas de la Consejería, a las que habría que sumar la subvención de 100.000 euros anuales concedida, a partir de 2006, por la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla, según leo en el diario El Mundo (http://www.elmundo.es/elmundo/2009/11/26/andalucia_sevilla/1259239692.html). En total, casi 900.000 euros de ayudas oficiales (cerca de 150 millones de pesetas) para Cristina Hoyos y su museo, que se han ido por el desagüe. Dinero que se ha tirado a la basura porque, desde ayer mismo, la bailaora sevillana ha puesto en venta el edificio, situado en la calle Manuel Rojas Marcos, después de haber dilapidado todas las subvenciones. Lo ha hecho, con total descaro, a través de una página web de venta inmobiliaria y con un vídeo promocional en el que informa sobre las prestaciones de la casa, valorada en unos 6 millones de euros.
Los medios de comunicación no sólo locales sino también nacionales se han hecho eco del asunto, con el consecuente revuelo que este tipo de fraudes suele ocasionar. Porque, dicho a las claras, lo que ha cometido Cristina Hoyos con este tema del Museo ha sido un fraude público y notorio, con la connivencia de una Administración amiga, de unos políticos que dicen invertir en "cultura", cuando dicho centro no proponía otra cosa que amplificar la egolatría de la bailaora y tomar el flamenco, una vez más, como fetiche turístico, apto para el consumo. ¿Realmente era necesario ese Museo y ese despilfarro económico? ¿Realmente no necesitaban y siguen necesitando otros sectores, como la Universidad, ese apoyo tan decidido? La pregunta, vuelvo a decir, es retórica.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Grandes portadas del rock: "El Patio" (Triana, 1975)

Entre mis discos de cabecera, aquéllos que escucho una y otra vez sin cansancio, están los de Triana, por obra y gracia del señor Mateos, que me abrió la puerta del patio del rock andaluz y las ventanas que desembocan a la Alameda, al Guadalquivir, a Cai, a Granada o a Medina Azahara. Y a un Zaguán en penumbra. Y a un sótano, un underground que dirían los hippies, donde todavía suenan clandestinamente los Smash. Pero, sobre todo, me abrió la puerta del patio, El Patio con mayúsculas, el disco que bien podría representar no sólo a un género musical, sino a toda una época y a toda una tierra, la Andalucía posfranquista, que despertaba (un poco) de la pesadilla de la dictadura.
Sobre El Patio y Triana se ha dicho ya casi todo, gracias al empeño de unos cuantos devotos que han logrado recuperar la obra del grupo que lideró Jesús de la Rosa, al tiempo que han intentado resucitar toda aquella corriente que se dio en llamar "rock andaluz". En los últimos años se han reeditado discos, se han celebrado homenajes y conferencias, se han escrito libros (como el de Luis Clemente), que con todo merecimiento han recordado uno de los movimientos más intensos de la música española reciente. Quizás, aquel estilo vino a ser la "movida" de los jóvenes andaluces, el reclamo periférico que, con guitarras eléctricas y guiños al flamenco, proclamó que "el Sur también existe".
Pues bien, de ese disco emblemático de Triana a uno le queda algo más que un simple recuerdo. De cada uno de sus temas vuelven a desprenderse nuevos sonidos, e incluso de su portada se descubren nuevos detalles, que antes pasaban inadvertidos. La imagen de la cubierta es obra de Máximo Moreno, pintor y fotógrafo sevillano, hermano del también pintor y cantautor Benito Moreno y de José Moreno 'Josele', el humorista que fuera cantante de Los Payos. Máximo entró en contacto con el grupo Triana desde sus inicios, gracias a su hermano José y a la amistad que le unía con el productor Gonzalo García-Pelayo (al que habría que dedicarle una biografía por su "azarosa" trayectoria en la música, en el cine y en los casinos de Las Vegas), y a él le fue encomendado el diseño del disco de debut de la banda, cuando eran unos desconocidos.
Al parecer, por lo que leo en el magnífico blog http://www.trianadiscografia.blogspot.com/, Máximo se alimentó del espíritu musical de Triana, acudió a sus ensayos y comprendió la propuesta sonora del grupo, su actitud renovadora. Hizo un trabajo de investigación al que hoy pocos artistas estarían dispuestos (instalados en sus estudios), callejeando por el barrio de Triana, entrando en sus casas de vecinos, fotografiando los rincones y los personajes... Como aquella Dolorcita que aparece retratada en la contraportada, con su luto permanente, con su delantal y su pelo blanco, avivando, junto a la silla de enea, el fuego de un potaje.
Ése fue el espíritu que Máximo Moreno quiso trasladar a la portada del primer disco de Triana: el del patio de una corrala, donde todo aparece en penumbra, grisáceo, quieto, inmutable desde hace décadas, quizás siglos, donde se agrietan las paredes, se tiende alguna ropa y dormita el perro con el eco del agua que gotea por el canalón. Pero ese Patio es también el lugar donde paradójicamente aparecen tres personajes extraños en el centro. Son los componentes de Triana (Tele, Eduardo y Jesús), que con sus melenas, sus instrumentos musicales y sus atuendos hippies desentonan con la escena sosegada y tradicional. Probablemente, ésos fueran los dos planos que quisiera destacar Máximo Moreno con esta pintura, y ése fuera también el contraste que quisiera proyectar Triana con su música, llena de modernidad, de psicodelia (de King Crimson, de Pink Floyd, de Hendrix...), pero igualmente plena de raíces, de sonidos cercanos al flamenco y de reclamos lejanos de alminar, como los que parecía exhalar Jesús de la Rosa.
Si bien Triana fue el símbolo musical de una época, quizás esta portada fuera la representación visual de la misma: la imagen de lo viejo y lo nuevo conviviendo. Lo viejo encarnado en la niebla, en las máscaras goyescas de la muerte que asoman por puertas y ventanas (una de ellas, la que aparece debajo, junto al crespón, es la figura del padre de Máximo, que había fallecido poco antes). Y lo nuevo perfilado en los tres jóvenes melenudos de Triana, que parecen sentirse cómodos en ese ambiente. Un lugar en apariencia pobre y lúgubre, pero en el que misteriosamente brotan algunas flores.

domingo, 15 de noviembre de 2009

La cantante Carla Bruni

Antes de convertirse en el florero más caro de Francia, Carla Bruni tuvo una trayectoria como modelo (conocida por todos) y otra más breve como cantante lánguida y susurrante, que apenas se conoce. Y si se conoce, de oídas, es para tacharla rápidamente de amateur, de simple aficionada que tuvo un capricho de niña pija al coger una guitarra. Lo que en cierto modo es verdad. La actual señora de Sarkozy comenzó oficialmente en el mundo de la música en el año 2000, cuando tenía 32 años, una edad que la jubilaba de las pasarelas y que la obligaba a buscarse nuevas empresas, ya fueran en el Elíseo o en la industria discográfica.
La afición de Carla Bruni por la música le viene de lejos, de un padre compositor, llamado Alberto Bruni Tedeschi, que estrenó óperas en París, Venecia o Bérgamo, y que inculcó en su hija cierta megalomanía por la música clásica y por el rock. Quizás más por esto último, vista la aventura que tuvo con Mick Jagger y que acabó con el matrimonio del líder de los Rolling con Jerry Hall, la mujer que más tiempo lo aguantó, unos veinte años. Justo por esas fechas en la que Carla se largaba con Jagger a una playa tailandesa, fue cuando despertó el deseo de la modelo de grabar canciones. Al parecer, tenía guardadas algunos papeles donde garabateaba letras. Carla se las mostró al pianista Julien Clerc, que vio el filón claro y compuso varios temas más para completar un álbum conjunto. Éste se tituló Si j´étais elle y tuvo una acogida más que aceptable, con 250.000 copias vendidas, según leo en la Wikipedia.
Comprobado el éxito del debut, Carla Bruni decidió volver a grabar poco después, pero ya en solitario. Con la ayuda de Louis Bertignac, la modelo publicó en 2002 Quelqu´un m´a dit, disco que alcanzó repercusión más allá de las fronteras francesas y que, incluso, recibió buenas críticas. La escasa voz de Bruni fue acompañada con acierto por una guitarra acústica, en unos temas que hacían homenaje a la chanson francesa. Todos ellos compuestos por Carla Bruni, a excepción de 'La noyée', de Serge Gainsbourg, y 'Le ciel dans une chambre', traducción gala de 'Il cielo in una stanza', de Gino Paoli, que popularizó Mina (sonroja oír la voz de ésta comparada con la versión lacia de Carla Bruni).
Quelqu´un m´a dit le aportó a Carla Bruni un nuevo prestigio profesional más allá de su aparición en revistas. En 2007 volvió a entrar en el estudio para grabar No promises, donde se atrevió a cantar en inglés los versos de Yeats, Auden, Emily Dickinson o Dorothy Parker; y en 2008, ya como primera dama de la República Francesa, lanzó Comme si de rien n´était, en el que versionó un tema de Bob Dylan e interpretó, de nuevo, sus propias canciones, dos de ellas coescritas con el polémico Michel Houellebecq.
Quizás por su pasado como maniquí, quizás por su presente como "florero" institucional, la trayectoria musical de Carla Bruni ha estado acompañada de un "divismo" exagerado. Dotes como intérprete le faltan, pero no el buen gusto a la hora de seleccionar su música. Se le oye poco, susurra como hacían aquellas actrices de Hollywood a las que les exigían cantar, con un timbre de voz apagado, con un hilo sonoro que está a punto de romperse... Y aun así, tiene su punto.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Il Guardiano del Faro con versos de Cernuda

Il Guardiano del Faro es el seudónimo de un músico milanés nacido Federico Monti Arduini. Diplomado en piano en el Conservatorio Giuseppe Verdi, comenzó su carrera musical como compositor y productor de la casa discográfica Bluebell, empresa que destacó en el mercado italiano por su combinación de temas pop y baladas románticas, muy al uso en los años sesenta. Sólo con echar un vistazo rápido al catálogo de la Bluebell puede uno imaginarse el perfil empalagoso de los cantantes: Rocco Granata, Joe Damiano, Carmen Villani, Tony Dallara... Aunque había excepciones, como la de Mina, la gran Mina Mazzini, injustamente olvidada en España (acaso recordada por 'Parole, parole' y poco más), para la que Federico Monti compuso 'Ma ci pensi'.
Tras su paso por Bluebell, Federico Monti dio el gran salto de su carrera en 1972, cuando se convirtió en director de Dischi Ricordi, otra discográfica similar a la anterior, pero con mayor proyección internacional. Este sello se encargó de distribuir en Italia los discos de Island Records, la casa de origen jaimacano que lanzó la carrera de Cat Stevens, Bob Marley o U2. Posiblemente, este periodo, más abierto y en contacto con la música anglosajona, conduciría a Monti a otros terrenos en la composición. Fue entonces cuando adoptó el seudónimo de Il Guardiano del Faro, nombre bajo el que se ocultaba un artista con una doble sensiblidad tanto para la música clásica como para las últimas creaciones del rock y el pop. El resultado de esta doble inquietud se hizo patente en sus primeras grabaciones, en unos temas interpretados con moog y arreglos orquestales. Entre todos ellos, el más famoso fue 'Amore grande, amore libero' (1975), que hace apenas dos semanas me ha descubierto el gran Abeja, abriendo en mí un nuevo capítulo de megalomanía.
'Amore grande, amore libero', aunque pueda identificarse con el género romántico de los setenta, tiene un aire etéreo y nostálgico que sirve para acompañar cualquier instante. Cada uno que lo interprete y aplique a su gusto. En mi caso, cuando lo escuché por primera vez, lo asocié al nombre del autor, a la noche, al mar, al monólogo del farero que habla consigo mismo en las alturas y se reconcilia con su soledad como única y eterna compañera. Irremediablemente, me vinieron a la memoria unos versos de Cernuda, que bien podrían leerse con la música de Federico Monti de fondo...
"Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma.

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos,
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todos ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.
acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres.
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
pues ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre, su deseo,
la airada muchedumbre,

¿Qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día;
En ti, mi soledad, los amo ahora".

(Luis Cernuda, Invocaciones, 1934-1935)

domingo, 1 de noviembre de 2009

Elton John-Billy Joel: el cara a cara se aplaza

Esta vez no es una campaña de márketing, ni una estrategia para crear mayor expectación. La gira conjunta que debían iniciar en pocos días Billy Joel y Elton John se aplaza por enfermedad de este último. Una gripe ha dejado hospitalizado al cantante inglés, quien no ha tenido más remedio que postergar los primeros conciertos con Joel, en lo que, sin duda, suponía una de las citas más esperadas de la música en 2009. El primer directo, que iba a tener lugar en Seattle el próximo miércoles (así como los del 7 y el 10 de noviembre), se suspende momentáneamente, a la espera de una pronta recuperación de Elton John. La edad parece no pasar ya en balde para el gran "rocket man", que, a sus 62 años, había planteado un calendario intenso de conciertos (más de 200) en solitario, con el tour 'Piano red', y en compañía de Billy Joel.
Hace varias semanas, Elton John pasaba por Barcelona y dejaba tras de sí un espectáculo emocionante, según cuentan los cronistas del evento (http://www.elmundo.es/elmundo/2009/10/21/cultura/1256085854.html). Hondo en sus temas clásicos, con una voz más llena de aristas, el británico se atrevió con 17 temas, algunos de ellos interpretados "a capella", como 'Don't let the sun go down on me' o 'Sorry seems to be the hardest word'. Canciones que son ya monumentos de la música popular de las últimas décadas.
Como admirador de ambos artistas, tanto de Elton John como de Billy Joel, tenía una cierta ilusión por esta gira, que esperemos llegue a realizarse en algún momento (ya hubo un primer aplazamiento en julio). Una ilusión lejana, claro está, porque no estaba entre mis planes desplazarme a Estados Unidos en las próximas semanas para asistir a algunos de sus conciertos. Pero, al menos, sí hacerme con la grabación de la gira. No es cualquier cosa escuchar las voces unidas de estos dos grandes. Como hicieron, "al alimón", Lorca y Neruda en 1933. Este tipo de coincidencias, y disculpen (algunos) la comparación, no ocurre todos los días.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Jorge Drexler y la Ley de Lavoisier

Antoine de Lavoisier fue un científico parisino del siglo XVIII, considerado por muchos como el padre de la química moderna. Su biografía es el espejo de la Ilustración francesa, del compromiso con la razón y el progreso; ejemplo de lucha entre las "luces" del conocimiento y las sombras de la superstición. Lavoisier estudió la oxidación de los cuerpos, investigó la composición del agua (distinguió sus componentes: oxígeno e hidrógeno), midió el calor de las reacciones químicas y contribuyó a establecer un sistema uniforme de pesas y medidas. También supervisó los trabajos para la fabricación de la pólvora en 1776, que tan útil se hizo una década después, cuando estalló la Revolución que cambió la estructura política de Europa. Lavoisier fue biólogo, analizó la respiración de los animales y se sintió cerca del campo y de los campesinos, a los que alentó para que se unieran a las protestas burguesas, reivindicando una reforma agraria y un sistema de producción más justo. Por ello, fue apresado y juzgado por el Tribunal Revolucionario, que dictó su muerte en la guillotina el 8 de mayo de 1794; víctima de unos verdugos que antes, quizás, fueron compañeros en la Academia de las Ciencias.
 
Antoine de Lavoisier es de esos autores casi olvidados, cuya gloria, como en los poemas populares, estriba precisamente en su anonimato. No es su nombre sino su obra la que es rememorada. Son sus hallazgos, su aportación a la ciencia, los que se revisan y se utilizan continuamente, en detrimento del apellido o la vanidad personal. Con lo cual, nos descubre, aun desde la tumba, una lección más sobre lo efímero de las personas y la inmortalidad de sus trabajos. Acaso Lavoisier sea recordado por la "Ley de conservación de la masa", que lleva su nombre y que concluye, más o menos, lo siguiente: "En un sistema aislado la masa se mantiene constante, lo que implica que la masa total de reactivos es igual a la masa total de las sustancias que se obtienen tras la reacción". Es decir, que la materia ni se crea ni se destruye, aunque sí se transforma.
 
Cuando estudiaba en el instituto, aprendí este principio básico de la Química, sin conocer el nombre y la historia de su descubridor. Sería curiosamente en un concierto de Jorge Drexler donde tendría noticia por primera vez de este magnífico científico, sacrificado en pos de su obra. El cantante uruguayo, que actuaba en el Foro Iberoamericano de La Rábida, citó a Lavoisier antes de comenzar su canción 'Todo se transforma', en una especie de introducción que ya se ha hecho clásica en sus directos. Fue en el verano de 2005, poco después de que Drexler ganara el Oscar por "Al otro lado del río" y su carrera se relanzara comercialmente, aunque no tanto como se esperaba. Drexler sigue siendo, a día de hoy, un gran desconocido en el mundo de la música. A pesar de sus hallazgos melódicos y sus hermosos guiños poéticos, este médico, reconvertido en trovador, se mantiene en un intermitente anonimato, entre luces y sombras, que él busca con timidez para privilegiar su obra más que su apellido. En ese aspecto, quizás exista un paralelismo entre Lavoisier y Drexler: sus trabajos permanecen por encima de sus nombres.
 
'Todo se transforma' es la aplicación lírica de la Ley de Lavoisier, un bello relato en verso sobre el principio de causa y efecto: "Tu beso se hizo calor, / luego el calor, movimiento, / luego gota de sudor / que se hizo vapor, luego viento / que en un rincón de La Rioja / movió el aspa de un molino / mientras se pisaba el vino/ que bebió tu boca roja..." Es, como dice Drexler, la recreación de una historia personal, la fábula inspirada en un hermoso y complejo espacio cerrado, el de las relaciones personales, donde el amor ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Ojalá fuera así y siempre fuera cierto eso de que "cada uno da lo que recibe / luego recibe lo que da"...
 
Este tema ha sido y sigue siendo la "canción llave" de Jorge Drexler, la que le abrió las puertas del éxito en España (ahora suena como sintonía publicitaria) y la que a mí, al menos, me invitó a acceder al resto de sus discos y asistir a sus conciertos. Les animo a que lo descubran. Verán que es mucho más que la Ley de Lavoisier. Es luz, radar, vaivén, frontera, eco, oscuridad y duda. Sobre todo, duda. Como la duda metódica que origina todo hallazgo científico y poético.

viernes, 16 de octubre de 2009

Dylan, los villancicos y la fe cristiana

Cada año ocurre lo mismo. Al menos aquí, en el Sur, donde postergamos el verano no hasta San Miguel, sino incluso hasta octubre y noviembre. Con manga corta por estas fechas y con la dicha de soportar inviernos templados, encaramos un periodo prenavideño cada vez más anticipado. Ya se sabe: el consumo es lo primero. Y quien no compre a tiempo, puede sentirse frustrado. Así pues, con gotas de sudor en la frente y abanicos en las manos, vemos cómo los grandes almacenes colocan ya sus luminosas estrellas de Oriente y sus árboles plastificados, para que al cliente le sobrevenga el gusanillo del regalo, que, al parecer, es la única manera de expresar el cariño a los seres queridos.
No vamos a descubrir nada si decimos que uno de los "ragalos estrella" de la Navidad suele ser, junto a perfumes y playstations, el disco de turno. Esta época resulta crucial para las discográficas, puesto que buena parte de las ventas se acumulan a fin de año (está feo eso de regalar un álbum del top manta en Navidad, o un cd regrabable, bajado con mimo desde Internet). Por eso, los sellos ultiman sus productos, sobre todo los recopilatorios, que suponen la máxima garantía de éxito, y algunas novedades fuertes. Con "novedades fuertes" me refiero a discos de artistas consagrados, del tipo de Joaquín Sabina, que presentará su nuevo trabajo en noviembre, o Bob Dylan, que regresará a las tiendas muy pronto con un álbum, para algunos, sorprendente. Se trata de un disco de villancicos, titulado Christmas in the heart, en el que aparecerán versiones singulares de temas archirrepetidos en el cine navideño-cursi-familiar yanqui: 'Winter wonderland', 'Little drummer boy' o 'Must be Santa'.
Decía lo de "sorprendente", porque todavía hay mucha gente que no se ha enterado de la profunda devoción cristiana de mr. Robert Allen Zimmerman, nombre auténtico y judío de Bob Dylan, cuya familia, por lo que él mismo ha escrito en sus Crónicas, procedía de Turquía, de la etnia kirguís. Sus orígenes, por tanto, son judíos y también su primer aprendizaje. Hasta que muy joven se rebeló contra el Jánuca y se echó a la carretera para buscar nuevos caminos, y buscarse a sí mismo. La crisis religiosa, las dudas "metafísicas", por llamarlo de alguna manera, están presentes en casi todos los discos de Dylan, prácticamente desde sus comienzos. Pero no sería hasta finales de los años setenta cuando esa incertidumbre se aplacó. Al parecer, tras publicarse Street legal, en 1978, uno de sus discos más completos y más complejos (al menos, para mí), el cantautor recibió duras críticas que mermaron su ánimo. Digamos que Dylan bajó un escalón en la cima de popularidad, en la que ya estaba instalado desde hacía años. Las nuevas tendencias musicales y la competencia de otros grupos eclipsaron en cierto modo su carrera. Fue en ese momento cuando, según relatan sus biógrafos, el músico abrazó el cristianismo y resolvió muchos de sus problemas espirituales.
La prueba más palpable de esa "resurrección" de Dylan está en el disco Slow train coming, del que ya oímos el magnífico 'Precious Angel' en 'La huella sonora', a petición de Manolo Olías. En ese álbum, Dylan sorprendió con unos temas cargados de referencias explícitas al Evangelio de San Mateo o al Libro de las Revelaciones, acompañados, además, de coros gospel. El trabajo suponía una transformación del artista, que iba más allá de lo puramente religioso. Guiado por Jerry Wexler (productor de Ray Charles y Aretha Franklin), Bob Dylan decidió dar un vuelco a su música e incorporó la guitarra de Mark Knopfler en las nueve composiciones de Slow train coming. Todo un lujo que descubrió el propio Dylan, al ver al todavía desconocido líder de Dire Straits en un concierto.
A ese primer "disco cristiano", le siguieron otros muchos con continuas referencias a la Biblia. El más profundo en ese sentido fue Saved, de 1980, que tuvo una acogida menor y el rechazo definitivo de muchos seguidores, que pensaban que esa fe del artista no era más que una paranoia pasajera. Como hito insoslayable de ese Dylan devoto, habría que mencionar su actuación ante el Papa Juan Pablo II en 1997, durante la celebración de un Congreso Eucarístico en Bolonia. Precedente ya más que mitificado y que se recordará en los próximos días, cuando aparezca el último trabajo "cristiano" de Dylan, esa antología de villancicos, que amenaza con sonar en la megafonía de los grandes almacenes mientras apuramos nuestras compras, y cuyas ganancias obtenidas en Estados Unidos serán destinadas a una ONG. A pesar del fastidio que origina oír a Dylan cantándole a Santa, le queda a uno el buen sabor de boca de ese propósito benéfico. Al menos, el señor Zimmerman es de los que predica y da trigo. ¿O no?

miércoles, 14 de octubre de 2009

"La música", según Juan Ramón

"De pronto, surtidor
de un pecho que se parte,
el chorro apasionado rompe
la sombra -como una mujer
que abriera los balcones sollozando,
desnuda, a las estrellas, con afán
de un morirse sin causa,
que fuera loca vida inmensa.-

Y ya no vuelve nunca más
-mujer o agua-,
aunque queda en nosotros, estallando
real e inesistente,
sin poderse parar".

(Juan Ramón Jiménez: Belleza, 1924)

martes, 6 de octubre de 2009

La subcultura necesaria

En tertulias, artículos de opinión o en simples charlas distendidas sobre la música de masas, sobre su función o su calidad, resulta frecuente hallar algún comentario peyorativo hacia ésta. Sobre todo, si el juicio proviene de un crítico docto y resabido, elitista y excluyente, que mantiene la noción aristócratica de este arte. Resulta frecuente percibir el desprecio o, cuanto menos, la sonrisa condescendiente al tratar de canciones rock, pop o flamencas, por poner sólo unos ejemplos. Aunque cada vez se excluyan menos algunos de estos géneros. Como ha ocurrido, principalmente, con el flamenco, que a mucha honra y con todo merecimiento ha superado el apartheid académico y ocupa ya cátedra en muchas universidades, sin ningún tipo de sonrojo.
Leo críticas, comentarios, de estos adalides de la música culta y, más bien, soy yo el que me sonrojo. Al parecer todavía muchos intentan abrir un abismo inútil entre la música clásica y la música popular. Para contrarrestar este tipo de opiniones suelo remitirme a un fragmento de Manuel Vázquez Montalbán. Una cita que tengo subrayada desde hace varios años y que funciona siempre para capear esas críticas absurdas. Dice así:
"La subcultura no tiene por qué pedir perdón por su impotencia frente al poder, su lenguaje degradado o su manipulaión tan brutalmente mercantil. Es, a pesar de todo esto, testimonio de una época, es belleza convencional y es una satisfacción consumida por las masas en respuesta a una necesidad. A partir de estos tres vínculos es posible un acercamiento no camp a culaquiera de los géneros subculturales. Sería absurdo intentar decir que las canciones de Rafael de León son como las novelas de Flaubert. Pero me parece muy sensato admitir que fueron más útiles al pueblo español de los años cuarenta que las novelas de Flaubert, fundamentalmente porque la organización vital y cultural de las masas en el siglo XX queda más al nivel de Rafael de León o los Beatles (son meros ejemplos) que de Flaubert o William Borroughs" (Cancionero general del franquismo, p. 11).

domingo, 27 de septiembre de 2009

Maldita historia

Desde hace una semana, justo después de ver en el cine Malditos bastardos, guardaba en la recámara una entrada sobre su banda sonora. Como ha ocurrido con anteriores películas de Quentin Tarantino, la música se convierte en un elemento indispensable en sus historias, bien por respaldar la acción, bien por chocar irónicamente con el argumento. Esto último es lo que ocurre en Malditos bastardos, una película que, por si no lo saben (lo dudo), trata sobre un grupo de guerrilleros judíos que pone en jaque a las tropas nazis desplegadas en Francia. Para "ambientar" sonoramente el filme, el director norteamericano ha seleccionado una serie de composiciones que se topan frontalmente con una trama desarrollada en la II Guerra Mundial. El tracklist de Malditos bastardos cuenta con temas incluidos en películas de culto del cine policiaco y del western. Abundan las creaciones de Ennio Morricone y algún destello sorprendente, como el de incluir 'Cat people (Putting out the fire)', de David Bowie, en los instantes previos al desenlace. Puede parecer horripilante esta decisión, desde el prejuicio y sin haber visto la película, pero animo a todo el que lo desee a que lo compruebe por sí mismo y juzgue el efecto de esta banda sonora. El choque o la paradoja estética, por llamarlo de alguna manera, está asegurado. Como dice Carlos Boyero, Tarantino es por sí solo un género cinematográfico. Quizás, diría yo, la persona más adecuada para atreverse a este tipo de cosas, sin que nada desentone, sin que chirríe la voz del gran Bowie en medio de una tragicomedia sobre la pesadilla nazi.
Dotes artísticas aparte, gusten más o menos sus películas, hay que reconocer a Tarantino un estilo particular, irremediablemente provocador. Un estilo singular que labra, entre otros elementos, con la música, con unos flashes sonoros, tipo vídeo-clip pop, que se han mantenido con éxito en la retina de los espectadores a lo largo de los años. El baile de Travolta con Uma Thurman en Pulp Fiction al son de 'You never can tell', de Chuck Berry; o la perorata de Marsellus Wallace, al comienzo de esta misma película, sobre el telón genial del 'Let´s stay together', de Al Green, constituyen ya hitos del cine reciente, imitados hasta la saciedad. Malditos bastardos, en este sentido, va a la zaga de obras como la citada Pulp Fiction, Reservoir Dogs, Jackie Brown o Kill Bill, aunque se reserva sus momentos estelares con la banda sonora como protagonista. En realidad, Tarantino no hace más que crear una distancia con la historia que presenta. Al incluir en plena Guerra Mundial unas composiciones atribuibles a unos forajidos de Río Grande, está obligando a ver esa acción con otros ojos. Cambia la visión tradicional del cine sobre un tema bastante trillado.
Durante la presentación de la película en el Festival de San Sebastián, el director ha insistido precisamente en esa opinión. Su objetivo era el de transformar la Historia, escrita con mayúsculas; aún a riesgo de recibir críticas y condenas por todas partes. Literalmente, Tarantino inventa la Historia, la II Guerra Mundial, en Malditos bastardos. No recrea unos hechos, ni parte de unos datos contrastados. Sólo se sirve de un marco histórico, muy difuso, para vengar el pasado. Utiliza el cine para matar con fiereza a Hitler y redimir a muchas personas sedientas de sangre nazi. Como él mismo ha reconocido en una entrevista, muchos jóvenes alemanes se sentirán gratificados al ver esa matanza y verán cumplido un sueño.
Pero no se trata más que de eso, de un sueño irrealizable. La Historia está ahí, imposible de modificar, a pesar de las inagotables interpretaciones y revisiones. Ni la música ni la ficción que imprime Tarantino van a restituir la muerte de millones de personas, ni la barbarie del holocausto. Como recompensa, quizás obtenga unas cuantiosas cifras de taquilla y el agradecimiento de algunos jóvenes ilusos que todavía no sepan discernir entre la realidad y el deseo, entre la Historia y la ficción. Es inexcusable el recuerdo de ese pasado, pero no bajo este tipo de "lecciones" cinematográficas, si es que puede calificarse como tal el final de Malditos bastardos.
Para recordar, para no olvidar nunca y aprender sobre lo ocurrido en la II Guerra Mundial, mejor les recomiendo un documental que emitieron ayer en 'La noche temática'. El trabajo, que pueden rescatar por la página web de RTVE, se titula "De una guerra a otra: campos de resistencia" y enfoca las historias de verdaderos guerrilleros, no como los que comanda Brad Pitt en Malditos bastardos. A través de entrevistas, el documental va narrando las penurias que tuvieron que vivir miles de republicanos españoles exiliados en Francia, quienes después de la Guerra Civil, sobrevivieron a la barbarie de los campos de concentración nazi y ayudaron a liberar París. Tras ver y oír las historias de estas personas, su dolor y sus lágrimas, poco espacio queda para la maldita historia de Tarantino. No me imagino a esos héroes de carne y hueso sintiéndose gratificados con la película. Ni mucho menos reparando en su música.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Rock and gol

Septiembre es un mes de reencuentros. Es el mes de la vuelta al cole, el del retorno al trabajo y el del inicio de las competiciones de fútbol, cuyos efectos balsámicos se han probado más potentes que el Prozac. A muchas personas (miles, cientos de miles…), la expectativa de un buen partido de fútbol les arregla el día. Por frustrante que les parezca a sociólogos y moralistas, ésa es la realidad. Y no creo que haya nada malo en ello. El fútbol tiene también su dosis de estética, libera pasiones y provoca catarsis colectivas que dejarían en ridículas manifestaciones las vividas por los antiguos espectadores de las tragedias griegas. Como la música, el fútbol, o el deporte en general, puede servir como lenitivo y válvula de escape para los males que se enquistan. Desinhibe y es saludable. El Último de la Fila tenía una canción titulada “El que canta su mal espanta” (abría el maravilloso Astronomía razonable), que bien podría aplicarse a los gritos de los aficionados desde las gradas.
Rock y fútbol tienen bastantes cosas en común, aparte de los citados efectos liberadores. Ambos son espectáculos de masas, que arrastran idolatría y un volumen de negocio incalculable. Las estrellas de la música y el fútbol aparecen en portadas de revistas, protagonizan anuncios y comparten amistades. Incluso intercambian sus papeles sobre el escenario y el terreno de juego, en una relación curiosa (y promiscua) que quizás les sirva para escribir un anecdotario, rellenar una charla aburrida en el bar o publicar una entrada de blog, también aburrida, como ésta.
Hace unos días, ‘Fiebre Maldini’ (el mejor programa que se emite actualmente en televisión, y no exagero) recordaba uno de esos casos extraños de músicos locos por el fútbol, el de Elton John y el Watford. De oídas, ya conocía la historia, pero me sorprendió ver en imágenes la dimensión que alcanzó el proyecto. Para los que no lo conozcan, el Watford es un club inglés de tercera o cuarta categoría, que, en la década de los ochenta, gracias al impulso dado por su presidente Elton John, subió hasta la Premier y llegó a plantar cara a los históricos. De hecho, las imágenes que recuperaron en el programa fueron las de un partido de Liga que el Watford ganó sorprendentemente al Manchester Utd. (por 1-2) en el mismísimo Old Trafford, con Luther Blisset como estrella (este jugador ficharía después por el Milán). Pero ahí no quedaba la cosa: el equipo de Elton John alcanzó incluso el subcampeonato y obtuvo plaza para la Copa de la UEFA. Un equipo que podríamos equiparar con mi querido C.D. Alcalá, con unas infraestructuras ridículas, logró colarse en Europa. Y todo por obra y gracia de Elton John, cuya afición al fútbol era lejana, pues su padre fue jugador profesional en Inglaterra.
Posiblemente, en Inglaterra, España y Argentina, por citar tres países con gran tradición futbolera, haya muchos más casos de músicos metidos a directivos de clubes. Sin embargo, lo que más ha abundado han sido los artistas que probaron suerte con el balón, antes o después incluso de ser reconocidos como músicos. En España, por ejemplo, contamos con el ya memorable caso de Julio Iglesias, que perteneció como guardameta al Juvenil B del Real Madrid, intentando hacerle sombra al gran Miguel Ángel. Por supuesto, no lo consiguió y terminó interpretando temas de infausto recuerdo, como 'Gwendolyne', en imitación bronceada y latina de Sinatra. No sé que hubiera sido mejor…
Un caso parecido al de Julio Iglesias fue el de Rod Stewart, quien en la adolescencia llegó a probarse en el Barça, aunque sin suerte. Mal ojo tuvieron los técnicos entonces: no hubiese estado mal ver al joven Stewart llenando de botellas de whisky la Massía. Sin embargo, su aventura futbolística no se quedó ahí, ya que tiempo después llegó a convertirse en jugador profesional en las filas del Bredfort. Tras su retirada de los estadios, siguió los pasos de Elton John y apoyó económicamente a varios clubes británicos, además de continuar siendo el seguidor número uno de la selección de su país, Escocia.
Otros ejemplos curiosos son los de Gaz Wheland, ex batería del grupo Happy Mondays, que recaló en el Manchester City; David Essex, que perteneció al Colchester Utd.; o Steve Harris, de Iron Maiden, que militó en el Halifax Town (¿alguien me puede decir cómo viste ese equipo?). Estos datos, por supuesto, los he pillado de Internet. No tenía la menor idea del pasado “pelotero” de estos tipos. Ahora bien, al que sí recuerdo y vi jugar fue a Mick Hucknall, el líder de los Simply Red, que fichó por el Manchester Utd. en los años noventa, más bien por una cuestión comercial que por sus dotes balompédicas. Si no me falla la memoria, Hucknall disputó como centrocampista algunos minutos en la Liga de Campeones, frente al Real Madrid, en aquel magnífico partido en el que Redondo le regaló un gol a Raúl, después de un taconazo antológico desde la banda. Creo que la afición estaba tan decaída en ese partido, por el recital del Madrid, que Alex Ferguson decidió alegrarlos con la entrada en el campo del melenas pelirrojo.
Dicen que ciertos músicos ponen tanta pasión en el fútbol que algunos han llegado a suspender un concierto debido a la decepción causada por su equipo. Eso cuentan de Mick Jagger, forofo del Manchester, que anuló un directo de la banda tras ver perder la final de la Champions de este año frente al Barcelona. Rumores aparte, de lo que no existió duda fue del fanatismo por el fútbol de Bob Marley, que aprovechaba cada momento fuera del estudio o de las giras para echar un partido con los amigos. Precisamente, uno de esos bolos fue el que le provocó la muerte, después de tener una lesión mal curada en el pie (al parecer, sólo quería utilizar remedios naturales para tratarse la herida infectada).
En el bando contrario, el de los futbolistas, también hay casos insólitos de intercambio profesional. Los hubo que se lo tomaron medio en serio, como Ruud Gullit, que tenía (y creo que sigue teniendo) su propia banda de reggae. Sin embargo, lo que abundan en este sentido son los “cameos”, es decir, la aportación desinteresada (y catastrófica) de algún jugador a algún amigo cantante para reflotar un disco. En Inglaterra abundaron estos casos. Kevin Keagan grabó en 1979 la canción ‘Hands over heels in love’, y más tarde, en los ochenta, le imitaron el excéntrico Paul Gascoigne, con ‘Fog on the tyne’, y el portero del Arsenal Peter Shilton, con ‘Side by side’.
Los argentinos también se han ofrecido mucho a estas historias. El Mono Burgos, que cantó bajo los palos del Real Mallorca y el Atlético de Madrid, parece tener más éxito ahora como rockero. En Youtube anda suelto un vídeo del Mono con Carlos Tarque que es para olvidar (a pesar de que admiro a Tarque). Y cómo no, el grande y endiosado Diego Armando Maradona ha hecho sus gorgoritos en varias ocasiones con amigos como Andrés Calamaro o Joaquín Sabina. Con este último, llegó a animarse en un concierto en el Rex de Buenos Aires. Aunque, sin duda, su más infame colaboración tuvo lugar a finales de los ochenta, cuando participó en un disco de Pimpinela.
De futbolistas españoles, ahora sólo me viene al recuerdo el disco de Los Amigos del Arte (con jugadores del Sevilla y el Betis, como Nimo y Gordillo), las canciones bochornosas de los jugadores de la Selección antes de los campeonatos internacionales (busquen la surrealista colaboración de Juanfran con Rosa de Operación Triunfo) y la aventura de Álvaro Benito en Pignoise. Álvaro, por si no lo recuerdan, fue un jugador del Real Madrid, que ascendió al primer equipo a la par que Guti y que tuvo algunas oportunidades con Capello. Una grave lesión le apartó del fútbol para siempre, y hace unos años sorprendió con su cresta "pijipunki" y un grupo odioso que suena en la sintonía de 'Los hombres de Paco' y en Los 40 Principales.
De las canciones que suenan en los estadios (‘Go West’, de Pet Shop Boys; ‘Those were the days’, de Mary Hopkins; o el imprescindible ‘We are the champions’, de Queen) versionadas y coreadas por los aficionados, mejor será que no hable porque entonces no acabo…

domingo, 13 de septiembre de 2009

La cuestionada gira de Depeche Mode

Repaso noticias y comentarios sobre Depeche Mode en Internet, sobre su gira "Tour of the Universe", y no encuentro más que confusión. En este asunto, como en tantos otros que circulan por la Red, la información brilla por su ausencia y es sustituida por miles de opiniones vertidas por seguidores y detractores del grupo. No existen datos claros y fiables que expliquen por qué la banda británica ha cancelado nada menos que 14 conciertos desde que inició la gira en Luxemburgo el 6 de marzo de 2009. Hasta la fecha, los argumentos aportados por Depeche Mode se han extendido a través de su página web y han reincidido siempre en el mal estado de salud de Dave Gahan. Poco más. Incluso se han generalizado diversas versiones sobre su enfermedad (al comienzo, se habló de una gastroenteritis; después, de un tumor de vejiga). Ante tal carencia de información y la escasa aportación de los representantes del grupo, o de sus propios componentes, el público tiende a sospechar y a decretar que algo "huele mal" en este "Tour of the Universe". Algunos se han atrevido a catalogarla como la "gira de la vergüenza"; otros, como el "fin de un ciclo".
Resulta arriesgado opinar cuando no se tienen datos al alcance. Más que arriesgado, es una temeridad lanzar juicios sobre una persona o un tema cualquiera cuando apenas se conocen unos datos. Sin embargo, esto no es más que una práctica habitual en los medios de comunicación y en la vida cotidiana que nadie va a solucionar, por más que lamentemos y despreciemos esa actitud. Todos hemos contribuido alguna vez a expandir un bulo, un prejuicio o una opinión negativa, sin tener la más mínima idea de lo que hablamos. Lo que sí resulta "legítimo", en cambio, es la duda ante la falta de información. O mejor, la sospecha ante la cerrazón y la negativa a aportar información..., dependiendo de los casos, claro está.
En el asunto de Depeche Mode, es esta última postura la que domina. El público, que pagó su entrada para alguno de sus conciertos cancelados, tiene derecho a saber cuáles han sido los motivos y a sospechar si éstos no han sido lo suficientemente justificados. Puede parecer antiestético el término, pero el espectador se convierte en un "cliente" de un espectáculo por el que ha pagado y, a pesar de que el dinero se haya devuelto, no se siente totalmente recompensado si las razones esgrimidas para la cancelación son débiles.
Tras la anulación de los conciertos programados en Oporto y Sevilla en el mes de julio, muchas personas vieron cómo la gira continuaba con total normalidad, sin que el grupo hiciera el mínimo esfuerzo para restituir los directos en esas ciudades. Lo mismo ha ocurrido en Atenas, Estambul, Bucarest, Sofía, Belgrado, Varsovia, Riga, Vilna, Landgraf, Leipzig, San Francisco y San Diego. De todos ellos, sólo el de Leipzig acabó celebrándose al día siguiente. Hay dudas de que Dave Gahan estuviera aquejado por alguna enfermedad en esas citas. Existen sospechas de que un buen número de esos conciertos no iba a resultarle rentable al grupo y a todo su entorno, una maquinaria empresarial gigante. "Huele mal", para algunos seguidores, el hecho de que muchas de esas ciudades pertenezcan a países del Este de Europa, donde se atraviesa por una profunda crisis económica y, por tanto, no iba a asistir un procentaje rentable de espectadores. Incluso, algunos críticos musicales cuestionan la estabilidad del grupo, después de haber publicado un disco monótono (ésta sí es una opinión propia), respaldado por unas insuficientes ventas comerciales.
Algunos comentaristas hilan fino al decir que la gira europea era desorbitada, con un número de fechas excesivo para un grupo que había perdido el pulso de los directos y los viajes continuos. Los hay que se enorgullecen de conocerlos personalmente y pregonan el malestar de los músicos por esta gira y especulan que querían estar a la altura para las grandes citas, principalmente para los conciertos de Estados Unidos. Otros, más comedidos, se plantean que ésta es una buena oportunidad para que la banda se replantee su trayectoria y deje de forzar una propuesta musical agotada desde hace muchos años (desde el Songs of faith and devotion, diría yo). Pero, más allá de todos estos comentarios, lo cierto es que no hay nada claro. Para contarrestar esas críticas, algunos fanáticos defienden que Depeche Mode estuvo en Bilbao y en Valladolid con aforos presumiblemente más bajos que los que iba a encontrar en Sevilla y dieron la talla. Al parecer, Dave Gahan estaba en buena forma, casi rejuvenecido, según cuentan muchos asistentes.
El malestar de los espectadores que iban a presenciar el concierto de Sevilla ha aumentado todavía más al conocerse que el grupo ha programado un segundo concierto en Madrid para noviembre de 2009, además de los dos que ya tenía contratado en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Quizás sea la escasa o nula "reputación" que tiene Sevilla como organizadora de este tipo de eventos, habrán pensado los escépticos. Aunque sin ir más allá en el asunto. Todo ha quedado sin una respuesta concreta, sin que abunde la información. Y mientras tanto, se acumulan las dudas, las sospechas y los comentarios hostiles en torno al grupo, que resta credibilidad y ensombrece su imagen pública, a pesar de la defensa a ultranza de sus seguidores más fieles.

viernes, 28 de agosto de 2009

Tardío homenaje a Juan Perro

Han pasado más de seis meses desde que inicié este blog intermitente y todavía no he tenido un mínimo detalle con el autor que ha inspirado su título. Me culpo de ello. Tenía una especie de resquemor por no haber rendido aún un pequeño homenaje a Juan Perro y a uno de esos discos que conservo y escucho repetidamente con especial cariño, La huella sonora. Tenía, por otra parte, el temor ingenuo de que por extraños caminos legales me llegara una demanda por utilizar ese título en esta página digital, cuyo nombre coincide no sólo con el álbum publicado en 1997, sino también con el de su oficina de producción artística. Hasta el momento la querella no se ha formulado... y espero que no se haga. Sirva como atenuante, en un hipotético juicio contra el señor Perro, mi admiración y seguimiento lejano, la compra de todos sus discos y el precio de varias entradas de conciertos.
La huella sonora me pareció un título adecuado para esta especie de revista musical, en el que se recordaran a músicos que habían dejado un rastro indeleble en nuestra memoria. Aquí se han mencionado ya unos cuantos, y son bastantes los que quedan. Suficientes como para mantener activo este blog, al menos, seis meses más. Entre esos músicos, se encuentra Juan Perro, seudónimo utilizado por Santiago Auserón, que aparece y desaparece como la Santísima Trinidad, con tres identidades y nombres diferentes a lo largo de su carrera, ya sea bajo la advocación antigua de su grupo (Radio Futura), su apellido real (Auserón) o su seudónimo callejero y trovador (Juan Perro). Seudónimo que, como él mismo reconoce, tiene influjo literario: el rastro metafísico de los perros músicos de Kafka, o bien el legado picaresco y cervantino de Cipión y Berganza. Perros que tienen, en definitiva, la mágica costumbre de reflexionar y criticar todo aquello que los rodea; que son mendigos de un mundo supuestamente racional, dominado por los hombres, y cuyo cometido diario es el de sobrevivir y encontrar cobijo para pasar la noche.
En Juan Perro o, mejor dicho, en sus canciones, se encuentra literatura a raudales. La había ya en Radio Futura, a pesar de que se etiquete equivocadamente como un grupo de la movida madrileña y como los abanderados del rock postfranquista. Es decir, como los hijos despreocupados que apenas tuvieron que soportar las estrecheces de la dictadura y que poco podían lamentar en sus temas, al modo que lo hacían los cantautores tan en boga en aquellos años. ¿Y qué si fue así? Existe en este país una tendencia a catalogar o, más bien, a despreciar no sólo a artistas, sino a generaciones enteras, que hiere sin sentido. Sólo bajo el amparo del prejuicio.
Por eso, resultó chocante que uno de los componentes de Radio Futura, "el grupo de la movida", se lanzara a componer en solitario a finales de los años noventa. Resultó extraño y doloroso verle triunfar con discos cargados de sonidos originales, con una instrumentación más amplia y con unos versos geniales. Así, poco a poco, desde que publicara Raíces al viento en 1995, Juan Perro ha tenido que trabajar duro para hallar reconocimiento, aunque esto le preocupe bien poco. Con un sello propio y apartado de las presiones de las casas discográficas, que obligan a editar discos obstinadamente, como si de productos en serie se trataran, Auserón ha conseguido un espacio de libertad creativa esencial para todo artista. Vive apartado del bullicio de Madrid, en una casa rural, que le permite (me imagino) afinar y probar melodías con total tranquilidad. Y se "exilia" esporádicamente en diferentes ciudades (sobre todo, en La Habana) para rastrear sonidos antiguos (son, ritmos africanos, rock, jazz, soul...), que luego incorpora en sus álbumes con coherencia, sin chirridos culturales.
Al escribir sobre Juan Perro, me imagino recomendando un buen restaurante, con un menú variado y suculento. Un buen restaurante, alumbrado por sus Cantares de vela, apto para todos los bolsillos, también para el de Mr. Hambre; aunque difícil de encontrar entre tanto local de comida basura, entre tantas canciones rápidas, canciones del verano, que no han muerto (como dicen en los medios), sino que se repiten a lo largo de los doce meses. Un buen restaurante, popular y a la vez refinado, que se distingue por dejar un buen sabor en el paladar sonoro.


jueves, 20 de agosto de 2009

Johansen para el verano

Como si se tratara de una aventura "robinsoniana", me propuse elegir tres libros y tres discos para disfrutar de este verano largo, plácido y caluroso. Ya sé que el recurso de la isla desierta está bastante manido y que nada tiene que ver con estas vacaciones de chiringo y conexión a Internet. Pero a uno le gusta imaginarse de vez en cuando una situación inverosímil, que le aporte algo de emoción a la vida. Pensarse en una playa deshabitada, sin sombrillas ni personajes que escuchan marchas de Semana Santa a tu lado, en pleno agosto, no creo que sea ningún delito. Tampoco es lo contrario (y me perdonen los fieles a la música sacra y el chaval que tengo sentado a mi lado). Sin embargo, la querencia por la ficción a veces le gana el pulso a la realidad, y desea un servidor ser protagonista de la novela de Defoe o de cualquier otra; a pesar de que esta ficción del día a día también tenga suficientes elementos azarosos, mágicos y sorprendentes. Y vuelvo a los tres adjetivos tan usados por Azorín, para retomar el hilo de lo que empezaba a escribir.
Decía que he elegido tres libros y tres discos para pasar el verano. Los libros: Balada de Caín, de Manuel Vicent; Mortal y rosa, de Francisco Umbral; y Luz de agosto, de William Faulkner. Los discos: sendos recopilatorios de Queen y Supertramp, y el City Zen, de Kevin Johansen. La selección no ha podido ser más arbitraria y más incoherente. De eso se trataba: de saltar de una historia a otra, de una melodía a otra, sin orden ni concierto. De las novelas, tengo apenas unas páginas por descubrir de Mortal y rosa, que, con toda seguridad, revisitaré y subrayaré, hasta convertirlas en compañeras permanentes, y no sólo en una "aventura" de verano. Mientras que los discos, ya conocidos y revisitados todos ellos decenas de veces, sé que seguirán acompañándome, aunque desconozco los formatos sonoros que nos reserva el futuro y Microsoft. Sobre todo, sé que mantendré muy cerca el City Zen de Johansen, y espero que otros trabajos nuevos.
Me imagino que entre todos los nombres citados, el menos conocido sea precisamente el de este último. Reconozco que he martirizado a más de un amigo al intentar introducirlo en la secta “Johansen” y que apenas he conseguido adeptos. Principalmente porque sus discos aún son difíciles de conseguir en España. Un paseo por la Fnac es tarea inútil en este sentido. Y así por otras muchas tiendas de discos (cada vez más escasas). Por eso, les vuelvo a proponer que utilicen Internet, con cautela y permiso de la señora ministra de Cultura. En mi caso, no tuve que dirigirme a ninguna página de descarga para descubrirlo ni a ninguna reseña publicada en la prensa. Conocí a Kevin Johansen, casualmente, hace menos de dos años, en un concierto celebrado en el Teatro Central de Sevilla, el 30 de diciembre de 2007. Digo lo de “casualmente” porque a quien iba a ver era a Jorge Drexler, que encabezaba el cartel de un espectáculo original. Se trataba de un directo a cuatro voces: Drexler (presentando Doce segundos de oscuridad), Paulinho Moska, Kiko Veneno y Johansen. De los tres primeros tenía referencias, pero no del último. Y al final, como suele ocurrir en muchas ocasiones, el más desconocido acabó ganando la partida.
Kevin Johansen no es un cantautor al uso, por más que se haya repetido esta frase cientos de veces para otros músicos. No lo es desde su propio nacimiento. Vino al mundo en Fairbanks (Alaska) y desde los doce años reside en Buenos Aires, aunque con “exilios” voluntarios por todo el mundo, que lo hacen un auténtico cosmopolita. Entre esos “exilios”, el más importante fue una etapa en el norte de Estados Unidos, donde buscó sus huellas familiares, rastreó nuevos sonidos y se convirtió en un perfecto bilingüe, si es que ya no lo era. Los cinco discos publicados por Johansen hasta la fecha son un resumen de toda esa experiencia, un mestizaje de géneros (pop, cumbia, milonga…) y de letras geniales, que, vuelvo a repetirlo, lo hacen diferente. Entre sus álbumes, tengo dos guardados con especial cariño: el ya citado City Zen y Sur o no sur, que, por cierto, estuvo nominado para tres Grammys sin que apenas se hicieran eco de ello los medios de comunicación españoles. Dicen de él que tiene una voz a lo Barry White, pero a mí me recuerda más a un Leonard Cohen de la Pampa. Es cierto que domina los graves, pero no con intenciones tan melódicas ni tan melosas. Trabaja las letras (los versos, estaría mejor decir), cultiva la ironía y destroza las frecuentes escenas románticas con guiños canallas, como en ‘Desde que te perdí’, quizás su tema más popular.
No sé si les habré convencido esta vez. La verdad es que Kevin Johansen tiene muchos más motivos para ser escuchado que los que yo pueda resumir aquí en pocas líneas. Para una isla desierta con wifi no está mal. Lo recomiendo.

martes, 11 de agosto de 2009

Una serie de catastróficas desdichas: Sam Cooke

El verano es época propicia para el menudeo de artículos periodísticos relajados, acordes con la ociosidad de buena parte de los lectores, que desean alejarse de temas políticos, económicos, etcétera. Afloran, por tanto, las firmas de los colaboradores menos frecuentes en la prensa generalista, sobre todo, la de los críticos musicales, que encuentran en las revistas estivales un lugar idóneo para rememorar biografías, discos o anécdotas de diverso tipo. No resulta casual que tanto El País como El Mundo, diarios que con mayor frecuencia suelo hojear, anuncien en portada los textos de periodistas como Diego A. Manrique o Julián Ruiz, popes musicales de los periódicos antes citados.
La coincidencia en la presentación de estos artículos es tal que, hace un par de días, Julián Ruiz publicaba una reseña sobre Sam Cooke, sobre su misteriosa muerte, similar a la que Manrique había tratado apenas una semana antes. Viendo estos trajines periodísticos, uno sospecha que los espías no se hallan únicamente en los cenáculos políticos, tan de actualidad ahora, sino también en las esferas editoriales. La coincidencia es cuanto menos curiosa. En primer lugar, porque se puede adivinar cierto celo profesional entre ambos críticos, deseosos, tanto uno como otro, de corregir o enmendar sus respectivos conocimientos. Y en segundo lugar, porque no había un motivo o un "gancho" periodístico fuerte para sacar a la palestra la tragedia de Cooke. Es decir, no se cumplía ninguna efeméride del cantante, que es el argumento más aprovechado por los plumillas para rellenar página. Tan sólo el cincuenta aniversario de la publicación del primer disco de Cooke... Una excusa, creo yo, bastante peregrina.
Aparte de los posibles piques periodísticos entre Ruiz y Manrique, lo que me interesó del asunto fue el distinto enfoque que se le sigue otorgando a la muerte de Sam Cooke, ese genio de la música soul, que anticipó modelos interpretativos en el género y que revolucionó el modelo empresarial existente en la música hasta entonces. Cooke fue uno de los primeros productores musicales negros de éxito. Algo que consiguió a base de tesón y de un olfato excepcional para el negocio, para descubrir nuevas voces. A finales de los años cincuenta, la "presencia negra" en la música se remitía exclusivamente a los márgenes artísticos de la canción, es decir, a la interpretación o a la composición de los temas, pero no a su comercio. Ése era un terreno vedado para los productores de la "raza dominante". Se trataba, en definitiva, de una exclusión más que debían soportar los negros de Estados Unidos, y que Cooke consiguió erosionar. Su estela fue seguida por otros empresarios destacados, entre ellos, el más sonado, Berry Gordy, director del sello Motown.
Precisamente, ese éxito en el mercado musical sigue siendo una de las principales sospechas que rodean el asesinato de Cooke. El autor de 'Wonderful world' falleció en 1964 cuando se encontraba en la cima de popularidad, justo después de desprenderse de su manager, Bobby Womack, quien, a la postre, contraería matrimonio con la mujer del cantante. Según Julián Ruiz, una de las sospechas de la muerte apuntaría a esa dirección, a una especie de conspiración sentimental y empresarial tramada, quizás, entre ambos. La noche que murió Cooke, éste se había alojado en un motel con Lisa Boyer, una dudosa aspirante a estrella de la música, que le llevaría a un callejón sin salida. Lisa abandonaría a Cooke antes de consumar el "acto", huyendo por la ventana y denunciando a la policía un intento de violación. Enervado, Cooke buscaría a su amante por la pensión y tendría una discusión con la propietaria, quien, según las investigaciones policiales, le dispararía en defensa propia hasta causarle la muerte. La dueña del motel sería exculpada más tarde en un juicio rápido, casi sumario, y, según relata Ruiz, pasaría a convertirse en una heroína.
El asesinato de Cooke está cubierto por aguas turbias, que, probablemente, escondan una trama más intrincada aún. Tras la muerte, las pesquisas que alentaron los familiares del artista (a excepción de su mujer) destaparon un caso digno de "novela negra". Al parecer, el cadáver de Cooke estaría plagado de magulladuras, signos evidentes de una paliza que, raramente, podría haber propinado la dueña del motel. Sin duda, la literatura y el cine podrían cebarse con el asunto, como casi siempre ocurre con estos personajes, en los que se reúnen la genialidad, la desdicha y, para mayor morbo, el misterio de un asesinato. El caso de Cooke está resuelto a efectos judiciales, pero ni mucho menos ha finalizado en el imaginario musical. Sin ir más lejos, los artículos de Manrique y Ruiz, publicados con el escaso margen de una semana.
Les dejo los enlaces de ambos textos, para que gusten y comparen:
-Julián Ruiz: "El cantante que inventó el soul". (http://www.plasticosydecibelios.es/sam-cooke-el-cantante-que-invento-el-soul/)

viernes, 31 de julio de 2009

Los grandes de la guitarra eléctrica en 'LHS'

'La huella sonora' no va a descansar este verano, a pesar de que algunos nos vayamos de vacaciones prolongadas durante el mes de agosto. El señor Mateos conducirá el programa a partir de este domingo, con una propuesta musical de las que a él le gustan: una buena sesión de rock y de maestros de la guitarra eléctrica. Este será el listado de temas que sonarán el próximo domingo, como siempre a las once de la noche, en Radio Guadaíra. Yo me despido hasta septiembre del programa, pero amenazo con actualizar el blog, siempre que la playa y las sobrinas me dejen un hueco. A disfrutar.
- John Lee Hooker: 'Lead me'.
- Jimi Hendrix: 'Hey Joe'.
- Eric Clapton: 'Cocaine'.
- Santanta: 'Europa'.
- Stevie Ray Vaughan: 'Mary had a little lamb'.
- Gary Moore: 'Walking by myself'.
- Paul Gilbert: 'My religion'.
- Andy Timmons: 'Cry for you'.
- Joe Satriani: 'Surfing with the alien'.
- Steve Vai: 'The crying machine'.
- Van Halen: 'Panama'.

jueves, 30 de julio de 2009

Memoria sonora de Londres

Fin del trayecto. Regreso a casa después de una semana maravillosa en Londres, donde he ejercido como buen visitante primerizo, recorriendo la ciudad hasta la extenuación. He paseado por las calles, plazas y parques marcados en todos los itinerarios, he pisado los museos más importantes y he probado bocado en restaurantes de todas las nacionalidades, aun a riesgo de castigar mi maltrecho estómago. Como todo turista aplicado, he fotografiado cada monumento que me ha llamado la atención, llámese puente, catedral, palacio o guardia real. Sin ánimo de parecer odioso, puedo decir que todo ha sido magnífico: el cielo ha estado nublado (como mandan los cánones londinenses), el termómetro no ha sobrepasado los 22º ningún día y nadie me ha tosido encima, con lo cual el fantasma de la swine flu desapareció pronto. El mayor riesgo, quizás, haya estado en el tráfico, del que no me he acostumbrado hasta el final, como viajero cateto que soy.
Tengo guardada ya en mi mente una imagen imposible de Londres, que abarca estos siete días vividos deprisa. Un escenario mental que no podrá estar recogido en ningún archivo de ordenador, por más que me empeñe en digitalizar fotografías. Es una especie de recuerdo entrañable, anticipado, que me hará dibujar una sonrisa y reinventar los momentos compartidos siempre que se mencionen. Es algo más que un destello en la memoria: un eco que resuena con diferentes melodías. Melodías que surgen de un sitar mugriento en uno de tantos subterráneos, o que brotan de la garganta quemada por el alcohol de una drag-queen. Inolvidable ese "manolo" cantando el 'Hello, goodbye' de los Beatles en un pub de Charing Cross, coreado por un grupo de hooligans. Como también fue inolvidable el musical de Queen. Cada tarde regresaba al hotel, después de una buena sesión turística, y no tenía más remedio que toparme de frente con una figura dorada de Freddy Mercury. Está en Tottenham Court Road, sobre la puerta de acceso al Dominion Theatre, apenas a un minuto del lugar donde me alojaba, y me amenazaba con gastar las pocas libras que iban quedando en el bolsillo. Cada día la misma escena: cansados, parados en el semáforo delante del cartel publicitario y la silueta kitsch de Mercury. El miércoles no tuvimos más opción que claudicar y comprar las entradas para el show.
Me senté con recelo en la butaca, esperando lo peor. Los musicales no son de mi gusto, creo haberlo dicho ya. Y para mayor desasosiego, tengo a Queen y, sobre todo, a Freddy Mercury en una especie de altar musical, del que pocos "santos sonoros" lo desbancan. No sabía por dónde iba a salir aquello, no tenía ninguna referencia sobre el espectáculo y tampoco estaba dispuesto a pagar cuatro libras por el programa. Así que temía lo peor cuando se levantó el telón. Sobre un escenario extraño y "futurista", unos personajes decían que la música y la creatividad estaban amenazadas... El guión era lo de menos. Más aún cuando mi escaso nivel de inglés me obligaba a intuir los diálogos. Pero no las canciones, que se sucedieron una tras otra, bien engarzadas, con unos actores-intérpretes que me dejaron fascinados durante tres horas de espectáculo. ¿De dónde habían salido esos tipos? Por un momento dudé si aquello era un playback y los músicos de los laterales, un holograma.
Después he sabido que el musical al que asistí, 'We will rock you', creado por Ben Elton, es un éxito en Londres desde 2002. Lleva nada menos que siete años en cartel y con una demanda de entradas impresionante cada día. Lo pude comprobar a diario mientras cruzaba hacia el hotel. Colas que se repiten incluso dos veces los sábados, en sesión doble. Y que se han exportado a otros países, entre ellos España, donde el Teatro Calderón de Madrid sigue acumulando notables recaudaciones. Está claro que en estos escenarios no se escucha la voz de Freddy Mercury, ni se vibra con la misma intensidad que en un concierto. En cambio, el musical propone un espectáculo diferente, visual y sonoro, del que me imagino estaría orgulloso el propio Mercury. Brian May y Roger Taylor guardaban temores al inicio, y ahora, por declaraciones que pueden leerse, no caben en sí mismos de tanto gozo. Se entiende que la fiebre del musical les reporta grandes dividendos. Mientras no mengüe la calidad de los directos, como es este caso, no hay nada que reprochar.
Cuando salí del Dominion Theatre, miré hacia arriba a la figura de Mercury y esbozé la sonrisa que algunos tendrán que soportar cuando hable de mi primera visita a Londres. El espectáculo no me había decepcionado. Todo lo contrario. Tuve la sensación de estar viendo un nuevo icono de Londres. Un objeto que se parece ya a un monumento, una especie de Tower Bridge o de Big Ben a la escala pop del consumo, pero que se retiene en la memoria con tanto o más cariño que cualquier postal clásica.

jueves, 23 de julio de 2009

'Across the universe': un pastiche innecesario

Propongo fundar una asociación que vele por el respeto y la dignidad del mayor grupo de música de la historia, los Beatles, con potestad jurídica y suficiente fuerza legal como para frenar o castigar los crímenes que se cometan sobre sus canciones. Si es que no existe ya. Que me parece que no, visto lo de anoche. Canal Plus emitió la película Across the universe (2007), de la que ya había leído sinopsis y críticas varias con cierto temor. Un temor que se confirmó a medida que pasaban los minutos, mientras mis ojos y oídos quedaban estupefactos ante tal pastiche. La cinta no puede ser más simple: una historia de amor ambientada entre Liverpool y Estados Unidos, ante el telón de la guerra de Vietnam y las protestas universitarias; todo ello, engarzado ("estructurado" es mucho decir, porque la coherencia brilla por su ausencia) con temas de los Beatles, que funcionan, la mayor de las veces, a modo de diálogo entre los personajes. Personajes que, por cierto, tienen nombres familiares para los aficionados a la banda británica: Jude, Lucy, Sadie, JoJo, Prudence... Eso es todo.
En fin, el kitsch personificado en 130 minutos de grabación y con canciones de los Beatles como objeto arrojadizo. Debo reconocer que el musical no es mi género preferido en el cine, pues creo que siempre es una apuesta arriesgada, sin término medio, que o bien sale genial, o bien se convierte en una pifia mayúscula, como este Across the universe. Salvo obras maestras como Cantando bajo la lluvia o Cabaret, pocos musicales han logrado engancharme y mantenerme, al menos, atento. Pienso que el guión debe tener suficientes motivos como para que los actores empiecen a cantar y a bailar por las buenas, sin estar justificado. No me parece creíble, ni estético, que un personaje esté hablando y, de repente, sin previo aviso, suene una melodía y comience a canturrear. Es como una patada en el estómago. Ya sé que se trata de una ficción y que "todo-es-posible-en-el-cine"... Pero no me gusta, lo considero antinatural.
Exceptuando alguna interpretación, alguna revisión original, Across the universe está plagada de patadas en el estómago. Nada menos que 34 canciones de los Beatles aparecen en la película, colocadas con calzador en un procentaje muy alto. Y esto es así por lo que apuntaba antes: porque no existe un argumento sólido, una historia que te atrape verdaderamente, que te diga algo nuevo o te emocione. Los mimbres no pueden ser más débiles. Razón por la que las canciones se suceden sin mucho sentido, como si se trataran de vídeo-clips independientes unos de otros.
Por ser benevolente, en esta película podría salvarse de la quema alguna ambientación original, como la del circo improvisado de Mr. Kite, o la aparición curiosa de Bono, cantante de U2, interpretando 'I am the walrus'. Pero poco más. Por lo que leo en Internet, el filme estuvo nominado a los Oscar por su diseño de vestuario (vale) y a los Globos de Oro como mejor comedia-musical (corta tendría que estar la cosa el año pasado).
Sin embargo, para el aficionado o "creyente" de los Beatles poco importan los asuntos de vestuario o atrezzo. Across the universe la publicitaron como un musical "maravilloso" y no es más que un pastiche innecesario, gratuito. Libre para destrozar algunas de las canciones más hermosas que se han escrito. Por eso, como decía al principio, propongo una asociación (o si quieren, una Inquisición) que castigue o encarcele a los autores de semejantes bazofias.
P.D.: Si les he parecido duro, recomiendo que lean la crítica de mi venerado Carlos Boyero.

domingo, 19 de julio de 2009

La música británica, protagonista esta noche de 'LHS'

Ahora que preparo las maletas para viajar a Londres, el señor Abeja y yo pensamos que sería una buena idea hacer un repaso a la mejor música británica de las últimas décadas. El rock y el pop surgidos en las Islas es (casi siempre) sinónimo de calidad, y mucho más si se tienen en cuenta los grupos que van a sonar esta noche, a partir de las once, en Radio Guadaíra: Beatles, Kinks, The Who, Oasis, Blur, Radiohead... Una buena combinación, en la que se echan de menos (no podía ser perfecta), algunos clásicos de los Rolling, Elton John o Queen. Pero, qué le vamos a hacer, en una hora no entraban más. Quizás, le dediquemos otro programa más al asunto. Aquí les dejo el listado completo, por si quieren hacer alguna observación.
- The Beatles: 'Please, please me'.
- The Kinks: 'You really got me'.
- The Who: 'I can´t explain'.
- The Police: 'Peanuts'.
- The Pretenders: 'Don´t get my wrong'.
- Simply Red: 'Remembering the first time'.
- King: 'Love and pride'.
- Oasis: 'Don´t look back in anger'.
- Blur: 'Beetlebum'.
- Supergrass: 'Alright'.
- The Verve: 'Bittersweet simphony'.
- Crowded House: 'Fall at your feet'.
- Radiohead: 'High and dry'.

martes, 14 de julio de 2009

'Triunfo' y los vestigios de una prensa musical en España

Con la explosión masiva de los medios audiovisuales en las últimas décadas, han sido muchos los sectores de la información especializada que han sucumbido en sus proyectos. Entre ellos se encuentra la prensa musical, generalmente semanarios o mensuales dedicados al rock o al pop, y con menos asiduidad, a la música clásica. Es evidente que la televisión, la radio e Internet eclipsan todo ese material informativo y desplazan irremediablemente a las revistas que hasta hace varios lustros ocupaban un lugar privilegiado en los quioscos. Las páginas de aquella prensa musical tenían el atractivo, cómo no, de la actualidad, de lo puramente periodístico, pues solían presentar las noticias de grupos y cantantes, las agendas de conciertos, las novedades discográficas más destacadas o las críticas respectivas a esos álbumes; pero también ostentaban un “gancho” o un interés que radicaba en lo literario. Este último factor era el imán que acercaba, en muchos casos, a un público variado, no exclusivamente joven, a sus páginas.
No hay más que recordar el ejemplo de la revista Rolling Stones, nacida en Estados Unidos en 1967, que contó desde su lanzamiento con una importante nómina de periodistas especializados en los ámbitos del rock, el pop o el jazz, e interesados, igualmente, por la literatura. Algunos autores seleccionados por Tom Wolfe en su antología del Nuevo periodismo norteamericano figuraron en la mancheta de este magacín, antes -o después, incluso- de alcanzar la fama como periodistas o novelistas reputados. Hablar de la música popular a finales de los sesenta o a lo largo de los setenta no era una cosa banal -en realidad, nunca lo ha sido- o de menor entidad. El rock era -y sigue siendo- una manifestación cultural de primer orden que no había que desdeñar, pues iba de la mano de una sociedad cambiante. Una sociedad que, en su base juvenil, estaba alentando una transformación en lo ideológico y en las pautas de comportamiento, que se interesaba por los asuntos políticos y que se manifestaba, con mayor o menor repercusión, en los temas más diversos, ya fueran el pacifismo, el ecologismo o la libertad sexual.
Rolling Stones y el "nuevo periodismo". El caso de Rolling Stones es utilizado como el paradigma de esa prensa musical que trascendía la especialización y se inmiscuía en un discurso global, en terrenos informativos supuestamente ajenos. Lo hacía, generalmente, de forma desenfadada, proyectando una visión crítica de la música y su circunstancia -aunque esa crítica fuera, por lo común, superficial e intuida-. Un recorrido por las hemerotecas nos transportaría, por ejemplo, hasta artículos opuestos a la guerra de Vietnam, entrevistas desinhibidas donde los artistas aprueban el consumo de drogas y promueven su legalización, o reportajes en los que la música permanece como un simple hecho anecdótico, dentro de un contexto más interesante. Desde el prisma de los géneros periodísticos, fueron precisamente los reportajes los que merecían una mayor atención para el lector. Algunos de ellos, haciendo un alarde literario, estaban cargados de giros lingüísticos expresivos, de metáforas, onomatopeyas o puntos suspensivos. Sus contenidos, a veces, proponían auténticas aventuras, narradas con más ficción que realidad. El periodista podía adentrarse en la intimidad del camerino y transcribir literalmente los diálogos de los músicos, o bien podía contar en primera persona la odisea de una gira, recreando una especie de road movie, que, más tarde, ha inspirado a más de un cineasta (véase, si no, Casi famosos, de Cameron Crowe).
La irrupción en España. Ese tipo de prensa musical hizo estragos en el entorno anglosajón a partir de la década de los sesenta, coincidiendo con el boom del rock y el desembarco de los grupos británicos en Estados Unidos: Beatles, Rolling, The Who… La España de entonces, anquilosada en la dictadura, comenzó una cierta apertura formal e irremediable en algunos aspectos culturales. Quisiera o no el franquismo, el rock and roll se introdujo por los resquicios sociales abiertos, entre una juventud ávida, como la de cualquier otro país, por descubrir nuevas formas de expresión. Junto al rock, llegaron nuevos modelos en la comunicación, que se manifestaron en la radio, la televisión y la prensa. Esta última absorbió los patrones periodístico-literarios ya mencionados, al estilo de la revista Rolling Stones, aunque con algunas excepciones. Nacieron nuevas publicaciones especializadas, algunas tan gratificantes como Disco Express, fundada en Pamplona en 1968, con una arriesgada propuesta dirigida al underground; mientras que otras se modificaron, dando cabida a un mayor número de trabajos relacionados con la música. Uno de los casos más significativos fue el de la revista Triunfo, que ya poseía una trayectoria consolidada en el panorama periodístico español. El semanario que dirigió José Ángel Ezcurra se fundó en 1946 como revista especializada en el cine y los espectáculos. Fue, precisamente, a mediados de los sesenta, coincidiendo con la eclosión de los temas musicales en España, cuando la publicación giró a los contenidos generales, ampliando su arco de atención. La censura obligaba a Triunfo a centrarse en asuntos políticos internacionales y en otras cuestiones sociales que antes no estaban en su punto de mira. Entre esas cuestiones se hallaba la música en su más amplia acepción. De hecho, firmas de prestigio como la de Luis de Pablo se ocuparon temporalmente de la música clásica, mientras que especialistas en flamenco, como es el caso de Moreno Galván o Félix Grande, consiguieron dignificar este arte y tratarlo desde una perspectiva teórica que iba más allá de la espontaneidad y del escaso respeto que se practicaba en ciertos tablaos.
El análisis de Diego A. Manrique. Triunfo fue una revista ejemplar en muchos sentidos, ya abordados en diversos estudios universitarios. Sin duda, su línea editorial, crítica y “posibilista” -como la calificó Vázquez Montalbán-, merece especial atención por otras cuestiones que van más allá de la música. Pero no por esto debe olvidarse su aportación a esta prensa. Sobre todo, a partir de los setenta, el rock comenzó a difundirse gracias a firmas como la de Diego A. Manrique, que supo aunar lo noticioso con lecturas sosegadas de la música popular. Sirva como ejemplo su primer trabajo, publicado en esta revista el 5 de junio de 1977, que llevó por titulo “Jesucristo marca registrada”. A lo largo de cuatro páginas, Manrique trataba el estreno del musical Jesucristo superestar desde un punto de vista que superaba lo puramente artístico, es decir, desde una óptica cultural y económica que analizaba el espectáculo como un fenómeno de masas inédito, el de presentar a Jesús como un producto más para el consumo.
Apogeo y caída. Aunque de forma tardía con respecto a otros países, Triunfo encauzó la información musical por nuevos derroteros. España no vivió la eclosión de las revistas de música hasta los años ochenta, de forma paralela al desarrollo de nuevos programas de radio y televisión. Con mayor o menor fortuna, comenzaron a dar sus primeros pasos Popular 1, Ruta 66 o Rockdelux, que tuvieron que enfrentarse, en un mercado cada vez más menguado, con otras publicaciones internacionales, como Kerrang!, Metal Hammer o la sempiterna Rolling Stones, que pervive, a pesar de todo, pero con un enfoque bien diferente al de sus inicios. Los dominicales de los diarios o Internet han terminado por aniquilar las fuerzas de muchas de esas revistas, sin financiación suficiente para continuar el camino. Existen páginas digitales, como la de Indyrock -puesta en marcha por Ideal de Granada-, que justifican la situación, con una documentación y una inmediatez a las que resulta difícil plantar cara. Dicho de otro modo: los elevados costes de la tradicional prensa musical impiden una competencia real con Internet; un medio que, de forma gratuita, puede ofrecer otros servicios, además de la información, a través de descargas, vídeos, etc.
Pero, quizás, el problema de estas revistas musicales no sea únicamente externo. No hay que achacar únicamente a factores ajenos el mal que les aqueja de forma interna. Probablemente, muchas de esas publicaciones no hayan sabido adaptarse a los cambios, como tampoco lo han hecho otros semanarios desaparecidos -ya sean de política, economía o literatura-. Probablemente, muchas de ellas hayan tendido a la información más superficial y acrítica. Probablemente, muchas hayan acatado con demasiada sumisión las directrices de la industria discográfica. Probablemente, muchas hayan sido una mera plataforma de grupos o sellos comerciales. Lo cual explica que el modelo en papel no era tan magnífico como se pintaba, y existen mayores parcelas de “libertad” en Internet. La “Red” no hace más que abrir las posibilidades del usuario, individualizarlas y dirigirlas a sus propios deseos. Algo que se puede aplicar también a la radio y a los programas musicales, que se sienten amenazados igualmente y sin capacidad para reaccionar. No en vano, cada navegante puede organizar sus propias sesiones musicales, sin tener que esperar las propuestas de una determinada emisora.
Asistimos, por tanto, a un nuevo esquema de la comunicación en todas las direcciones. En la música, todos estos cambios que promueve Internet tienen, quizás, mayor incidencia. En mi opinión, poco se puede hacer para recuperar ese tipo de prensa musical, que tanto innovó y tanto aportó, como se ha visto en el caso de Triunfo. Aunque es posible que quede mucho camino por recorrer en esos nuevos medios. El reportaje y el análisis pausado de lo que se cuece en la esfera de la música serían, quizás, buenas opciones para retomar aquellas revistas, que hoy no son más que vestigios nostálgicos de un tiempo pasado.